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Opinión

Corremos hacia nuestras cadenas, por Jorge Bruce

Los congresistas del Pacto que sostiene a Dina Boluarte en la Presidencia, al ver que su plan de instalar a alias “Vane” en la Fiscalía ha fracasado, redoblan de ardor contra la conspiración caviar.

Bruce
Jorge Bruce

En su libro “El Contrato Social”, Jean-Jacques Rousseau inicia el primer capítulo con la frase “El hombre ha nacido libre y en todas partes se encuentra entre cadenas.” La idea del pensador nacido en Ginebra en el siglo XVIII, es que las personas, pese a haber nacido libres, al insertamos en las instituciones sociales renunciamos a esa libertad. Este aserto debe ser contextualizado, claro está. A menos que nos refugiemos en una cabaña en los bosques, como Thoreau lo hizo durante más de dos años en los EEUU (esta experiencia se describe en su obra “Walden”), todos debemos hacer concesiones para existir en sociedad. Pero es evidente que no son las mismas instituciones -ni por ende cadenas- en Suiza, Corea del Norte o el Perú.

Ahora mismo, entre nosotros, estamos viviendo un periodo en donde dichas instituciones están siendo sometidas a una dura prueba de lo que en ingeniería se denomina resistencia de materiales. A diario, los políticos afiebrados por la ambición afiebrada ante la inminencia de las elecciones, arremeten contra éstas. El alcalde de Lima, al constatar que su tren no se ha convertido, por arte de magia, de chatarra en los EEUU a moderno y eficiente sistema de transporte en el Perú, la emprende contra el Ministerio de Transporte y, cómo no, los caviares que, como la periodista de La República, “sabotearon” su ferrocarril.

Los congresistas del Pacto que sostiene a Dina Boluarte en la Presidencia, al ver que su plan de instalar a alias “Vane” en la Fiscalía ha fracasado, redoblan de ardor contra la conspiración caviar. Va un ejemplo reciente de mi propia experiencia al respecto. Tomo un taxi y el conductor, un personaje conversador, me pregunta si escribo en La República. Le respondo que sí. Luego me dice, sin perder la seriedad, si es cierto que ese diario “está lleno de caviares”. Toditos, le respondo, yo incluido. Luego añade: “¿Es verdad que se reúnen con Gorriti una vez por semana para recibir instrucciones a fin de conspirar contra el país?” Antes de que pueda responder, añade: “¿Y es cierto que Gorriti se pone un traje especial y una máscara?”

Ambos soltamos la carcajada y le pregunto de dónde ha sacado esa imagen (masónica, pensé para mis adentros). “De ‘El Diario de Curwen’, en YouTube”, me aclara. Y comenta: “Esos DBA son la c……”. Y vuelve a reír. Un taxista no hace el verano, demás está decirlo. Sin embargo, me sirvió para pensar que las posverdades y mentiras no son asimiladas mecánicamente, como parecen creer quienes las emiten día y noche. De ahí que las encuestas no arrojen los resultados que esos grupos empeñados en controlar las instituciones, esperan. Y de ahí también, su creciente nerviosismo.

Es cierto que, para vivir en sociedad, es preciso renunciar a una parte de nuestra libertad; eso que Freud llamó El Malestar en la Cultura (1930). La vida social es incompatible sin la represión de pulsiones eróticas y agresivas, como bien sabemos. Las trasgresiones son frecuentes, en particular en Estados fallidos como el nuestro. Aún así, no hemos caído en la anarquía, pese a que cada día parecemos acercarnos más a esa situación de descontrol pulsional. El indetenible aumento del número de asesinatos, violaciones y embarazos adolescentes, es una prueba ácida del fracaso de nuestras instituciones.

Lo cual no significa que seamos más libres. Por el contrario, el fracaso del contrato social conlleva esa instalación de la ley del más fuerte y la consecuente destrucción de la verdad. Las encuestas arrojan, una y otra vez, el repudio de la mayoría de nuestros dirigentes políticos. Dina Boluarte no puede salir en público sin desencadenar estruendosas manifestaciones de repudio: el Perú le es ancho y ajeno. Lo mismo le sucede a la mayoría de congresistas.

Lejos de desanimarlos, esto los hace fugar hacia adelante. La ecuación es muy simple: si en las próximas elecciones, en donde se presenta la desconcertante y absurda cantidad de 43 “partidos” políticos, pierden el poder, a muchos les espera la cárcel o el exilio. De ahí que perciban la justa electoral como una amenaza existencial. Por eso se percibe una sensación angustiosa de peligro, más allá del que se advierte por el mero hecho de salir a la calle. Es mucho lo que está en juego.

Las cadenas a las que aludía Rousseau, en el marco de instituciones que, a pesar de todo, hacen bien su trabajo, son serpentinas de cumpleaños al lado de las que tenemos en el Perú. El recorte de la libertad de expresión es cada día mayor. El Congreso se afana en promulgar leyes que la penalicen, mientras emite otras que favorecen a las diversas mafias de todos conocidas. La última perla ha sido la ley de exonerar de impuestos a las casas de apuestas, dándoles beneficios a quienes lucran con la peligrosa ludopatía. Un congreso lumpen siempre estará a favor, aunque no lo sepa, de promover la patología mental. Lo que nos incumbe, en esta situación de riesgo extremo, es impedir que esos facinerosos permanezcan en sus curules -cuando se dignan aparecer en el recinto legislativo- legislando contra la ciudadanía.

De lo contrario, tendremos que darle la razón al filósofo y escritor del siglo XVIII: corrimos hacia nuestras cadenas. Por eso no hay que olvidar que el evidente nerviosismo de quienes hoy detentan el poder político, es nuestra mejor arma. Si no las tienen todas consigo, es porque no han logrado copar todas las instituciones y, de esa manera, garantizar su permanencia en el poder. Pero lo están intentando, como todos vemos. Aprovechemos su desesperación y las pocas grietas que no han podido controlar.

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