El medio siglo del golpe militar de Augusto Pinochet que derrocó a Salvador Allende es una fuente valiosa de lecciones no solo para los políticos de Chile sino, también, del Perú, como se desprenden de un artículo de ayer de The Economist que acá se resume.
La primera lección es ‘nunca más’. Hay quienes sostienen que el golpe lo organizaron Richard Nixon y Henry Kissinger para evitar una segunda Cuba en América Latina, lo cual es cierto, pero olvidan que muchos chilenos participaron y apoyaron lo mismo, pensando que sería temporal. Se equivocaron. Pinochet dirigió una dictadura sangrienta de 17 años que asesinó, torturó y exiló a miles, aduciendo que la construcción de la prosperidad requiere liquidar la democracia.
Lo cual es falso. El progreso que Chile alcanzó con los Chicago Boys no justifica esa mancha infame. Lo evidencia la prosperidad que el país y sus ciudadanos lograron a partir de los gobiernos de centroizquierda de la Concertación desde 1990, en democracia.
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Segundo, Allende es recordado como un mártir de la democracia, pero su gobierno fue un desastroso fracaso político, con indefiniciones entre el ‘camino chileno al socialismo’ y su vocación marxista que se plasmó en el control estatal de la economía, el cual demostró ser un fiasco en Chile al igual que en todos los sitios donde se intenta.
Tercero, se debe comprender —izquierdas y derechas— que la democracia, los derechos humanos y el Estado de derecho ofrecen la mejor protección para los que no tienen poder. Cuarto, la mejor manera de lograr un cambio duradero y sociedades más justas e igualitarias es mediante reformas que cuenten con un amplio consenso político. Allende quiso imponer una revolución sin mandato popular ni mayoría parlamentaria para ello. Quinto, los ciudadanos comunes tienen una demanda insatisfecha por orden y seguridad, lo cual se olvida con frecuencia.
En Chile, el intento de redactar una nueva constitución fracasó por el extremismo de la nueva izquierda de Gabriel Boric, y ahora la del partido del derechista José Antonio Kast puede condenar al fracaso un segundo intento.
La polarización entre corrientes en pugna que solo miran al pasado, es la mejor receta para el fracaso.