Era uno de sus sueños. Ser mago y trabajar en un circo. Pero se hizo artista, que también era otro sueño. Sin embargo, la ilusión del circo nunca se ha ido. Sus lienzos, en poética surrealista, están habitados con personajes mágicos del mundo circense. Ronald Companoca sigue siendo leal a su sueño.
Pero el artista también guarda otra lealtad, a sus juguetes de niño pobre. Ese es el otro mundo que también aparece en sus pinturas. Companoca tampoco abandonó sus juguetes.
Ese mundo mágico, en que aparecen arlequines, animales salvajes, con ornamentos de feria, actualmente puede verse en la muestra “Sueños y quimeras. Un viaje de ensueño con los ojos abiertos”, que el artista exhibe en la galería Índigo en San Isidro.
A pesar de que Companoca ha expuesto en La Haya (Holanda), Monterrey (México), Santiago de Chile, por supuesto que también en Arequipa, esta es su primera muestra individual en Lima. Hasta ahora las galerías de Lima le habían sido esquivas a pesar de que, como artista, el 2004 ganó dos premios: el Michel & CIA y el John Constable, del Centro Cultural Británico.
La muestra es un viaje surrealista en el que el pintor, además de recoger vivencias de sus años de infancia, ofrece una visión lúdica del tiempo, de la sabiduría y también de la fragilidad y fugacidad de nuestra existencia. No describe, eso sería prosaico. Ronald Companoca solo pone símbolos, a manera de guiños, para que el espectador realice su propio viaje.
Ronald Companoca, de ancestros cusqueños, nació en Arequipa en 1981. Creció mirando cómo su hermano mayor recreaba en cartulinas la campiña arequipeña. Arturo era autodidacta y pintaba acuarelas.
“Tanto lo miraba que un día me dijo, ‘ven acá, te voy a enseñar’. Desde entonces no dejé de pintar, aunque después también he querido ser mago e irme con un circo. Mi hermano dejó de pintar, pero yo me quedé con sus enseñanzas”, dice Ronald a manera de confesión.
La pintura se convirtió en una pasión, que en el colegio le impedía hacer sus tareas, tanto que en un momento, cuando estuvo en cuarto de secundaria, le dijo a sus padres que mejor ya no perdía el tiempo y se dedicaba a la pintura o se iba con un circo.
“Ese año me decía, ya no más colegio. Me dedico a la pintura o me voy como mago con un circo. Recuerdo que solía hacer malabares con naranjas. Para mí pintar era como un viaje, en mis adentros quería ser libre, como los circos, que siempre viajan en libertad. Pero mis padres no querían un vago, me obligaron a terminar el colegio”, dice el artista.
Había terminado el colegio, pero ya sabía qué seguir. Desistió de la idea del circo y decidió postular a la escuela de arte de la Universidad San Agustín de Arequipa.
“Solo tenía una oportunidad. Mi padre, por su economía, solo podía pagarme por una vez la postulación. Así que para mí era decisivo, ingresaba o me iba a la chacra. Ingresé, tuve suerte”, comenta Ronald.
Ronald Companoca
Admite que había idealizado su trabajo de arte. En la escuela se dio cuenta cómo era la carrera. Hasta entonces, él creía que el arte era pintar paisajes y retratos. Empezó a estudiar, a procesar su pensamiento con la realidad, con sus sentimientos, con su experiencia de vida. La academia le enseñó a conocer las técnicas y a los grandes maestros, como El Bosco y Rembrandt, pintores que marcaron influencia en su trabajo.
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“Entre los peruanos admiro la pintura de Gerardo Chávez, sobre todo sus obras con fondos oscuros, como son los de El Bosco y Rembrandt, de quienes aprendí a trabajar la luz”, refiere Companoca.
Estudiar en la escuela tampoco le fue fácil. Cuando estaba en cuarto año, y los materiales cada vez eran más caros y ya no se podía, decidió plantearle a sus padres dejar la escuela.
“Lo había pensado todo el día. No había solución. Regresé a mi casa triste y decidido a contarlo todo. Pero al llegar, en mi casa todos estaban alegres. Me dijeron que había ganado el premio Michel & CIA. La compañía había llamado a la tienda del frente para que nos pasen la voz. Nosotros no teníamos teléfono. Con el premio pude terminar la carrera, porque, además, en ese mismo año gané el primer premio John Constable del Británico”, narra Companoca.
Admite que no es colorista. Para él, mucho color es como mucha bulla visual. Prefiere los fondos oscuros, los rojos y dorados. Lo que aprendió de El Bosco y Rembrandt.
“Así, mis personajes -comenta- son seres que, a pesar de la noche, siguen iluminando. A mí siempre me ha gustado la noche, porque puede ver la arquitectura y detalles que de día, por los carros y la gente, no se puede apreciar. Que el fondo sea oscuro hace que la mirada de espectador se centre en mis personajes. Mi objetivo es que la gente se quede mirando un rato y descubra qué historia hay detrás de cada pintura”.
Su pintura, por lo lúdico y mágico, por sus arlequines, sus aves de colores, sus lunas doradas, sus navegantes surrealistas y ancianos con pipa, parecen inocentes. Pero no. En ellas Companoca expone símbolos, como son, por ejemplo, las burbujas que aparecen reiteradamente en sus cuadros.
“Son como la personificación de los sueños o las ilusiones. Como ellos, son frágiles y en cualquier momento desaparecen. Es también una metáfora de la fragilidad y la fugacidad de nuestra vida”, dice el artista.
Ronald Companoca
Otro símbolo son los juguetes que, como hemos dicho, son recuerdos de la infancia, pero el artista le agrega más sentidos.
“Pienso que los juguetes han sido las primeras herramientas que hemos tenido para descubrir el mundo, por eso también los pongo. Las aves son la libertad. El reloj como el tiempo. Asimismo, están los ancianos, como símbolos de la sabiduría. Con ellos hago un contrapeso con los niños y arlequines que pinto. Equilibrio dos extremos”, afirma Companoca.
Esta es la trayectoria de este artista que no encontraba una galería en Lima, pues le decían que esperase tres o cuatro años. En esa larga espera estaba cuando, desde La Haya, Holanda, le ofrecieron una galería. Allí cambió su suerte, tanto como para que, al fin, podamos tenerlo ahora en Lima.
Ronald Companoca