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Opinión

Salud y Educación: la necedad de separar lo inseparable, por José Luis Gargurevich

Así como la educación no se reduce a la escuela, convenzámonos de que la salud no se adquiere con la cita médica en el centro de salud o la clínica

GARGUREVICH
José Gargurevich

Otro Mensaje a la Nación más donde quien nos gobierna no nos habla desde la necesidad de las personas que encargaron su mandato, sino desde los Sectores como hemos fragmentado la obsolescencia estatal.

Es artificioso poner la educación y la salud en lugares distintos. Las hemos separado por el fanatismo de la especialización, por una añosa tradición de organizar el Estado en Materias, en cajoncitos de contenidos técnicos que separaron los ámbitos donde los pedagogos y los salubristas, y -antes de ellos- los sabios y los curanderos, solían activar soluciones conjuntas para problemas integrales.

No se puede forzar la separación de lo que en el ciclo de vida de las personas se desarrolla de forma imbricada, y más aún, en la niñez cuando el desarrollo se nutre medularmente de esa unidad: comer bien, dormir bien, sentirse seguro y amado, jugar, mover el cuerpo, pensar y solucionar problemas con autonomía, motricidad y sincronicidad para la independencia: todo lo mide la salud pero también son formas de aprender.

Porque, no, la salud no es una condición que se alcanza, es un aprendizaje que se desarrolla.

El positivismo del siglo pasado en las ciencias de la salud centró los reflectores de la salud en la enfermedad. Irónico, ¿verdad? Pero eso explica por qué las formas tradicionales de abordar los servicios de salud siguieron y siguen la ruta del diagnóstico hasta el tratamiento. El control de la salud se realiza a través del profesional que te cura y no mediando la educación en salud para mantenerte sano. El enfoque de promoción de la salud llega a cambiar eso. Y cuando lo hace, recupera el valor de la educación, que genera hábitos y estilos de vida saludables, no solo para comportamientos individuales sino colectivos (cuidarme para cuidar la salud del otro).

La salud se convierte en el objeto de la salud, y ya no la enfermedad. Le pasa lo mismo a educación cuando no se centra en los aprendizajes, o a la lucha contra la corrupción cuando no se centra en la integridad. El síntoma se interpone en la agenda del propósito final.

Entonces, no es posible aprender sin un punto de partida saludable: 30% de nuestra infancia menor a 3 años sigue afectada por la anemia (y 50% en los hogares de extrema pobreza). Sigue subiendo la preminencia de obesidad infantil en las zonas costeras y urbanas del país. Incrementalmente desde la pandemia, más de la tercera parte de los estudiantes menores de edad han visto afectada su salud emocional. En la evaluación de habilidades socioemocionales del 2023, se halló que los principales desafíos de nuestros adolescentes son aprender de control emocional, de lidiar con optimismo de situaciones de riesgo y de resistencia al estrés. ¿Es posible aprender sin habilidades para ese autocuidado? Y en el mismo sentido, ¿no es ese autocuidado algo indispensable de aprender?

Y más que eso: una de cada cuatro adolescentes en las zonas rurales y la amazonía se ha embarazado; uno de cada tres padres o madres aplican castigos físicos contra sus hijos. Y qué decir de nuestras niñas y adolescentes abusadas sexualmente. ¿Dónde? En las mismas escuelas que les deberían enseñar sobre educación sexual, donde deberían prometer espacios de cuidado y orientación, y no espacios de agresión y complacencia a la impunidad.

Los resultados de la evaluación de aprendizajes nos ponen la urgencia en nuestras narices:  nuestros niños y niñas no aprenden. Y las fallas del sistema educativo también son las fallas de la salud: arrastran la desventaja desde la anemia, con entornos familiares violentos, enfrentados a la intoxicación de quienes los alimentan, desprotegidos por cuidadores que los dejan en abandono, expulsados por la fuerza de la subsistencia económica a las calles y a la explotación. Sin entender la complejidad del problema, que involucra acceso a agua potable, nutrición adecuada, cuidados y protección social, infraestructura, seguridad alimentaria, empleo y articulación gubernamental, no demandamos soluciones creativas y sostenibles que vayan más allá de un solo Sector.

Los resultados que quiere alcanzar la salud y la educación son transformaciones estructurales inseparables en las personas, y por lo tanto, necesitan servicios igualmente complementarios. Prestaciones que derruyan los muros de los Sectores, donde se rompan las reglas obsoletas que no permiten cambios profundos para formas de bienestar integrales.

Porque así como la educación no se reduce a la escuela, convenzámonos de que la salud no se adquiere con la cita médica en el centro de salud o la clínica, sino en el entrenamiento de un músculo saludable que vive en los hábitos con los míos y la comunidad.

Una primera infancia y una niñez sana no se atiende seriamente desde un capítulo más de un mensaje presidencial de 97 páginas: debería leerse desde la introducción radical y estar presente en el colofón emplazante a ser la sociedad que queremos ser y a indignarnos contra el caos que normalizamos. Cerebros sin curiosidad, cuerpos sedentarios, lenguajes sin forma, afectos quebrados. Si no se aprende a ser saludable, no hay autonomía, ni empatía con el diferente, ni pensamiento crítico contra lo impuesto, ni equilibrio emocional que resista con resiliencia, ni ciudadanía justa y libre que se apasione por ser ejercitada.

No hay nación que se sostenga en la negligencia con sus niños. O aprendemos esa lección hoy con los nuestros, o no habrá con quién ni para quién hacer país mañana.

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