Por Sandro Mairata | @CINENSAYOLat y @smairata
Los ojos de Tammy Faye es de ese tipo de cintas concebidas alrededor de una historia poderosa que termina siendo vehículo de lucimiento de su intérprete principal. En este caso es Jessica Chastain, quien brinda una clase maestra de construcción de personaje, replicando al milímetro la corporalidad y gestos de Tammy Faye Bakker, una de las más grandes y estrafalarias estrellas del teleevangelismo estadounidense. Chastain en efecto ha sido premiada por este rol y se va por el Óscar a Mejor Actriz al tiempo de escribir este texto.
Es una historia un poco ajena para el público latino desde el ángulo de la vida misma de Tammy Faye, pero avanzada la película veremos los inicios del ‘Club 700′, el espacio evangélico televisivo de presencia dominante en América Latina durante casi dos décadas. El escándalo del ascenso y caída del poderoso matrimonio Bakker dejó profundas cicatrices en Estados Unidos, empeoradas por el gigantesco escándalo del pastor Jimmy Swaggart, quien fuera captado con prostitutas poco después de la caída de los Bakkers.
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Tammy Faye conoce a Jim Bakker (Andrew Garfield) en una escuela de estudios bíblicos y se hacen esposos. Iniciarán un intenso camino erigiendo un imperio con base en programas televisivos (entre ellos el ‘Club 700′), propugnando el “evangelio de la prosperidad”, la teología que dice que Dios quiere que seamos ricos. Malos manejos, deudas impagas, acusaciones de homosexualidad e infidelidad por parte de Jim les crearon enemigos, sobre todo entre líderes religiosos como Jerry Falwell (Vincent D’Onofrio).
El filme reconstruye los hechos con pulcritud y muestra momentos bien logrados para ilustrar el mundo interior de Tammy Faye: la tesis del director Michael Showalter es que Tammy Faye tenía un espíritu inocente, con muy baja malicia por su formación basada en la bondad. Los jóvenes se burlaban de ella, la gente murmuraba sobre su maquillaje permanente de cejas y contornos labiales. Su vestimenta extravagante no ayudaba. Aun así, Tammy Faye siempre mantenía los ánimos arriba, atreviéndose a promocionar un discurso inclusivo a las minorías LGTB, que en los ochenta y noventa era poco menos que herejía.
Tanto Garfield como Chastain ofrecen grandes performances, pero ambas sufren de un gran enemigo: el maquillaje. Garfield tiene un aspecto demasiado joven, demasiado flaco para su rol y nunca llegamos a ver del todo a Jim Bakker, vemos a un chiquillo con el pelo pintado de viejo. No era el actor para este rol. Del mismo modo, las prótesis para hacer de la estilizada Chastain una rolliza cachetona lucen como artificios extraños en un rostro bello. Hay también un intermitente problema de química entre ambos que daña la verosimilitud de la historia. Igual, este es uno de los títulos indispensables de la filmografía de Chastain.
Evangelio del dinero. Andrew Garfield y Jessica Chastain reconstruyen el ascenso y caída del matrimonio Bakker. Foto: difusión