Un reciente editorial del portal El Montonero celebra el 12 de octubre de una manera tan reaccionaria que merece una reflexión. Su punto de partida es que, desde Colón en adelante, América Latina es parte de Occidente. Cierto, pero, ¿qué parte? ¿Acaso una igual a la europea solo diferente por el color de la piel?
Según El Montonero, nuestra peculiaridad sería el color moreno de nuestra gente, porque la presencia española en América habría consistido en hispanizar a las poblaciones originarias, difundiendo el cristianismo y el castellano. Esa leyenda se basa en el olvido de hechos fundamentales.
En primer lugar, la minería, porque el financiamiento de la acumulación originaria del capitalismo reposó en la plata enviada de América colonial. Por su parte, esa minería estaba basada en la sobreexplotación del indígena a través de la mita. Así, el fuelle del sistema fue el sufrimiento de millares de indígenas que trabajaron las minas a costo altísimo en vidas humanas. Además, a lo largo de varios siglos, porque la mita fue de larga duración.
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En segundo lugar, la población indígena pagaba un tributo al que nadie más estaba obligado. Era una de las principales fuentes del erario, que de una manera vergonzosa prolongó la República hasta fines del XIX. En tanto nación derrotada, los indios debían financiar a las autoridades españolas que los gobernaban. Era otra gran afrenta contra los indios.
Este régimen perjudicaba, en menor medida, a todos los nacidos en América, incluyendo a la élite criolla. Los mestizos, sobre todo, tenían restricciones de todo tipo, hasta les estaba negada la universidad. Los negros eran esclavos y, al otro extremo del espectro, una elite blanca y cristiana que gozaba los beneficios. Por ello, nuestra parte de Occidente era la sobreexplotada, donde la mayoría llevaba una vida miserable, corta y violenta.
Nada de esto asume el editorial mencionado. En vez de ello, ataca a Flores Galindo por haber mostrado que los sueños de los perdedores fueron revolucionarios y aspiraban al retorno de los incas. Para El Montonero, toda reivindicación del indígena es negativa.
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Luego, gracias a un gigantesco salto se sitúa en el Perú moderno. Alaba las migraciones internas y pondera las reformas neoliberales, incluyendo la constitución de Fujimori. El resultado sería la emergencia de una clase empresarial mestiza y andina que estaría derribando barreras, reduciendo el racismo y desarrollando el país. Es un argumento algo antiguo y fue formulado por primera vez por Hernando de Soto en El Otro Sendero. Es indudable su coherencia y atractivo.
El único punto es su irrealidad. Ya han pasado más de 30 años y el neoliberalismo carece de esos logros. Por el contrario, el Perú de hoy es más desigual y fracturado que nunca. Campea la delincuencia y la corrupción ha penetrado todos los poros del Estado. Los jóvenes que pueden se van del país y reina un desánimo colectivo. Pocos confían en el futuro y la recesión está golpeando la economía familiar, sobre todo en barrios populares.
En estas circunstancias cabe una reflexión sobre la conclusión. ¿Hay espacio para celebrar la herencia española? El Montonero cree que sí. Por mi parte, pienso que el colonialismo fue un régimen opresor que lamentablemente hemos reproducido. El problema no es España, sino que la exclusión y el privilegio imperan en el Perú de hoy. Ayer el criterio era la pureza de sangre blanca, ahora es el abuso del poderoso.
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Qué representan Boluarte, Otárola y Soto. La llegada al Gobierno de una elite política chola y provinciana que reproduce los males de la oligarquía limeña. Como siempre, el poder miente y abusa de los derechos humanos. Esa es la verdadera herencia de Cristóbal Colón: no aspirar a la igualdad sino al privilegio.
Historiador, especializado en historia política contemporánea. Aficionado al tenis e hincha del Muni.