Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.

El patriotismo como distracción, por José Ragas

 Los esfuerzos por recurrir a actos de soberanía y respeto nacional, como saludar al pabellón y cantar el himno, terminan desprovistos de su solemnidad cuando son utilizados de manera sistemática para promover un forzado amor al país.

Nada dice más sobre un Gobierno sin rumbo y sin soluciones realistas a los problemas de la ciudadanía que apelar a un falso e impostado sentido de patriotismo. Los esfuerzos por recurrir a actos de soberanía y respeto nacional, como saludar al pabellón y cantar el himno, terminan desprovistos de su solemnidad cuando son utilizados de manera sistemática para promover un forzado amor al país.

No se trata de una estrategia nueva, por cierto. Las dictaduras militares que ha tenido el país, desde Odría hasta Velasco, buscaron instalar un discurso y prácticas de carácter “patriótico”, especialmente en la población civil y las escuelas, haciendo de estas una prolongación de los cuarteles. 

En algunos casos se introdujeron cursos de Formación Pre-Militar, donde los colegiales aprendían información poco útil sobre los diversos rangos castrenses y sus equivalencias, así como ejercicios para marchar. Una preocupación por la obediencia irrestricta a la autoridad y la anulación del sentido crítico son las herencias de dichos experimentos.

Más recientemente, los sectores de extrema derecha en diversos países han decidido llamarse a sí mismos “patriotas” para poder dar rienda suelta a una serie de prejuicios ahora apenas camuflados bajo un nacionalismo de esquina. Son los “patriotas”, por supuesto, los que sacarán adelante al país, los que defienden el suelo patrio (excepto si interfiere alguna potencia amiga extranjera) y los que claman ser ciudadanos frente a los extranjeros y migrantes que vienen a quitar trabajo y a introducir prácticas criminales que aparentemente antes no existían.

No existe lógica alguna cuando la razón última de la identidad es el recurso a la patria. Antes que un sentimiento de respeto al país y a quienes lo habitan, en manos de populistas de turno, se convierte en una estrategia de movilización que apela a emociones y sentimientos irracionales para atacar a los supuestos enemigos de la patria, sean estos reales o imaginarios. La bandera queda así convertida en un símbolo partidario y ya no de unión, sino de protección contra quienes buscan dañarla según los estrechos criterios de los “patriotas”.

Porque se trata, a fin de cuentas, de una manipulación, un recurso improvisado y desesperado por ganar tiempo y evitar el escrutinio público al cual toda autoridad, sobre todo la que ocupa el cargo más alto, debe estar sometida. Pero en el caso peruano, este patriotismo dirigido cumple, a mi entender, dos funciones principales. De un lado, continúa la construcción de un régimen autoritario desde el Ejecutivo y apoyado por el Congreso y las Fuerzas Armadas. De otro, es una fachada para captar la atención de las cámaras y tapar los fracasos de este Gobierno en las tareas más urgentes.

Un autoritarismo encubierto
No es casual que el patriotismo sea una estrategia del actual Presidente Encargado. Le permite estrechar vínculos con las Fuerzas Armadas y la Policía, extendiendo una noción a estas alturas ya desgastada como fuerzas tutelares de la democracia. Después de todo, es a ellos a quienes les debe poder quedarse en el poder y evitar cualquier reclamo que señale que debió haber convocado a elecciones generales, ya que llegó a Palacio al ser accesitario tras haber obtenido poco más de 11 mil votos en las elecciones de 2021.


Cantar el himno y posar para las cámaras le permite también dar carta blanca para un prolongado estado de emergencia, donde las Fuerzas Armadas y la Policía toman el control y pueden intimidar a individuos y manifestantes que desafíen la autoridad del Presidente Encargado. Jerí apenas se distingue de su predecesora Dina Boluarte en cómo busca mantenerse en el poder, sostenido por entonar un par de estrofas mientras los uniformados evitan cualquier perturbación a su mandato.

Tapar la ineptitud

Como lo vienen demostrando diversas cifras, el estado de emergencia no ha tenido ningún efecto, salvo el de buscar desmovilizar a la ciudadanía que reclama por la inacción de las autoridades. A pesar de que cada día que se iza el pabellón o se canta el himno, continúan muriendo peruanos a manos de extorsionadores y sicarios, sin que quede muy en claro qué se busca con esa estrategia. La única función que cumple es darle espacio en redes a un mandatario al que se le hace difícil vivir sin una sobreexposición.


En el corto tiempo que el Presidente Encargado viene ejerciendo su función, el Congreso ha continuado desmantelando las finanzas públicas y el presupuesto, sin que los privilegios de los congresistas sean tocados. El ejemplo más palpable es la reducción significativa del dinero que permite que los jóvenes puedan acceder a una beca para estudiar o buscar mejores oportunidades. Varios de ellos serán los primeros en su familia en ir a una universidad o acceder a oportunidades fuera de su localidad, pero se han destinado apenas 50 millones de los casi 800 requeridos para cubrir este rubro.


El Ejecutivo ha preferido hacerse de la vista gorda ante las posibles exenciones a la agroexportación, que se traducen en millones de soles sin recaudar. Tampoco ha dicho nada de las diversas tropelías de los parlamentarios al utilizar recursos públicos en sus campañas o de cambiar los requisitos que permiten ocupar altos cargos en la administración pública. ¿Por qué habría de molestarse? Cantar el himno ante cámaras lo resuelve todo.

Visto así, el patriotismo termina, lamentablemente, convertido en una caricatura. Un acto que ha permitido mantener unido a un país siempre al borde del abismo, y que en su versión más sincera ha llevado a enfrentar de manera colectiva problemas graves, ha terminado siendo reducido a un par de ceremonias vaciadas de sentido. 

El patriotismo bien entendido es una consecuencia de los ciudadanos que se sienten parte de un territorio más amplio y donde buscan el bienestar de quienes lo ocupan.

Y eso sucede cuando las autoridades dan muestra de buscar resolver los problemas más urgentes, no cuando buscan desviar la atención de denuncias de incremento de patrimonio personal o de abuso sexual.

José Ragas

Pasado vivo

Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.