No quedan rastros. De la infancia de Moisés Piscoya Arteaga, activista e intérprete de lengua de señas, no quedan rastros. En las únicas tres fotos del álbum familiar aparece junto a sus hermanos o distraído con alguna travesura. Nunca con papá. Nunca con mamá, porque no la conoció.
Acababa de cumplir un año cuando ella falleció, tras una complicación en el último parto, de modo que Mónica, su hermana sorda, lo amamantó con fórmulas neonatales. Lo llevó al nido y después al colegio. Le enseñó la lengua de señas incluso antes de que empezara a gatear. Moisés asumió hasta la adolescencia que mamá era su hermana. La realidad le produjo un temblor de emociones, pero no duró mucho. El tiempo le iba a dar algunas respuestas y, sobre todo, desafíos: en 2010, junto a otros intérpretes y profesionales de la comunidad sorda, impulsó la Ley 29535 mediante la cual el Estado reconoció la lengua de señas peruana (LSP) como idioma oficial de las personas sordas del país. Después llevó su activismo a la TV, donde trabaja desde hace más de una década. Y ahora, junto a sus colegas, vuelve a empujar la propuesta de profesionalización del intérprete de LSP. En base a países modelo, proponen que la carrera abarque cinco años y que los egresados obtengan el título de Intérprete Profesional de LSP. La iniciativa no solo avalaría –con un estándar profesional y ético– a quien realice esa labor, sino también ampararía el derecho de la comunidad sorda y las personas oyentes a recibir información completa de cada parte.
La mayoría lo oficia de manera empírica –tiene variable información y habilidades– porque no existe una Facultad especializada como hay, por ejemplo, en EE. UU. y Europa, o Colombia, Venezuela, Brasil y Argentina, donde inició como tecnicatura de tres años y después se amplió. En 2019, el Ministerio de Educación peruano sostuvo una propuesta consensuada para plantear una carrera técnica de tres años, pero la comunidad sorda y los intérpretes demandan que sea de cinco. El Minedu, por ley universitaria, no tiene injerencia en el ámbito de la educación superior. Además, las universidades son autónomas, de modo que no se les puede imponer la apertura de una carrera afín. La regulación profesional es una espera sin rumbo definido. “Y ya no podemos seguir aguardando”, enfatiza Susana Stiglich, presidenta de la Fundación de personas sordas del Perú. Algunos intérpretes, como Moisés Piscoya, debieron especializarse en el extranjero por cuenta propia mediante congresos, o reunieron esfuerzos para que profesionales de afuera llegaran a capacitarlos. En el imaginario colectivo, ocupan un recuadro mínimo en el televisor. Pero su labor es determinante: rompen las barreras de comunicación y, sobre todo, preservan los derechos fundamentales.
Fotografía: John Reyes
El sistema educativo peruano todavía carece de docentes que dominen la LSP. Mucho menos incluye intérpretes o modelos lingüísticos. “Los niños sordos recién aprenden señas entre los 7 y 10 años, cuando su parte cognitiva no ha sido estimulada –dice Moisés, que ve de cerca los casos–. La influencia de los padres es puntual: si detectan que su hijo o hija nace con discapacidad auditiva, o quedan sordos por accidente o enfermedad, deben priorizar su aprendizaje de LSP. Muchos entienden tarde que esa es la base de todo”. No hay estadística oficial, pero en gran medida las personas sordas del país no aprenden a escribir ni leer. Tampoco acceden a educación superior –Susana Stiglich estima que el 90% de la comunidad sorda no es profesional– y los pocos que ingresan a universidades estudian con ese derecho negado: contratan su propio intérprete que, a menudo, flaquea. “La mayoría de intérpretes empíricos actuales puede interpretar bien de español a LSP –agrega Stiglich–, pero fallan mucho cuando lo hacen de LSP a español. Hay una gran debilidad. Con formación ese trabajo sería más profesional y ético”.
El niño articulaba palabras con dificultad. Cuando su familia le hacía preguntas, replicaba mediante señas. Unas tías se mudaron a casa para estimularlo. “A ver, Moisés, dinos algo”, le decían. Él incluso soñaba con señas. “En el sueño conversaba con las manos y entendía como si fuera una persona sorda –cuenta Moisés–. Después lo consulté con un doctor lingüista y me dijo que se trataba de algo normal porque soy nativo, porque mi hermana me lo heredó”. Mónica había perdido la audición por una meningitis de infancia. Moisés aprendió a pedirle comida en base a señas, que lo lleve a dormir, que lo abrace cuando se sentía solo. Papá se entregó al trabajo como taxista para sostener el hogar. “Todos éramos chiquitos cuando mamá falleció –sigue Moisés–. Para que te hagas una idea, mi hermano mayor tenía 15 años”. Las fotos muestran a mamá sonriendo, en medio del paisaje, maquillada tenuemente, libre al viento.
–Mamá es una construcción de recuerdos que no son míos, del amor que dio a otros.
La primera vez que Moisés recibió un pago como intérprete tenía 19 años. Había iniciado las carreras de Contabilidad y Administración, pero no las concluyó porque ya se había asomado de lleno a ese mundo de las manos que ‘hablan’. En 2008 llegó la oportunidad de la televisión: reemplazó a una colega en Latina. A la par, con otros, conformó la Asociación peruana de Intérpretes. En 2016 apareció en el canal del Jurado Nacional de Elecciones y, en unos meses, fue convocado para TV Perú, donde se ha mantenido desde entonces. Lo hemos visto en mensajes presidenciales, en noticieros, en Aprendo en casa, en videos institucionales. Tiene 38 años, el cabello engominado hacia el costado, la voz pausada que ahora dice:
–Lo poquito que he hecho es significativo para el siguiente paso. Me hubiera gustado que mamá lo viera, pero está Mónica. Siempre tuve a Mónica.
Su hermana Mónica perdió la audición por una meningitis. Ha sido su segunda madre.
El Ministerio de Cultura no incluye la LSP en sus políticas lingüísticas. “Si bien la cartera hace una gran labor con otras lenguas originarias, y da cursos y material para intérpretes de esas lenguas, a nosotros nos excluye porque no la acepta como lengua originaria de Perú”, apunta Alexandra Arnaiz, quien empuja la iniciativa de profesionalización con Moisés. A falta de regulación –agrega Arnaiz–, algunos intérpretes han invadido ámbitos donde la vida de la persona sorda está en riesgo (temas policiales, judiciales, hospitalarios). El cambio de escenario político es otro revés: “Cuando un nuevo gobierno entra, todo lo avanzado vuelve a cero. Pero si pudimos en 2010, podremos ahora”.
Es jueves por la noche y en un rato Moisés Piscoya ingresará al estudio. Se está alistando. Dice que Mónica, su hermana mamá, solo estudió hasta primaria. Que lidió muchas veces contra la exclusión.
–He sufrido su tristeza –hay silencio; solo resuena su voz–. Se han burlado, nos han relegado. Pero ahora hay personas más empáticas. Igual no basta. Un día me preguntaron por qué insistimos y dije que, si una sola persona genera esa empatía, ha valido la pena.