El inicio de la resistencia
“En vísperas del bicentenario es necesario ‘desmilitarizar’ nuestra historia, y reivindicar el papel de las masas populares”.
A fines de febrero de 1882, un destacamento de 40 jinetes de la caballería chilena partió de Huancayo, bajo el mando del capitán Fernando Germaín, para requisar vituallas con que alimentar a los 3000 hombres del ejército que ocupaba el centro del Perú. Su objetivo era la hacienda Runatullo, la más grande de las propiedades de la poderosa familia Valladares. El escuadrón marchó hacia Concepción y bordeando el convento franciscano de Santa Rosa de Ocopa, se internó en la región de Comas. El día 23 hicieron una corta parada en un anexo del distrito y violaron y mataron a una joven profesora. El 24 llegaron a la comunidad de Comas, tomando allí sus alimentos y siguieron su camino, ordenando a los comasinos que les tuviesen listos alimentos y vituallas para su retorno. Según una tradición popular, exigieron adicionalmente un cupo de doncellas para la satisfacción de la tropa.
En cuanto la columna chilena se marchó, la comunidad se reunió en cabildo abierto. Luego de un debate, se decidió resistir, nombrando comandante militar de Comas a un vecino de la comunidad, Jerónimo Huaylinos.
El destacamento chileno arribó a Runatullo, requisó abundantes bastimentos, y regresó arreando una numerosa tropilla de ganado. Los comasinos los esperaban en el paraje denominado Sierra Lumi, un desfiladero de aproximadamente un kilómetro de extensión, que a un lado tiene un cerro escarpado y al otro se despeña en un abismo, que va a dar al río. Frente a este sendero se instaló una trinchera doble al mando de Manuel Arroyo, con fusileros armados con armas de caza, mientras que las alturas fueron ocupadas por combatientes encargados de despeñar las temibles “galgas” sobre la columna enemiga. Existía adicionalmente un destacamento de honderos y rejoneros.
El día 2 de marzo el destacamento chileno cayó en la trampa, cuando retornaba. La sorpresa fue total y el escuadrón fue diezmado. Lograron escapar cinco chilenos y el italiano Luis Loero, que les sirvió de guía. En el campo de batalla quedaron 35 soldados, incluido el capitán Germaín, y un botín de 800 reses y 100 caballos de Runatullo, 35 caballos chilenos, aperados de brida a espuela, y otras tantas carabinas Winchester. En el combate participaron Comas y sus caseríos.
El destacamento aniquilado pertenecía al Escuadrón Yungay, el cuerpo de elite de la caballería chilena. El coronel Estanislao del Canto, jefe de las fuerzas chilenas de ocupación, era consciente de que la victoria de los guerrilleros de Comas sería un estímulo para nuevas acciones bélicas de resistencia. Era necesario, pues, reprimir inmediatamente este primer brote guerrillero.
Se intimó rendición a Comas, amenazando con incendiar el pueblo y aniquilar a sus habitantes. Pero los comuneros se encontraban íntegramente en armas y contaban a su favor con la excepcionalmente quebrada topografía del terreno, muy adecuada para sostener una larga resistencia guerrillera. A esto se añadió, un mes después, la masiva insurrección guerrillera de las comunidades de la margen derecha del Mantaro.
Todo esto sucedía mientras Andrés Avelino Cáceres estaba replegado en Ayacucho, reconstruyendo el Ejército del Centro. Los chilenos, cuyo mando se había instalado en Huancayo, controlaban toda la región. Los comuneros actuaron por propia iniciativa, sin ningún apoyo militar externo, y en abril de 1882 sacrificaron centenares de vidas en la defensa de Chupaca.
El Perú arrastra una larga tradición militarista. Hemos vivido bastante más tiempo bajo regímenes militares y cívico-militares que gobernados por civiles. Esto ha dado a los militares un peso desproporcionado en la construcción del relato nacional. En vísperas del bicentenario es necesario “desmilitarizar” nuestra historia, y reivindicar el papel de las masas populares en la construcción de la Nación.