La paradoja limeña

Los niveles de bienestar de la ciudad se contraponen con el nivel de prosperidad económica de la misma.

Lima, la capital del Perú, ha sido un epicentro de crecimiento económico y modernización desde el siglo XX. Sin embargo, esa prosperidad no ha ido de la mano con un bienestar equitativo para sus habitantes.

La reciente evidencia del Índice de Progreso Social confirma que Lima, a pesar de concentrar la mayor actividad económica del país, ocupa los últimos lugares en bienestar.

Un factor clave en esta paradoja es la gestión pública reciente, a cargo del renunciante exalcalde de Lima Rafael López Aliaga, dueño de la organización política Renovación Popular. Sus promesas de convertir a la ciudad en potencia mundial, sin un plan coherente ni sostenible para hacerlo, han terminado profundizando aquellas contradicciones con las que lamentablemente cohabitan los diversos vecinos de la comuna.

Basta observar la tugurización que ocurre todos los días en las estaciones del Metropolitano en horas punta. O cómo calles de responsabilidad metropolitana lucen abandonadas por autoridades que prefieren endeudar las gestiones ediles futuras al desconocer unilateralmente contratos millonarios.

En lugar de avanzar hacia un progreso integral, la falta de una visión estratégica ha dejado a Lima con un transporte público muy deficiente, un desarrollo urbanístico desordenado y, por ende, precarizado, y una calidad de vida que se resiente día a día.

Por ejemplo, la insistencia de la priorización del transporte privado sobre el público ha marginado a la mayoría de los limeños, lo que hace cada vez peor la congestión.

En ese sentido, la improvisación, acompañada de una mirada cortoplacista que desprecia a los más pobres, solo ha profundizado las desigualdades y perpetuado esta paradoja.

La paradoja limeña es, por lo tanto, un reflejo de cómo las promesas populistas, sin un plan de Estado, terminan afectando la calidad de vida, en el largo plazo, de los ciudadanos.