Cultural

Erick Benites: “En los 90, no había luz al final del túnel”

Ha publicado “El futuro es una máquina que nunca se apaga”, una novela generacional con claves de thriller.

Viene de la generación de los 90. Antes publicó el libro de cuentos Caja negra, pero ahora, asumiendo el reto, Erick Benites (Lima, 1979) ha escrito su primera novela, El futuro es una máquina que nunca se apaga (Alfaguara). La novela, en realidad un artefacto, narra la historia de Mauricio, un joven zambullido en la música grunge, dirige su empresa de grabaciones como no puede dirigir su vida. Su amigo Javier y su madre, el primo que narra la historia, también viven la zozobra de una generación que Erick Benites ha escrito en clave de thriller.

El título parece un verso vanguardista. Expresa modernidad, pero también preocupación por el futuro.

Sí, pero el futuro en la novela es un poco de lo que ya pasó, que ya no existe. Eso que creíamos que iba a ser en los 90 y no fue.

Sí, los personajes frustrados, inconclusos, como fue la generación de los 90…

Sí, totalmente, sin aspiraciones y frustrados por el lado económico, deportivo, por todos lados. No fue un cambio de siglo muy bonito. Si lo vemos en retrospectiva, no había luz al final del túnel.

Sus personajes viven desgracias compulsivas, pero Mauricio que quiere ser héroe…

Es que las décadas 80 y 90 eran así. Traté de mirar cómo ellos nacen, crecen y por qué estos seres eran así. Mauricio también acaba. En sus vidas todo se corta, de allí que la novela sea bastante fragmentada.

Suceden cosas rápidas como en un videoclip…

Exacto. Es un videoclip noventero. En ese entonces veíamos videoclips en la televisión, no como ahora que se ve en Youtube. No teníamos ese placer instantáneo. Primero teníamos que grabarlo. Ese era nuestro futuro, mecánico; no digital, como ahora.

Pone un trasfondo social, está la “gente de los cerros”, el atentado de Tarata…

Esas escenas las viví, pero no en Tarata sino en La Victoria. Los atentados que hubo en Lima todos estaban conectados. Pero como tú dices, es el trasfondo de la novela.

¿Todo ellos se prefiguran en el carácter emocional de sus personajes?

Bueno, sí, son seres que se dejan llevar por sus sentimientos. Ahora que lo preguntas, Javier no razona, aunque él dice que sí, pero si te das cuenta, es impulsivo. Sus salvajadas parecieran ser naturales, se las agarra con el hijo de la empleada. Y es que todos hemos conocidos monstritos cuando éramos jóvenes, los monstruos existen. Javier es el monstruo de la época.

Javier, Mauricio, el narrador de la historia, en todos ellos el padre está ausente...

Sí, está la búsqueda del padre y lo que él encuentra es el “no padre”. Entonces, no tanto es la ausencia del padre sino el “no padre”. Ese concepto me costó bastante, incluso me di cuenta después que terminé de escribir la novela y lo trabajé más.

Ese rasgo de desamparo de los personajes también funciona como rasgo generacional…

De repente. Cuando uno escribe uno no se da cuenta de esas cosas, pero se termina dando en los ojos de lectores. Mi asunto era encontrar un héroe, pero tampoco lo hallé. Lo que encontré fue un antihéroe. Ahora, si hablamos del padre, para enganchar esa idea paternal, la del 90 es una generación huérfana. Los padres se iban, se quedan solos, no sabían qué hacer...

O hubo suicidios, como ocurre en la novela…

Sí, de niños vimos esas cosas. Cuando yo era niño se suicidó, entre otros, Mónica Santa María, de Nubeluz… la heroína de los niños no encontró una salida.

Los 90 fue una época también de la pólvora. ¿Optó narrar desde lo subjetivo?

Claro, porque hay varias novelas sobre los 90 que tratan el tema social. Ya se trató demasiado, no sé si para bien o para mal. Para mí, lo que falta son perspectivas. O sea, un niño en Ayacucho no ha visto lo que vimos nosotros, y viceversa. Es que existen varias formas de violencia.