Lo primero que vemos en la pantalla es un bloque blanco de sillar siendo perforado por alguien. Una toma sencilla y potente. Ese tipo de escenas son las que componen Cielo abierto, de Felipe Esparza, mejor película peruana del 27 Festival de Cine de Lima 2023. No se trata de una gran trama, sino de un gran manejo de símbolos, temas y una forma de narrar que deleita al espectador por su composición. La historia puede resumirse en el vínculo fantasma que tienen un padre y un hijo a partir de la madre/esposa fallecida. El padre trabaja con devoción picando bloques de sillar y el hijo digitaliza iglesias arequipeñas para subirlas a la web. Casi no hay diálogos, la luz es natural, por lo que el largometraje se posiciona cerca a lo documental.
Casi toda la película gira en torno a uno de los lugares más bellos y particulares de nuestro país: las canteras de sillar en Arequipa. El espacio nos muestra el trabajo del padre, quien está entregado totalmente a picar estos bloques blancos de piedra volcánica. La amplitud, la blancura y el tipo de entrega crean un ambiente de devoción religiosa. Las canteras tienen la amplitud, el silencio y el eco de las catedrales o iglesias que filma el hijo. Ahí hay un vínculo. El joven se muestra también devoto a su trabajo. Sin embargo, este depende de la tecnología que el padre —al ser de otra generación— no utiliza. Así, nos muestran dos paradigmas. Dos formas de trabajar y de entregarse a dos espacios que se nos muestran como sagrados. El padre interviene el espacio con las manos, el hijo con los drones, las cámaras y las computadoras.
Esparza, además, parece jugar con la similitud de los espacios. El hijo trabaja en la computadora, con la tridimensionalidad de las paredes y los techos de las iglesias. Con ayuda de un programa, genera la versión virtual de todos los adornos de pan de oro de los altares que captura. El padre, de manera similar, trabaja con las texturas de las paredes de sillar. Todo en el filme es muy táctil.
Por otro lado, ambos espacios se muestran como turísticos. El hijo produce este contenido obviamente para difundir las iglesias como espacios culturales y turísticos. El padre no trabaja con turismo, pero sí observa el turismo que se vive en las canteras. Tomas exquisitas muestran a una guía turística hablando en inglés y a una serie de turistas locales tomándose fotos con las esculturas que algunos hacen con la piedra volcánica. Hay una banalización del espacio que también se muestra sagrado, similar a lo que ocurre cuando se digitaliza una iglesia.
La relación entre ambos personajes es fantasmal. Lo único que nos revela su vínculo es el personaje de la madre/esposa. No tenemos clara la historia de su muerte, pero sí vemos a sus familiares visitando el altar de su tumba, situado también en las canteras. Hay una foto de ella. No obstante, la foto está quemada por la luz y ha borrado completamente el rostro de la mujer. El recurso es interesante, pues, al eliminar sus características personales, la foto se vuelve más un símbolo que un individuo, un motivo que une a los personajes, pero que no llega a ser un personaje. No sabemos nada de la madre más que su rol como ausencia. Así, la madre funciona principalmente como un puente entre ambos sin llegar a ser del todo una historia.
La película se trata finalmente de eso, del puente entre ambos personajes. No de la historia que los une, sino de lo que los asemeja a pesar de las distancias. Esparza ha logrado retratar las similitudes entre dos generaciones a partir del culto casi religioso al trabajo. Cada uno tiene sus herramientas, sus tiempos y sus espacios. Cielo abierto nos muestra la cotidianidad y la intimidad muda de dos peruanos comunes, de una manera poética. Se trata de una pieza que retrata la realidad de dos individuos sin la necesidad que suele tener el cine nacional de un discurso político. Cielo abierto no muestra interés por las grandes historias con grandes personajes, sino por las pequeñas escenas que vivimos la mayoría de peruanos.