La señora que dice gobernar, pero que en realidad no gobierna, ha recurrido a la vieja confiable de la pena de muerte. Vieja treta de gobernantes que andan en caída libre ante la gente, con la popularidad por los suelos, literalmente hablando. A nadie le queda duda de la demagogia con la que actúa quien funge de presidenta. Puesta contra las cuerdas por su intervención quirúrgica –aceptada por ella misma en el mensaje del jueves–, ya que no comunicó al Congreso que pasaría por las manos de un cirujano, la colocan lista y aderezada para una infracción constitucional.
Usted dirá: bah, una raya más al tigre, porque este Congreso la seguirá protegiendo –y yo debo añadir, hasta cuando les resulte beneficiosa–. Pero no es lo único que Dina Boluarte pretende taparnos con su cortina de muerte. Acorralada por sus escapes al sur no aclarados –ni por ella misma en el mensaje del jueves–, va camino a una ruta oscura, a un túnel sin retorno del que algún día la justicia echará más evidencias, con lo que la prisión es el más probable de sus destinos. Intoxicada por proteger a su ministro y amigo, Julio Demartini, responsable político del reparto de comida malograda a niños y niñas, sin que haya una sanción debida por tan pusilánime acción. Ahogada por una aprobación que se licúa en el margen de error y cuyo resultado toca el cero sin escalas.
Jamás ha ocurrido eso en toda nuestra historia. Ni con el primer gobierno de Alan García. Ni en todo el mundo mundial con todas sus desgracias. Dina Boluarte es la peor gobernante del planeta. El premier Gustavo Adrianzén quedó en ridículo, una vez más, pues cuando salió el 3% de Datum sostuvo que el sondeo se hizo antes de APEC. Ipsos le ha respondido esta semana con un 4% para Boluarte y un equitativo 4% para él. Cosas de este gobierno que, ante la sociedad, es cualquier cosa menos un gobierno que se precie de ser tal.
La presidenta ha decidido jugar con fuego. Especialistas certeros, como César Azabache, apuntan a que el dichoso anuncio de la pena de muerte acentúa la polarización de cara al 2026. Ciertamente, esta condena letal la exige un grupo del país sin saber ni los tiempos para ponerla en práctica –se calcula que sería en tres años y esto es–, ni quién o quiénes la aplicarían, ni de los tratados internacionales que habría que romper con tal de cumplir la majadería de la señora. Es tan torpe y sin horizonte el salir a declamar sobre la muerte para los violadores de niños y niñas, que ni la propia Boluarte sería capaz de ver en la práctica la utopía que está proponiendo. El trámite es larguísimo. Los tiempos a Boluarte solo le cuadran para una distracción que ni siquiera fue capaz de refrendar en el mensaje a la Nación, en el que solo se dedicó a defender el pellejo. Dice no proteger a corruptos, pero ni una palabra del prófugo Nicanor.
¿Por qué la presidenta no comunicó al Congreso que se sometería a una intervención que involucraba su salud? La pregunta se responde sobre el pacto que gobierna el Perú de hoy. El fujimorismo, el acuñismo, el porkysmo y el lunismo son los que tienen la sartén por el mango del país. Todos ellos, con Boluarte de cómplice protagónica, están gestando el crecimiento de las mafias que extorsionan, que matan y que contaminan; son los auténticos socios de la minería ilegal, el mal endémico que, como en los ochenta, lo fue el terrorismo.
Es fácil imaginar a los mafiosos destapar una cerveza por cada ley que aprueba este Congreso. ¿Y por qué, entonces, la presidenta no informó nada al Congreso y, lo que es más grave aún, el Congreso no dice esta boca es mía? La respuesta, como digo, está en el pacto ya visible y formalizado, que se resume en un guion muy obsecuente: yo no les informo y, así, yo les dejo pasar todas sus leyes. Todo un ucase por donde se le mire. Fíjense bien cómo la delincuencia y el desmadre aumentan en la medida en que el Congreso y el gobierno avanzan en tramitar la impunidad, eliminando ahora la detención preliminar para, por ejemplo, los violadores.
¿No era un tema de Estado para Dina Boluarte, tanto que hay rumores de un referéndum que estaría maquinando? El mal chiste que es todo este quinquenio se cuenta solo. Tan malo como el de Morgan Quero, que terminó ofendiendo a las víctimas por las protestas a Boluarte. Llamarlos ratas y luego querer desdecirse lo pintan de cuerpo entero. Pero, resignémonos, ni el gobierno ni el Congreso harán nada; solo hasta que este último decida que la señora ya no les es útil y la enviarán a que se la coman los leones.
La única salida ante esta crisis es la alianza de partidos democráticos. Quienes han presentado sus inscripciones no pueden seguir el juego de los cuarenta partidos en la cédula. Si las elecciones del 2026 –o si no son antes– se rigen con una cartilla de votación tamaño king size, estaremos peor que en el 2021. La representación se atomizará al punto de que mandarán todos y nadie. Y esto podría ser la jungla en versión Tren de Aragua.
Es urgente que las agrupaciones políticas conformen alianzas sólidas, entendimientos mínimos y programas de gobierno que apunten al consenso. El centro siempre es el punto medio. Ya basta de tratarnos de caviares y de fachos. Nos estamos desangrando y así la patria no aguantará siquiera hasta el 2025. Es la hora de unirnos. La señora que dice gobernar, pero que en realidad no gobierna, ha recurrido a la vieja confiable de la pena de muerte. No le hagamos caso. Es el cohetecillo de quien se sabe perdida. Su guion mortal nos divide y, divididos, nos vamos a la mierda.