Por: Fernando Carrasco Núñez
Richard Parra (Lima, 1976) ha obtenido en el 2014 el Premio Copé en la categoría ensayo por su libro La tiranía del Inca. El Inca Garcilaso y la escritura política en el Perú colonial (1568-1617). Ha publicado las novelas Necrofucker (2014), La pasión de Enrique Lynch, el mismo año, y Los niños muertos (2015), así como el libro de cuentos Contemplación del abismo (2010, 2018). Es PhD en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Nueva York (UNY). Acaba de publicar el libro de relatos Resina (Seix Barral, 2019).
Las diez historias que conforman su nuevo libro son relatadas por un narrador protagonista o por un testigo cercano a los acontecimientos que refiere de manera vívida y descarnada los hechos presenciados. Esta cercanía del narrador testigo lo lleva, en algunos casos, a identificarse con el destino infausto del personaje principal. Este rasgo se aprecia con mayor nitidez en el cuento “Maz nah”, uno de los más emblemáticos del volumen. Es este cuento el narrador es una joven que refiere las penurias, desventuras y delitos de su hermanastro. Finalmente, ella lo mira con bondad y anhela su redención:
“Cierta gente dice que Ramiro salió de la cárcel más jodido. Son gente malhablada y sin compasión. Yo, por el contrario, creo en él. ¿Por qué? Porque cada día veo cómo pone de su parte, que da todo de sí, y eso es lo que vale, ¿no?” (p. 96).
En los cuentos ambientados en distritos de la urbe limeña como La Victoria o Villa María del Triunfo, el autor recrea muy bien la jerga juvenil de nuestros días. Los adolescentes y jóvenes que aparecen en cuentos como “Chevy del 64” o “Maz nah” pertenecen a familias disfuncionales, sin trabajo estable y cuya vida transcurre en la calle, donde actúan con desmedida violencia. Se dedican a robar, beber y consumir drogas.
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Los cuentos transcurren en tiempos y escenarios distintos. El cuento “La Sublevación” se ambienta en el periodo colonial. Los espacios representados, en su mayoría, se ubican en nuestro país: las barriadas de la urbe limeña, la sierra y nuestra amazonía son descritas con sus rasgos y detalles más relevantes. El cuento “Ray, este es el paraíso”, que muestra una serie de referencias a la música y al cine de John Carpenter, transcurre en un nosocomio psiquiátrico de Nueva York.
Entre los temas tratados destacan la violencia juvenil, el alcoholismo, el arte, el narcotráfico que atenta contra las comunidades nativas de la selva y que se enfrenta a las huestes de Sendero Luminoso: “En el río Culebra (la pichicata es la solución)”. También aparecen referencias al conflicto minero en el relato “Resina”. Y en el cuento “Royal Burger” se alude al tema de la corrupción política en nuestro país que se investiga en los últimos tiempos:
“Fiorella es medio gorda y trabaja para Pachacámac, una empresa del poderoso grupo Baca y Monteverdi. Entre otras obras encargadas por el Gobierno, Pachacámac venía construyendo la represa de Monte Redondo, trabajo para el cual se asoció con la compañía brasileña Odebrecht. Cuando Tigre le preguntó a Fiorella por qué Pachacámac no se vio vinculada en el escándalo de corrupción de Odebrecht, ella le contestó que business son business, baby” (47).
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Estos relatos de Richard Parra, narrados con una prosa cadenciosa y bien labrada en cada párrafo, retratan una sociedad enferma que, irremediablemente, se cae a pedazos. Describen la vida de personajes marcados por la miseria, que buscan salir de la precaria situación que los asfixia, pero que al final del camino hallan un desenlace fatal.
Hay un trasfondo que subyace en cada uno de estos relatos. Los personajes, también marcados en cierta medida por el mal, son víctimas del sistema social que los gobierna. Porque cuando una clase política, mediocre y corrupta, ejerce el poder, confabulada con una élite que actúa sin escrúpulos para lograr sus fines, que piensa que “en este país de mierda todo tiene precio, y nosotros podemos pagarlo” (p. 33) el resultado en una sociedad violenta, caótica y envilecida como la que se representa con mucho talento en cada una de estas historias.