Sigue creciendo el riesgo principal para la estabilidad mundial, que no son Irán y el terrorismo que financia —Hamás, Hezbolá, hutíes—, la ambición geopolítica de Vladímir Putin y Xi Jinping en Ucrania y Taiwán, el crimen organizado mundial o la degradación ambiental, sino Donald Trump.
Anteayer tuvo una segunda gran victoria en New Hampshire en las primarias para la nominación a la candidatura republicana en la elección presidencial de noviembre, que ratificó su triunfo en Iowa una semana antes.
Su avance es imparable, y la esperanza principal para detenerlo es que vuelva a perder, como cuatro años antes, frente al actual presidente Joe Biden, pero la especulación apunta a que sería una contienda muy disputada en la que cualquiera puede ganar, casi como lanzando una moneda al aire.
No es, sin embargo, una elección cualquiera. The New York Times cree que “Trump no ofrece al votante nada parecido a una opción normal entre republicano o demócrata, conservador o liberal, gobierno grande o pequeño. Enfrenta a Estados Unidos con una elección mucho más fatídica: entre su continuidad como una nación dedicada a ‘las bendiciones de la libertad para nosotros y nuestra posteridad’, y un hombre que ha mostrado con orgullo un abierto desdén por la ley y las protecciones e ideales de la constitución”.
Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group, cree que la elección de noviembre “pondrá a prueba la resiliencia de la democracia estadounidense como nada que haya experimentado Estados Unidos en más de 150 años”.
Y The Economist prevé que la principal amenaza para la estabilidad mundial sería la elección de Trump. La inversión de Estados Unidos, por ejemplo, observa esa posibilidad como una proyección peligrosamente incierta.
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En un mundo tan complejo como el actual, en el que una tercera guerra mundial ronda como una amenaza creciente, Trump en la Casa Blanca sería elevar tremendamente el peligro.
Por ello, hay quienes observan las debilidades de un postulante como el presidente Biden, y creen que, por ello, el partido demócrata debería ponerle al frente una supercandidatura, que bien podría ser un Obama, no Barack, sino la ex primera dama Michelle.