Periodista por la UNMSM. Se inició en 1979 como reportera, luego editora de revistas, entrevistadora y columnista. En tv, conductora...
Hace unos días, Antauro Humala volvió a aparecer -esta vez entrevistado por Rosa María Palacios- y repitió por enésima vez su trajinado discurso: que, de llegar al poder, aplicaría la pena de muerte a todos los presidentes presos por corrupción, que no dudaría en ejecutar a su propio hermano Ollanta, que es xenófobo “a mucha honra”, que rechaza la inversión extranjera y un largo etcétera de extremismos con los que cree interpretar el sentimiento de los peruanos más desfavorecidos.
Más allá de la dudosa popularidad de su discurso, no pudimos evitar notar el asombroso parecido que el etnocacerista guarda con las posturas de algunos líderes de la ultraderecha local. Por ejemplo, nada lo distingue de la frivolidad con la que Rafael López Aliaga invoca al asesinato de sus enemigos políticos, como cuando, en 2021, gritaba “¡Muerte al comunismo, muerte a (Pedro) Castillo!” o cuando, hace poquito nomás, invocaba a sus huestes a “cargarse” a Gustavo Gorriti. Es decir, una pulsión común por el asesinato como solución a todos los problemas.
De otro lado, eso de superponer los intereses políticos sobre los lazos de sangre ya lo hemos visto antes, en el 2018, cuando una Keiko Fujimori borrachita de poder (tenía control absoluto del Congreso) persiguió sin piedad a su hermano Kenji, hasta desterrarlo de la política, por el delito de haber negociado la liberación de su propio padre. ¿Amor filial? ¡Cursilerías! Para ambos personajes -Antauro y Keiko- lo único que importa es imponer sus objetivos, aunque tengan que transitar por el cainismo más desembozado.
Y en cuanto al odio a los extranjeros -que no otra cosa significa “xenofobia”-, el menor de los Humala ha encontrado dura competencia en casi todos los candidatos de la ultraderecha que, matices más o matices menos, piensan que la solución al problema de la criminalidad desatada es la expulsión de todos los venezolanos, como si, antes de la crisis migratoria provocada por el chavismo en Venezuela, nuestro país hubiera sido un paraíso en el que un ciudadano podía atravesar cualquier calle a medianoche con un bolsa transparente llena de dólares.
Tampoco hay demasiada diferencia entre un Antauro que rechaza el capital foráneo (“Yo me opongo a la inversión extranjera. ¿Cómo es posible que dependamos de ella si somos el segundo productor de oro del mundo?”, se preguntaba en la mencionada entrevista), con un López Aliaga que, como alcalde, desconocía contratos con empresas trasnacionales estableciendo un estado de inseguridad jurídica, que es la mejor forma de ahuyentar al capital extranjero.
Y ni qué decir de sus posturas sobre los derechos de las minorías sexuales. “La homosexualidad me parece una aberración, una monstruosidad”, decía hace un par de años Antauro Humala y, hace unos meses, López Aliaga llamaba a sus seguidores a marchar contra la unión civil entre personas del mismo sexo (que se iba a debatir en el Congreso) y se oponía sistemáticamente a la Marcha del Orgullo porque, según él, es “una payasada”.
En fin, pareciera que, ironías de la política, el cuco de la ultraizquierda a la que tanto teme la derecha conservadora se hubiera encarnado en sus propios candidatos, levantando las mismas banderas y compartiendo un discurso que se opone por igual al globalismo, a los derechos humanos y a los organismos internacionales.
Hay quienes dirán que no se trata de ideologías, sino de distintas versiones del fascismo. Y tal vez tienen razón. No hay nada que los distinga salvo, tal vez, el énfasis confesional de la ultraderecha, mientras más bien el etnocacerismo reivindica algo llamado “neoincaísmo”, una especie de religión basada en raíces prehispánicas que rechaza la influencia extranjera, incluyendo el cristianismo.
¿Son conscientes sus potenciales votantes de estas similitudes? ¿Se dan cuenta que, en lo básico, tanto el antaurismo -proscrito de estas elecciones por una sentencia del Poder Judicial que condenó la violencia de sus propuestas, como si otros candidatos no compartieran el mismo lenguaje- como el porkysmo, el keikismo y otras yerbas, se parecen como una gota de agua a otra? ¿Y el empresariado que, en el último CADE, aplaudía a rabiar a un López Aliaga que anunciaba la expropiación de todas las minas sin uso, no percibe el peligro que encierra ese discurso para sus propios intereses económicos?
Parece que no. El desapego de cierto sector de nuestra sociedad por las reglas de la democracia y los derechos ajenos es cada vez más evidente. Están dispuestos a apostar por una media docena de Antauros de traje y corbata con tal de que les prometan mano dura, bukelebulelebukele y pena de muerte a todo lo que se mueva, a tono con los miedos que sus medios de comunicación azuzan mañana tarde y noche.
Por suerte, según las propias encuestas, no superan ni el 20% del electorado. El resto, incluidos muchos votantes de derecha, sigue esperando otras caras y otras propuestas. De hecho, de allí proviene la repentina popularidad que está ganando un conservador como Carlos Espá, quien -por lo menos hasta el momento- luce un poco más civilizado que sus colegas ideológicos. Hay quienes lo aplauden como el candidato que va a refrescar a la derecha. Claro, como si lo único que necesitaran para ganar las elecciones fuera una barra de Halls Facholiptus.

Periodista por la UNMSM. Se inició en 1979 como reportera, luego editora de revistas, entrevistadora y columnista. En tv, conductora de reality show y, en radio, un programa de comentarios sobre tv. Ha publicado libro de autoayuda para parejas, y otro, para adolescentes. Videocolumna política y coconduce entrevistas (Entrometidas) en LaMula.pe.