Machu Picchu secuestrada y extorsionada, por Roberto Ochoa

“¿No sería mejor cerrar el Santuario Nacional de Machu Picchu...?”.

Los miles de peruanos que sufren a diario las amenazas de los extorsionadores tienen que soportar, primero, la invitación a “dialogar” (vía telefónica o con cartelitos acompañados con una granada de guerra) para acordar el pago del cupo exigido por estos delincuentes.

Algo similar es lo que sucede en el distrito de Machu Picchu (antes Aguas Calientes) donde las mafias que se han apoderado de la llaqta inca invitaron al “dialogar” a la ministra de Cultura, Leslie Urteaga. El “diálogo” que ofrecieron estos secuestradores de nuestra maravilla de la humanidad fue un plazo de 72 horas para aceptar su extorsión: incrementar el ingreso de turistas a 5.400 diarios y un cupo del 25% de estas entradas de manera presencial, (es decir, colas en ventanillas), obviamente administrado por la mafia de secuestradores de Machu Picchu.

Así estamos. Por eso me pregunto: ¿el Estado peruano tiene que soportar las amenazas de estas mafias que se han apoderado de Machu Picchu? ¿Para eso viajó la ministra sabiendo que sería conminada a aceptar –con la pistola en la sien– las amenazas de estos mafiosos? ¿No sería mejor cerrar el Santuario Nacional de Machu Picchu hasta que esta banda de extorsionadores entienda que la llaqta inca no es su rehén?

Para entender toda esta tragedia es bueno recordar que todo empezó durante el gobierno de Pedro Castillo (hoy preso). Más precisamente durante la gestión de Betssy Chávez (también presa) como ministra de Cultura y sus cómplices en la Dirección Descentralizada de Cultura de Cusco, quienes decidieron volver a la venta de entradas presenciales, generando esa patética imagen (que dio la vuelta al mundo) de miles de turistas peruanos y extranjeros haciendo largas colas para conseguir una entrada, previo registro a mano y en un cuadernito controlado por la municipalidad.

El turismo peruano tiene una permanente dependencia de Machu Picchu. Yo la cerraría de inmediato hasta que desaparezca esa sarna de mafiosos que controlan Aguas Calientes y, de paso, nos obligaría a potenciar otros destinos turísticos en el propio Cusco y en el resto del Perú.