Abogado constitucionalista

Salir de las cuevas y los cuevas, por Diego Pomareda

Si queremos un Perú en el que valga la pena quedarse, uno en el que se pueda construir futuro, familia y una comunidad política, debemos entender que nadie vendrá a hacerlo por nosotros.

Hay momentos en la vida de un país en los que la comodidad de la observación crítica deja de ser suficiente. Durante mucho tiempo hemos permanecido en una suerte de cueva colectiva: un espacio útil para pensar, debatir y resistir, pero insuficiente para transformar la realidad. Y en un contexto como el que vive hoy el Perú, de erosión institucional, autoritarismo parlamentario y reducción de libertades, ya no basta.

Durante años, la resistencia democrática ha encontrado refugio en la academia, en organizaciones civiles, en colectivos ciudadanos y en espacios de encuentro que han mantenido viva la discusión pública. Ese trabajo es valioso y necesario, pero el país enfrenta una crisis tan profunda que requiere algo más que activismo, diagnósticos y debates.

Hace falta que personas con trayectoria, preparación e integridad asuman responsabilidades en la conducción del Estado, no para salvarlo desde el heroísmo, sino para ofrecer alternativas reales frente a un panorama político empobrecido.

Hoy la ciudadanía parece atrapada entre opciones que nacen de la notoriedad mediática, de las canchas deportivas o de plataformas de contenidos para adultos, mientras la política se queda sin ideas, sin técnica y sin visión. El Perú merece mucho más.

Necesita representantes que eleven el nivel del debate, no que lo degraden; que entiendan la urgencia de reformar instituciones clave como la Policía; que conozcan el diseño constitucional y sepan ejercer su rol de fiscalización sin convertirlo en instrumento de persecución o castigo; que promuevan una participación ciudadana sólida y que actúen desde convicciones ideológicas y programáticas claras.

El país necesita políticos que tengan el sueño de seguir luchando por el Perú y enfrentar el abuso, dispuestos a asumir el costo de salir de la caverna, enfrentar la intemperie y disipar las sombras cuando la historia lo exige.

Si queremos un Perú en el que valga la pena quedarse, uno en el que se pueda construir futuro, familia y una comunidad política, debemos entender que nadie vendrá a hacerlo por nosotros. Que el deterioro institucional solo se frena con compromiso y participación. Que no basta con indignarse; hay que dar un paso adelante. Salgamos juntos de la política de las cuevas y los cuevos, para construir el país que todos soñamos.