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Opinión

El virus político de la corona

“No hay mejor educación cívica que la identificación con autoridades (padres, profesores, jefes...) que en su quehacer cotidiano ejerzan democráticamente su autoridad”.

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“No hay mejor educación cívica que la identificación con autoridades (padres, profesores, jefes...) que en su quehacer cotidiano ejerzan democráticamente su autoridad”.

(*) Sicólogo social, Universidad de Lima

A mediados de los cincuenta, el politólogo Gabriel Almond planteó una idea que hoy resuena en la crisis de las vacunas, que el funcionamiento de un sistema político no se da simplemente porque existan una serie de normas jurídico-políticas establecidas, sino que interviene también la cultura política sobre la cual se monta ese aparato formal.

El sentido común asocia la cultura política con conocimientos o educación cívica. Acá aludimos a un conjunto de hábitos, normas sociales y representaciones simbólicas que compartimos con relación al poder y la convivencia. No determinan nuestro comportamiento en el día a día, pero sirven como referencia y recursos en diversas situaciones. Varios analistas e investigadores han señalado cómo esta situación pone en evidencia que lo que funciona en nuestro día a día es una cultura del compadrazgo, las argollas que señala Nureña, el tantas veces estudiado patrimonialismo, el “se acata, pero no se cumple” que se ve en mascarillas que solo cubren la barbilla. Hay una relación entre “los hermanitos” del Poder Judicial y la vacunación a miembros de la familia. La idea inicial de Almond perdió luego el norte por temas que acá no vienen al caso desarrollar, pero el concepto general tiene plena vigencia. En el año del bicentenario, esta crisis nos obliga a un mínimo de reflexión donde nuestra precariedad democrática duele y nos hace dudar de nuestra viabilidad. Pero mejor mirar lo que somos para plantearnos un cambio.

Uno se pregunta cómo transformar esta situación, y acá juegan un rol importante por lo menos dos cosas que deben vincularse: los liderazgos y la participación ciudadana. Es cierto, como se ha señalado, que nadie está para tirar la primera piedra, ni la segunda, ni la tercera. Pero también es verdad que una cosa es esta cultura política en funcionamiento cuando no se está en una situación de poder que cuando se ejerce el mismo, formal y/o simbólicamente.

Pienso en los alumnos que participaron en el experimento con el Dr. Málaga, que eventualmente habían escuchado de lo inadecuado de ciertas prácticas, pero cuyo líder les planteó vacunarse. Quienes están en política y puestos de poder tienen un rol fundamental en ese proceso de cambio y aprendizaje. En una reciente entrevista, la psicoanalista Matilde Ureta de Caplansky nos recordaba la importancia de las instituciones para nuestra convivencia. Las mismas son importantes no solo como control externo sino como modelos de identificación. Dicho de otro modo, no hay mejor educación cívica que la identificación con autoridades (padres, profesores, jefes, dirigentes) que en su quehacer cotidiano ejerzan democráticamente su autoridad, donde el respeto por los demás sea una característica. Sin embargo, todavía algunos creen que una ambigua “mano dura” es la solución para muchas cosas. Lo otro, es la participación ciudadana. Visto en dolorosa perspectiva, uno podría decir que en los 80 se restableció el sistema democrático, pero poco pasó con nuestra cultura democrática.

La cultura política de quienes han estado en diferentes instancias del poder se ha seguido moviendo en una lógica de feudos. Primero Belmont y luego Fujimori pusieron en evidencia la desafección de la población por los partidos, pero estos poco hicieron por renovarse y cambiar. Muchos que aparecieron como símbolos del cambio terminaron siendo parte del problema. La ciudadanía, por su débil capital social, no logra rearticularse y muchas veces reproduce esta lógica de privilegios o esperanza en salvadores. Sin embargo, también hay sectores que ya no tienen tolerancia para reyes ni reyezuelos, aunque algunos sigan creyendo que tienen corona. Ese es otro virus. Puede que en un cambio generacional esté la clave, pero en algún momento tanta indignación se comenzará a reconstruir desde su relación con un liderazgo adecuado.

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