Profesor visitante en el departamento de economía de la PUCP
El detonante de la reciente ola de protestas y movilizaciones de la llamada generación Z fue la reforma del sistema previsional que establece la afiliación obligatoria desde los 18 años a un sistema de capitalización (AFP). Para muchos jóvenes, especialmente aquellos con empleos informales o sin trabajo fijo, la medida fue percibida como injusta. Paradójicamente, al mismo tiempo el Congreso aprobaba un octavo retiro de fondos AFP, empujando a muchos pensionistas a abandonar el sistema sin ofrecer alternativa alguna.
Más que una organización política, la generación Z es un movimiento acéfalo, sin dirigentes ni representantes visibles. Compuesta por jóvenes nacidos entre 1997 y 2012, esta generación de nativos digitales se moviliza de forma descentralizada a través de las redes sociales. No se siente representada por la clase política —“que se vayan todos” es uno de sus lemas—, y por eso su descontento no pasa por los partidos ni el Congreso, sino que se expresa directamente en las calles. Lo que empezó como una protesta sobre pensiones se amplió rápidamente: reclamos por precariedad laboral, corrupción, inseguridad y hartazgo con la élite política se sumaron a la indignación inicial.
La bandera negra con un personaje de sombrero de paja, tomado del anime japonés One Piece, se ha convertido en el símbolo de la generación Z. Ondeó en protestas en países tan distintos como Marruecos, Madagascar, Nepal, Paraguay, Chile o Indonesia. El hilo común es la falta de oportunidades y la precarización del empleo juvenil. La generación Z se distingue por haber apostado, mucho más que las anteriores generaciones, por la formación universitaria como camino a la realización personal y profesional. Más de un tercio (35.3%) accedió a la educación superior universitaria frente al 22.6% de los millenials (nacidos entre 1981 y 1996), y el magro 15% de la generación X (nacida entre 1965 y 1980) y los baby boomers (1946-1964). La duplicación del número de universidades registradas entre 2000 y 2025 (de 74 a 145) permitió absorber la demanda por educación universitaria, pero muchas instituciones nacieron sin calidad ni supervisión.
Según el III informe bianual 2021 de la SUNEDU, que evaluó 93 universidades por producción científica, impacto, excelencia internacional y patentes, la calidad promedio de las universidades de la generación Z es 14% inferior a la de la generación precedente, 36% más baja que la generación X y 48% menor que la de los baby boomers. Considerando las 19 universidades evaluadas según criterios de excelencia del Ranking de Shanghai, las diferencias de puntaje son aún mayores (-25%, -46%, -54%) respecto a las otras generaciones.
Se evidencia un patrón preocupante para la generación Z: pese a ser la más educada de todas las generaciones, sus ingresos son consistentemente menores que los de sus predecesores con niveles educativos similares. Por ejemplo, un joven Z con educación universitaria gana S/ 1,396, menos de la mitad que el promedio de las otras generaciones con educación universitaria. Esta brecha se mantiene incluso en niveles de educación secundaria completa o superior no universitaria. El contraste es aún más dramático cuando se observa que los ingresos de la generación Z con estudios universitarios es menor que el de las generaciones de los baby boomers con solo educación secundaria completa. Para los jóvenes de la generación Z pasar de la secundaria completa a la educación superior universitaria incrementa los ingresos en 24% mientras que para el resto de las generaciones los duplica. Ello sugiere que los esfuerzos y expectativas de la generación Z al continuar estudios universitarios estarían siendo defraudados.
Ello refleja no solo la sobreoferta educativa en una economía incapaz de generar suficiente empleo de calidad, sino también el desajuste estructural del mercado laboral, que penaliza a la generación Z pese a su preparación académica. En pocas palabras, los jóvenes mejor formados de la historia peruana enfrentan un mercado que no recompensa proporcionalmente su inversión en educación, reforzando su descontento y su impulso de movilización social.
Ello se debe en parte a la proliferación de universidades "bamba" que han distribuido diplomas como "cancha", diplomas desvalorizados en el mercado de trabajo. Los egresados y los que actualmente cursan estudios superiores lo hacen en una universidad que ha obtenido casi solo la mitad (-42%) del puntaje de las universidades en donde estudiaron las generaciones precedentes. Ello explica sin duda parte de las brechas de ingresos. Muchos se sienten doblemente estafados: por instituciones que vendieron ilusiones y por un mercado laboral que castiga la sobreoferta y la baja calidad, sin valorar el esfuerzo individual.
¿Cómo se posiciona esta generación Z frente a la democracia y su funcionamiento en el Perú? según la enaho, un poco más de un tercio (35.5%) considera la democracia como muy importante, 12 puntos por encima del promedio de las otras generaciones. La generación Z, en una mayor proporción que las demás generaciones, considera que lo más importante de una democracia es la libertad de poder expresarse libremente (36.1% vs 33.1%), así como la participar en el gobierno local (7.9% vs 5% el resto de generaciones). Respecto a la percepción sobre el funcionamiento de la democracia, según ellos ha habido un creciente deterioro. Al cambio de gobierno en 2021, “solamente” un poco más de la mitad (55.5%) consideraba que la democracia en el Perú funciona mal o muy mal. En 2023 ya son dos tercios a pensar lo mismo y en el segundo trimestre de 2025 ya son prácticamente tres de cada cuatro (73.4%) a calificarla así. Como para todas las generaciones, mayoritariamente la culpa recae sobre los políticos, pero a la diferencia de las demás, la generación Z responsabiliza en mayor medida a los propios ciudadanos (32.2% vs. 22.9% del resto de generaciones).
La generación Z es menos indiferente ante la elección du tipo de régimen político que las otras generaciones. Un mayor porcentaje se inclina en favor de un gobierno democrático (74.2% respecto a 70% en las otras generaciones). Sin embargo, en 2025 se nota un claro deterioro de preferencia por un gobierno democrático, al mismo tiempo que se incrementa la preferencia por un gobierno autoritario (de 14.3% a 16.7%). La decepción con la gestión del gobierno central ha sido creciente. En 2021, menos de la mitad (48.5%) lo considera como mala o muy mala, en el segundo trimestre de este año esa opinión es compartida por más de ocho de cada diez (84.1%) jóvenes de la generación Z. Detrás de las cifras hay una sensación de ruptura: una generación mejor formada, más conectada y consciente, que siente que el sistema no cumple su parte del contrato social.
El apóstol San Pablo, en su epístola a los romanos escribe “La tribulación produce la constancia, la constancia la virtud probada y ella a su vez la esperanza”. En el caso de la generación Z, las tribulaciones que han venido sufriendo han agotado su paciencia, pero no les ha hecho perder la esperanza en un futuro mejor; futuro que solo advendrá cuando logren convertirse en protagonistas de su destino, remplazando a la actual clase política por otra comprometida con el país y con la justicia social.