Colectivo de mujeres diversas, desde diferentes trayectorias, tendencias políticas, territorios y experiencias, que se levantan en voz unida con el...
* Por Sandra Salcedo Arnaiz, filósofa.
“La justicia no requiere instituciones perfectas, sino una imaginación sensible a las vidas que se pueden vivir.”
— Amartya Sen, La idea de la justicia
Vivimos tiempos en los que la violencia ya no se presenta como hecho excepcional, sino como una textura cotidiana que lo cubre todo: la indiferencia frente al dolor ajeno, la hostilidad en las redes, la desigualdad que se normaliza, el desprecio como lenguaje. Ante ello, solemos invocar la empatía como si bastara con “ponerse en el lugar del otro” para restaurar algo del sentido perdido. Sin embargo, en contextos de violencia persistente, la empatía nos permite sentir el sufrimiento, pero no nos dice qué hacer con ese sentimiento. La empatía ya no alcanza.
En Imaginación moral, John Paul Lederach habla de “la capacidad de imaginar una red de relaciones que incluya a nuestros enemigos; de visualizar y construir una relación que trascienda el ciclo de la violencia sin negar la herida.” En esa tensión entre herida y esperanza, la imaginación moral actúa como un puente invisible que sostiene la posibilidad de un nosotros cuando la violencia lo ha roto todo.
La imaginación moral es la capacidad de concebir el bien cuando todo alrededor insiste en el mal; de inventar lenguajes, gestos o instituciones que encarnen esa posibilidad. Imaginar como acto radical de creación moral para, finalmente, actuar. Porque lo imaginado cobra sentido solo cuando se encarna: en un gesto, una conversación, una política, una comunidad que decide volver a creer.
Así, la imaginación moral se vuelve resistencia creativa. No es ingenua ni utópica: exige desarmar los reflejos del miedo y aprender a hablar el lenguaje del cuidado —ese que se dice en clave de respeto, silencio o ternura—. Nos llama a inventar nuevas gramáticas de convivencia, a imaginar lo humano de nuevo y creer en su promesa.
Quizá sea este el mayor desafío ético de nuestro tiempo, el de atrevernos a imaginar con otros.

Colectivo de mujeres diversas, desde diferentes trayectorias, tendencias políticas, territorios y experiencias, que se levantan en voz unida con el objetivo común de rehabilitar la esperanza en la construcción del país. Se comprometen y convocan a un diálogo abierto, y a tejer lazos para contribuir a un proyecto democrático que impidan que el autoritarismo y la corrupción se apoderen de las instituciones.