A estas alturas inevitablemente se padece un mareo de cifras covid-19. Al comienzo eran los datos claves para ubicarse frente a la pandemia. Teníamos las cifras del país y las del mundo, dos series que parecían no tocarse. Pero entonces aparecieron aquí las cifras por región, provincia, y distrito incluso. Un creciente esfuerzo de atención.
Hubo un periodo en que se podía seguir las cifras acumulativas de infectados, salvados y muertos en el país, incluso en todo el mundo. Hoy son gigantescas cantidades que apenas nos permiten vislumbrar generalidades: el problema crece o disminuye, a unos países o regiones les va mejor o peor que a otros. Nadie quiere recurrir a una calculadora.
A partir de un momento todas estas cifras, nacionales y locales, empezaron a ser relativizadas en los medios. La provisión de cifras se fue desdoblando en dos: la verdadera y la falsa, la exacta y la imprecisa, la medida sobre el terreno y la deducida a partir de otras cifras, la razonable y la inverosímil.
Desde entonces, decidirse por una versión empezó a ser arriesgado. La ciencia que estudia el virus fue arrojando más números que el hombre común y corriente no tiene cómo confirmar. Por ejemplo, el virus puede no viajar por el aire, viajar dos metros, cuatro, y hasta ocho, según las diversas conclusiones hasta el momento.
Pero la pandemia se define sobre todo por los números, los grandes y los chicos, y es imposible no seguir hipnotizados por ellos, puesto que allí se está definiendo nuestro futuro. Pero hipnotizados no quiere decir informados. Cada vez cuesta más asumir una cifra pandémica que no venga acompañada de una historia humana.
Hasta este año los grandes números, los cuadros y la gráfica eran casi una exclusividad de la economía, y el apoyo de su prestigio científico-matemático. En el 2020, con los bolsillos supeditados a la marcha del virus, esos recursos del power-point económico se han convertido en una sucursal de la epidemiología.
Resumiendo, las cifras covid-19 sobre infectados y muertos a la fecha empezaron por despertar una curiosidad nerviosa, pasaron a asustar, descorazonar y esperanzar, y ahora simplemente están hartando. Entre otras cosas porque son inevitables.