Resulta anacrónico que en pleno siglo XXI las mujeres tengan que marchar y protestar para que no las maten, o las agredan o las desaparezcan.
Ayer tuvo lugar una movilización nacional para conmemorar el Día de la No Violencia contra la Mujer, que tuvo como una de las participantes a la madre de Sheyla Cóndor, la joven que fue asesinada de forma innombrable, al parecer por un policía que luego se quitó la vida.
Se trata de un caso emblemático en el que se dieron la mano una serie de factores que contribuyeron a que la joven de 26 años se viera cara a cara con la peor expresión de la inoperancia policial, la invisibilidad de las mujeres para la autoridad y la falta de procedimientos céleres. Como resultado, ella no sobrevivió.
La joven no estuvo perdida. Su familia sabía exactamente dónde estaba y con quién. La policía se negó reiteradamente a intervenir y buscarla. Pero cuando lo hizo, fue para advertir al presunto asesino que se disponían a acudir a su domicilio para realizar las pesquisas necesarias.
Sheyla es un resumen de todo lo que está mal en el sistema que debe proteger a las víctimas de acoso, violencia y agresiones de todo orden. Se requiere un profundo cambio que revise desde la formación de la policía para actuar ante denuncias de este tipo hasta sanciones por negligencia y lentitud para responder a la demanda de ayuda o protección.
La ministra de la Mujer ha dicho que se requieren respuestas más rápidas en las comisarías ante este tipo de denuncias, porque se trata de “la primera línea de socorro”. A ello habría que agregar que la revictimización que se produce desde el momento mismo en que se acude a sentar este tipo de denuncias debe terminar.
Este año ya hay 132 casos de feminicidios y otro número mayor de intentos de feminicidio. Urgen actualizar políticas y procedimientos para impedir que sigamos lamentando otros nuevos crímenes.
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