Ruinas y trauma en un campo de refugiados palestinos en Siria
Las clases en la escuela del mayor campo de refugiados palestinos en Siria terminaron el 18 de octubre de 2012, a juzgar por la fecha todavía marcada con tiza en la pizarra más de 12 años después.
"Yo juego a fútbol", "Ella come una manzana", "Los chicos hacen volar una cometa" está todavía escrito en inglés en la pizarra.
En el exterior, los niños que quedan en el suburbio de Yarmuk en Damasco juegan entre las ruinas que ha dejado más de una década de guerra civil en Siria.
Entre esos niños que se persiguen levantando nubes de polvo, deambula cojeando un torturado que fue liberado de prisión este mes cuando una alianza de insurgentes tumbó al gobierno de Bashar al Asad.
"Desde que dejé la prisión hasta ahora, duermo una o dos horas máximo", afirma a la AFP Mahmud Jaled Ajaj, de 30 años.
- Una ciudad rota -
Desde 1957, Yarmuk es un "campo de refugiados" de 2,1 kilómetros cuadrados para los palestinos desplazados por la fundación del Estado de Israel.
Como otros campos parecidos en Oriente Medio, con las décadas se convirtió en una densa comunidad urbana con bloques de hormigón de varias plantas y numerosos negocios.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), en el inicio del conflicto sirio en 2011 acogía a 160.000 refugiados registrados.
Pero la rebelión, los bombardeos y el asedio de las fuerzas gubernamentales devastaron la zona, donde en septiembre sobrevivían entre ruinas solo 8.160 personas.
Con la caída de Asad, algunos puede que vuelvan a reabrir las escuelas y mezquitas dañadas. Y muchos tendrán historias terribles para contar sobre las persecuciones que sufrieron.
Mahmud Jaled Ajaj, excombatiente del grupo rebelde Ejército Libre Sirio, pasó siete años preso, la mayoría en la infame cárcel de Saidnaya, de donde fue liberado el 8 de diciembre, cuando Asad huyó del país.
Su rostro pálido contrasta con el de sus vecinos, bronceados de pasar el rato sentados frente a sus casas en ruinas. Y al andar lo hace con torpeza y con la ayuda de un aparato ortopédico para la espalda, consecuencia de años de palizas.
Un doctor de la prisión le clavó una inyección en la espalda y lo paralizó parcialmente (Ajaj cree que a propósito). Pero su peor recuerdo es el hambre que sufrió en su abarrotada celda.
"Mis vecinos y allegados saben que tenía poca comida, así que me traen comida y frutas. No duermo si no tengo la comida al lado. El pan, especialmente el pan", explica.
"Ayer tuvimos las sobras de pan", dice el hombre. "Mis padres solían guardarlas para alimentar a los pájaros. Yo les dije: 'Guarden una parte para los pájaros y dejen el resto para mí. Incluso si están secas o son viejas, las quiero para mí'".
Mientras Ajaj habla con la AFP, dos mujeres palestinas lo paran para preguntarle si tiene noticias de familiares suyos desaparecidos. El Comité Internacional de Cruz Roja ha documentado más de 35.000 casos de desapariciones durante el gobierno de Asad.
- Balas en el cráneo -
Toda la comunidad de Yarmuk se ha visto afectada por la guerra civil, en la que los refugiados palestinos se vieron arrastrados a luchar en ambos bandos.
El cementerio del campo está lleno de cráteres de los bombardeos. Las familias no consiguen encontrar las tumbas de sus muertos entre tanta devastación. Los disparos de morteros han agujerado las pistas de baloncesto, ahora vacías.
Aquí y allí hay buldóceres apartando escombros o personas si hogar escarbando entre las ruinas para encontrar algo que puedan reutilizar. Algunos han conseguido trabajos y rehacer sus vidas, otros siguen lidiando con el trauma.
Haitham Hasan al Nada, un vivaz hombre de 28 años con los ojos desorbitados, invita al reportero de la AFP a tocar unos bultos en la mano y su cráneo que, según explica, corresponden a balas alojadas en su interior.
Su padre, un comerciante local, lo ayuda a él, a su mujer y sus dos hijos después de que las fuerzas de Asad le dispararan por desertor y lo dieran por muerto.
Según explica a la AFP, desertó porque, como palestino, no creía que tuviera que luchar por las fuerzas sirias. Pero, lo atraparon y le dispararon varias veces, explica.
"Llamaron a mi madre después de 'matarme'" y cuando ella fue a recoger los restos, le dijeron: "Este es el cadáver del perro, del desertor", cuenta este palestino.
"No habían limpiado mi cadáver y cuando ella me besó para despedirse antes de enterrarme, de repente y por el poder de Dios, es increíble, tomé una profunda respiración", asegura Nada, que pudo volver entonces al devastado Yarmuk.
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