La muerte de José ‘Pepe’ Mujica marca el cierre de un capítulo fundamental en la historia política de América Latina. Su vida —y su ejemplo— sobrevive al duelo. Mujica trasciende la historia en una época en la que falsos profetas tratan de coartar la palabra “libertad” para usarla en favor del mantenimiento del yugo de la desigualdad. Porque Pepe fue, hasta el final, un arduo y obstinado defensor de la libertad.
Nacido en un contexto en el que la política latinoamericana apostaba por utopías que derivaron en movimientos guerrilleros, Mujica vivió la efervescencia de una generación que planteó la política desde métodos revolucionarios. Y supo, con el paso del tiempo, acompasarse a los procesos democratizadores y también denostar a los autoritarismos que marcaron la historia de Uruguay, como de toda América Latina.
Como consecuencia estuvo 15 años preso, para, luego de cumplir condena, perdonar y ser perdonado por la sociedad uruguaya al ser elegido mandatario y convertirse en el más popular de su país, hasta el momento.
Diputado, senador, ministro de Estado y presidente de Uruguay, Mujica construyó su carrera política con una ética inquebrantable y una visión profundamente humana.
Su pensamiento y quehacer político, siempre de avanzada, se tradujeron durante su gobierno en políticas públicas de gran impacto.
Fue, sin duda, un reformador, pero también un símbolo de valores que hoy parecen extraviados en la política: vivió con austeridad, habló con sencillez y siempre en conexión con su pueblo. Con ética y honradez.
“Donde no hay cultivo de la discrepancia, no hay libertad”, solía decir. Con esas palabras, reconocía no solo el valor de la libertad de pensamiento, sino también la necesidad de instituciones sólidas, de una política comprometida con la ecología, el humanismo y los derechos humanos. Fue un pensador de América Latina y, a partir de ella, del mundo.
Advirtió sobre los peligros de una civilización que se olvida de su humanidad: “Nosotros no somos robots, somos humanos. Si no se da cuenta la civilización de esta realidad, el futuro se ve contra la humanidad”.
En uno de sus últimos mensajes, con la lucidez que lo caracterizaba, dijo: “Soy feliz porque están ustedes, y porque cuando mis brazos se vayan, habrá miles de brazos que quedan para sostener lo que vendrá”.
Hoy, América Latina se siente huérfana. Pero también comprometida. Desde La República resaltamos que si algo nos deja Pepe Mujica, es la certeza de que la esperanza no se espera, sino se construye en comunidad.