No se podrá resolver la crisis económica actual mientras el gobierno no reconozca que el problema central radica en el debilitamiento de la inversión privada, y actúe con liderazgo en los hechos, y no solo en el discurso, para revertir la tendencia.
La inversión privada viene cayendo desde hace al menos una década. En el gobierno de Alejandro Toledo (2001-2006) equivalió a 14,1% del PBI; en el de Alan García (2006-2011) a 18%; en el de Ollanta Humala (2011-2016) llegó a su pico (20,1%); y en el accidentado lustro siguiente de PPK-Vizcarra-Merino-Sagasti (2016-2021) cayó a 17,6%.
Esa tendencia se agravó en la presidencia de Pedro Castillo, quien le propinó un fuerte golpe a la confianza empresarial al mellar el sentido de futuro del Perú, de lo cual el país aún no se recupera. En este 2023, la inversión privada caerá 5,3%, acumulando dos años consecutivos de decrecimiento.
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Cambiar esa tendencia es el desafío económico clave del gobierno, y no lo va a lograr como lo viene intentando. Por ejemplo, con explicaciones conceptuales sin sentido de si estamos o no en recesión, cuando lo importante es que no se generan empleos ni mejores ingresos y la gente está cada vez peor.
Tampoco lo conseguirá con declaraciones y road shows que hablan de promover la inversión privada, pero que no están acompañados de la remoción de los obstáculos incrustados para impedirla. Hugo Santa María, de Apoyo Consultoría, señaló ayer en Gestión: “No vas a tener una autoridad que diga que está en contra de la inversión privada, pero en la práctica sí están en contra. Es carísimo emprender en el Perú”.
El ritmo de la inversión pública debe acelerarse y mejorar su calidad, mientras el gasto en sectores vulnerables de la población debe reactivarse con eficiencia, pero mientras el gobierno no lance una cruzada para recuperar la inversión privada —removiendo los obstáculos que la afectan, desde burocráticos hasta ministros que no entienden su importancia, y enfrentando con ideas y respuestas concretas a sectores políticos, mediáticos y sociales que se oponen—, el país seguirá estancado y el gobierno empantanado, con la consecuencia de tener menos crecimiento y trabajo, más pobreza, y más enojo en la gente.