Desde el estudio de la política se insiste en la necesidad de una opción de centro al considerar que protege la supervivencia de la democracia, pues cumple el rol de bisagra entre los extremos políticos y, además, frenaría el avance de propuestas radicales o antidemocráticas. Un análisis desde la teoría de nuestra actual polarización política nos haría pensar en la necesidad de contar con partidos centristas que asuman este rol mediador, facilitando relaciones y limitando propuestas radicales. Sin embargo, si miramos la conformación de nuestro Congreso veremos que un importante número de parlamentarios conforman bancadas “de centro” y no por ello han logrado constituirse en bisagra democrática. Y es que, por un lado, nuestro centro político es lo que podríamos llamar un “centro precario”: un centro que con facilidad se posiciona junto a uno de los extremos y que, además, ha respaldado, en ocasiones, tentativas antidemocráticas. Lo otro es que aún se entiende el centro como espacio de “indeterminación”, cuando debiese asumirse desde una real construcción política, lo que seguirá siendo difícil en el contexto de un sistema de partidos poco institucionalizado. La tarea de construir un centro responsable y democrático parece más compleja en el país, aunque no por ello menos necesaria.
Por opción de centro entiendo algo más programático que los centros que uno observa hoy en el Congreso (APP, AP). Son sin duda “centros” al estar localizados entre izquierdas y derechas duras, con posiciones radicales en algunos temas, pero distan de tener programas “de centro” como buscar un mejor balance entre Estado y mercado, promover la igualdad y garantizar libertades básicas. Por centro, entonces, entenderé lo que solemos llamar en América Latina un centro reformista y, sí, sería muy importante contar con opciones centristas mejor representadas en el Congreso y en la política en general. Son (somos) muchos más los centristas que lo que hoy vemos en nuestra política, creo que no mayoritarios, pero sin duda más relevantes que los pocos congresistas que hoy representan estas posiciones. Creo, sin embargo, que tan importante como un partido de centro es que haya derechas e izquierdas moderadas, fuerzas centrípetas en un sistema hoy jaloneado hacia los extremos, sin ellas es muy difícil construir confianza entre los políticos y establecer agendas de mediano plazo. Sin esos grupos hay una serie de agendas y políticas públicas que desaparecen del escenario político. Peor, se convierten en carta de cambio entre grupos a los que les importa poco.
La falta de opciones de centro consolidadas es un problema que vive Latinoamérica, pero parecía que el Perú iba a librarse de ello. Sin embargo, el reciente proceso electoral presidencial colocó al país entre los discursos de la extrema derecha y la extrema izquierda. Cierto es que ambos polos han tratado de camuflarse y moverse hacia discursos menos extremos. Prueba de ello son los esfuerzos, aunque débiles, que hace el presidente Castillo para tomar distancia del posicionamiento comunista y, de otro lado, el de los defensores del modelo neoliberal que dicen que ahora sí se atendería las necesidades de los menos favorecidos. Se reconoce, finalmente, que la mayor parte de la ciudadanía quiere una opción que le garantice la posibilidad de progresar con base en su esfuerzo, para lo que se requiere reducir las desigualdades históricas de nuestro país. Una opción de centro debería recoger el espíritu emprendedor del peruano, su deseo de acumular y de ser incluido exitosamente en el sistema capitalista, para lo cual se necesita acabar con el mercantilismo, con las argollas del sector público y la mala praxis de los grupos de poder que buscan su propio beneficio. Aceptar que el Estado tiene que planificar, hacer respetar las leyes y mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos sin convertirse en un peligro para el desarrollo económico es lo que necesitamos.