El beneficio de la duda a un presidente entusiasta por la clandestinidad y enemigo de la transparencia se podía justificar al inicio porque nunca había sido autoridad –aún del más bajo nivel– en la administración pública, pero ya son tantos ‘ampays’ a Pedro Castillo que seguir creyendo que es ingenuidad parece complicidad.
Sus ayayeros celebraron que no quisiera usar palacio de gobierno con el biombo de que sería museo, para poder despachar en secreto en la calle Sarratea, y cuando se lo obligó a trabajar donde sí se le pudiera controlar, volvió a Breña de noche, sacándole la vuelta a la ética, recibiendo visitantes que eran proveedores y contratistas del estado.
Como los que llegaron a Breña de la mano de Karelim López a reunirse con Castillo y, luego, ‘ya se ganaban alguito’: una buena pro por S/232.5 millones en un concurso muy sospechoso.
O como el empresario petrolero que fue a palacio, también con Karelim, a visitar al presidente Castillo y, poco después, obtuvo un contrato con nombre propio, en otro concurso sospechosamente alterado, por US$74 millones.
Esta modesta columna ha hecho notar, desde ya hace buen tiempo, que alrededor de Petroperú están ocurriendo –en el gobierno de Castillo– zafarranchos sospechosos de corrupción, al igual que en varios otros sectores –energía y minas, trabajo, justicia, transportes y comunicaciones– en donde se habla con insistencia de cobros indebidos por asuntos diversos.
Y que, encima, en el baño del secretario del presidente Castillo, Bruno Pacheco, se encuentre US$ 20 mil, luego de la evidencia de su intención de obtener favores indebidos en los ascensos militares y en la Sunat. Ahora su abogado dice que eran de una ‘herencia’.
Y que, peor aún, el lunes el presidente Castillo pretendiera obstruir el trabajo de los fiscales en palacio.
En todos los casos, el presidente guarda silencio, y cuenta con el silencio cómplice de buena parte de la izquierda peruana, que tilda a quienes cuestionan la promiscuidad de Castillo con la corrupción de derechistas, racistas o corruptos, en vez de preocuparse porque palacio de gobierno –y su anexo de Sarratea– ya se ha convertido en Yompián, donde ganan los que van, como decía la publicidad de hace varios años.
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