“¿Doctor, ¿Qué opina sobre los niños que se mueren de frío?”, pregunta la periodista. El ministro de salud le responde: “Señorita no mueren de frío, mueren por la pobreza”.
Así es, la respuesta del entonces ministro Uriel García, nos sentencia.
El 42% de los niños de 6 a 35 meses de edad en el Perú padece de anemia (2023, Endes-INEI).
Todas las investigaciones señalan que, en ese periodo de vida, la anemia conlleva consecuencias para el resto de la existencia: escaso desarrollo cerebral, lento aprendizaje, pobre razonamiento, baja comprensión lectora y auditiva, dificultades para entender instrucciones laborales.
Puno, encabeza el penoso primer lugar con 67%; le siguen Ucayali (66%), Huancavelica (65%), Loreto (63%), Madre de Dios (61%); en Arequipa (34%).
Casi la mitad de la población infantil (42%) que irá al colegio, será casi por gusto; simplemente no aprenderá, tendrá certificado de secundaria completa, ingresará a la universidad, la terminará, sacará su título profesional: ni si quiera cumplirá lo mínimo para ser una persona útil.
Es cierto que hay otros factores que contribuyen a que un niño sea en el futuro una persona descalificada: padres que creen que solo en la escuela se enseña, colegios mediocres, a ninguna institución le interesa el problema.
En apariencia, encontramos personas “normales”, sin embargo incapaces de resolver problemas elementales; ausente el “sentido común” los convierte en incapaces, para decirlo en simple: se les dice “a” y hacen “b”; son inseguras, presas fáciles de repetir moldes que la sociedad sigue dictando como patrones de conducta: machismo, racismo y todos los “ismos” del adocenamiento.
La rutina de la mediocridad, vista anémicamente, dilucida el país que somos, que lamentablemente seguiremos siendo. Fue y es por la pobreza.