Alan Sillitoe: el escritor de los trabajadores
Para tiempos de confusión ideológica, el testimonio de vida de uno de los principales autores europeos de la segunda mitad del siglo XX. La obra literaria de Alan Sillitoe exhibía una abierta crítica social e influyó a muchos escritores en el mundo entre los años 60 y 70.

El recordado narrador inglés Alan Sillitoe (1928 – 2010) es dueño de una obra narrativa que bien podríamos calificar de influyente. Por muchos años fue considerado el ícono cultural de los movimientos de izquierda en todo el mundo, a razón de ser integrante del movimiento Los jóvenes airados (Angry Young Men), que apareció en la década del cincuenta, el cual estuvo conformado por escritores de la talla de Kingsley Amis, ni más ni menos.
Un necesario paréntesis: no se ha sido del todo justo con la radiación de este movimiento de escritores. Los jóvenes airados inspiraron a muchos grupos/movimientos de artistas e intelectuales, con mayor razón en un contexto en el que los discursos entre la izquierda y el imperialismo estaban en su punto más crítico (ya eran los años de la Guerra Fría). En el contexto peruano, no pecaríamos de exagerados si especulamos con la idea de que estos airados ingleses hayan motivado la aparición de grupos de escritores con una clara postura política y de denuncia, pienso en el grupo Narración.
Cuando leemos sus novelas, llegamos a la conclusión de que fue un hombre que se hizo solo, que provino de una clase obrera muy golpeada por la explotación. Su famosa novela, Sábado por la noche, domingo por la mañana (1958), y su libro de relatos La soledad del corredor de fondo (1959) revelan esa experiencia proletaria.
Sillitoe fue un aprovechado discípulo de Hemingway en cuanto a la tersura de la escritura. La poética de Sillitoe nunca cayó en el proselitismo ideológico. Había, sí, un componente ideológico en ella, pero este se ubicaba en un quinto o sexto lugar. Mientras otros escritores sucumbieron a la denuncia ideológica en sus textos de ficción y quedaron en el olvido, la obra de Sillitoe se mantiene lozana y sin envejecer, con mucho por decir, debido a la transparencia sustanciosa de su escritura.
El inglés no se guarda nada. Desde las primeras páginas de La vida sin armadura (Impedimenta) nos advierte que no contará su vida como otros, sino que lo hará dejando la piel en el asador, sin afeites ni versiones que aderecen su imagen de luchador social.
Sillitoe confiesa que toda su vida fue un resentido, pero no por una cuestión de clase, sino por la dejadez de parte de su padre que jamás se preocupó por él en lo emocional, convirtiéndolo desde la niñez en un ser por quebrado y solitario. Pero esta autobiografía, que no está en las coordenadas del recuento, es igualmente el testimonio de una época, un viaje a la semilla urbana que nos permite entrar a su día y día; pero lo más importante, esta autobiografía es un canto a la persistencia, una cachetada a la realidad que lo había ubicado en ruta a un destino que pudo ser cualquiera, menos el de un escritor. Podemos ver a un hombre curioso e inquieto que leía incontrolablemente a la caza de un estilo que le permitiera soltar, en especial, su pesadez existencial.
En ninguna página somos víctimas de un efectismo anecdótico, no hay exhibición celebratoria de atrocidades. La experiencia literaria cala de a pocos y antes de que nos demos cuenta, ya somos guiñapos sensoriales, sujetos hechos añicos. Pues bien, esto no lo genera cualquiera. Hay que ser un grande para conseguirlo.