Columnista invitado. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.
Sebastien Adins, internacionalista PUCP
Sin duda, Ucrania atraviesa uno de sus momentos más críticos desde que comenzó la guerra. Volodímir Zelenski, elegido en 2019 tras una campaña centrada en la lucha contra la corrupción y la búsqueda de la paz con Rusia, se encuentra cada vez más acorralado en el frente interno. A las tensiones generadas por la conscripción obligatoria se suma ahora el escándalo de corrupción en torno a la empresa Energoatom, que parece acercarse al presidente al involucrar a Timur Mindich, su exsocio empresarial. Mientras Mindich permanece prófugo tras haber sido acusado, dos ministros y Andriy Yermak –mano derecha de Zelenski– renunciaron. Aunque no hay pruebas de su implicación, la confianza pública en Yermak ya era muy baja y, como jefe de la delegación ucraniana en la cumbre de Ginebra, tampoco contaba con gran apoyo en Washington. Que esta trama, valorizada en unos 100 millones de dólares, estallara en el ámbito energético, en medio de constantes cortes eléctricos, ha generado fuerte indignación, aunque el caso también demuestra que, en plena guerra, la agencia anticorrupción sigue operando.
También en el frente, la posición ucraniana se debilita ante la escasez de tropas y armamento, una moral en declive y un ejército ruso que ha corregido errores de la primera fase del conflicto. Tras la caída de Kupiansk y la inminente toma de Pokrovsk y Siversk, es probable que Rusia avance en la región de Zaporiyia y hacia Kramatorsk y Sloviansk, las últimas ciudades fortificadas del Donbás bajo control ucraniano. Estos avances, aunque lentos, fortalecen la posición del Kremlin, que solo acepta un arreglo alineado con sus antiguas exigencias: neutralidad estratégica y “desmilitarización” de Ucrania; cesión de todos los territorios que controla (más el resto del Donbás); el reconocimiento del ruso como lengua cooficial; amnistía mutua; y el levantamiento de sanciones. No parece una coincidencia que, en media de esta coyuntura crítica, Washington –en aparente sintonía con Moscú– presione a Kiev para aceptar un acuerdo.
Sobre el contenido del “plan de paz”, por ahora solo se conoce la versión filtrada de los “28 puntos”, que, si bien incorporan algunas demandas ucranianas, Marco Rubio calificó como “hecho a medida de Rusia”, pues incluye concesiones territoriales, limitaciones a la capacidad militar de Ucrania, la no adhesión a la OTAN, la reinserción económica de Rusia y una amnistía general. Asimismo, queda claro que Trump busca aprovechar el proceso para impulsar una nueva arquitectura de seguridad en Europa mediante un diálogo Rusia-OTAN y promover una mayor cooperación energética, económica y de seguridad entre Washington y Moscú.
Por otro lado, los “28 puntos” reflejan la visión internacional de la administración republicana. Primero, muestran su desdén hacia Europa al exigirle una contribución de 100 mil millones de dólares a un fondo de reconstrucción, vetar otra ampliación de la OTAN, promover el regreso de Rusia al G7 y plantear un diálogo entre Moscú y la alianza, paradójicamente con EEUU como “mediador”. En esta línea, Rubio incluso se negó a reunirse con la alta representante de la UE, Kaja Kallas, de visita en Washington. Segundo, el plan confirma la lógica transaccional de Trump, al exigir una recompensa económica a cambio de garantías de seguridad para Ucrania y reservarse el 50% de las ganancias del fondo de reconstrucción. Finalmente, fiel a su estilo, se presentó un ultimátum a Kiev para aceptar el plan antes del último jueves, coincidente con Thanksgiving.
Sobre la base de este plan, el domingo pasado se celebró en Ginebra una cumbre con delegaciones de EEUU, Ucrania, el E3 (Alemania, Francia y el Reino Unido) y la UE. El resultado preliminar habría sido una versión “más refinada” del documento, reducida a 19 puntos tras eliminar las referencias a Europa, suprimir el ultimátum y retirar algunas de las exigencias más sensibles para Ucrania. En paralelo, el secretario del Ejército estadounidense, Dan Driscoll, se reunió con representantes rusos y ucranianos en Abu Dabi y se prevén nuevas visitas de Witkoff a Moscú y de Zelenski a Mar-a-Lago.
Aunque el silencio de Moscú ha sido interpretado por algunos como señal de apertura, es poco probable que el conflicto se detenga pronto. A diferencia de otras negociaciones, este proceso incorpora a más actores –EEUU, Rusia, Ucrania y la UE/E3—, lo que incrementa su complejidad. En lo que respecta a Rusia, pese a las cuantiosas pérdidas en el frente y a la desaceleración económica, sus avances territoriales en noviembre han sido los mayores desde marzo de 2022. Todo indica que Moscú buscará postergar negociaciones serias o, al menos, mantenerse firme en sus posiciones, dificultando que acepte una versión del plan más cercana a los intereses de Ucrania o Europa. A su vez, si bien Washington muestra premura por resolver la guerra y presentar a Trump como arquitecto de la paz, persisten claras divergencias dentro de su administración sobre cómo abordar a Rusia, Ucrania y a los “aliados” europeos. Mientras figuras como Rubio se alinean más con la posición de Kiev y reconocen la importancia de no alienar a Europa, colaboradores cercanos a Trump, como Vance o Witkoff, adoptan una postura distinta, a menudo abiertamente hostil hacia Bruselas y Kiev. A ello se suma la creciente preocupación por la improvisación en el campo estadounidense, con “enviados especiales” poco cualificados para este tipo de misiones, en contraste evidente con los representantes rusos involucrados en las negociaciones.
Tampoco en Ucrania hay una postura única. Aunque los enviados de Kiev parecen más dispuestos a ceder ante la presión estadounidense, el presidente del parlamento, Ruslan Stefanchuk, insiste en tres “líneas rojas”: no reconocer cesiones territoriales, no aceptar límites a sus capacidades militares y no renunciar al ingreso a la OTAN. Además, cualquier acuerdo debería someterse a referéndum en Ucrania, donde solo un 40% de la población se muestra dispuesta a ceder territorio.
Finalmente, en cuanto a los líderes europeos, si bien no rechazaron la propuesta por completo, buscan evitar a toda costa que Rusia pueda proyectarse como vencedora en este conflicto, subrayando la integridad territorial de Ucrania y sin descartar su futura adhesión a la OTAN –aunque sin precisar cómo lograrlo en el contexto actual–. Asimismo, se exige una participación activa de Europa en cualquier diálogo –en palabras del canciller alemán Merz, “Europa no es un juguete, sino un actor soberano”–, mientras que es probable que en diciembre la UE confiscará la mayor parte de activos rusos congelados en bancos europeos (unos 210 mil millones de euros), para destinarlos a un préstamo a favor de Ucrania. Y a esta se suma la última “sugerencia” de Kallas para limitar el gasto militar y el número de tropas de Rusia, algo inaceptable para Moscú. Con este panorama, la población ucraniana entra a su cuarto invierno en guerra, al tiempo que aumenta la retórica bélica en las capitales de Europa Occidental.

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