El derecho a tener derechos
“Así como las obras de reconstrucción están gangrenadas por la corrupción, el desafío que enfrentamos es el de sacar adelante la democracia, lo cual es incompatible con el copamiento de sus instituciones”.

En su libro Clásicos para la vida: una pequeña biblioteca ideal, Nuccio Ordine cita la frase de Hannah Arendt que da título a esta nota. El texto del escritor italiano es un potente alegato en favor de la enseñanza de las humanidades, en un mundo que cada día privilegia más las actividades económicamente rentables, a desmedro de la cultura y el pensamiento crítico.
En el Perú, no obstante lo anterior, está en riesgo la supervivencia de la enseñanza escolar –lean la columna del director de El Comercio en la edición de ayer al respecto–, en donde la precariedad de la educación pública ha llegado a tales niveles que la deserción aumenta cada día. Si a eso se añaden los dos años perdidos en la pandemia, se entiende que Juan Aurelio Arévalo titule su nota “Una generación en riesgo”.
Dicho lo cual, la escuela es un vector esencial de aprendizaje, pero está lejos de ser el único. La escena pública, así como la experiencia de la vida cotidiana, son tan o más importantes que la escolaridad. Así, ver que unos tienen más derechos que otros, pues unos no son víctimas de racismo, machismo, homofobia o clasismo, mientras que la mayoría sí lo es, constituye una enseñanza a fuego de la vida real en nuestro país.
El hecho de que los responsables de los asesinatos durante las recientes manifestaciones sigan impunes vale más que todo un año de un curso de educación cívica. ¿Hasta cuándo vamos a seguir aferrándonos a esgrimir el deplorable régimen corrupto que desmanteló el Estado con Castillo a la cabeza, como pretexto para tolerar las atrocidades del régimen actual? Castillo está en la cárcel y sus cómplices van cayendo, lo cual es una gran noticia, pero no avala la ineficacia o la represión violenta del Gobierno de Boluarte y Otárola.
Tampoco la rapiña del Congreso, cuyo empeño en capturar el Estado supera la torpeza de Castillo y es obvio que su modelo es el de Fujimori y Montesinos. ¿Tenemos que resignarnos porque no se ven alternativas en el horizonte ceñudo de huaicos y catástrofes? ¿Debemos permitir que capturen los organismos electorales, por el miedo a unas elecciones en donde se repita el desastre de Castillo? Así como las obras de reconstrucción están gangrenadas por la corrupción, el desafío que enfrentamos es el de sacar adelante la democracia, lo cual es incompatible con el copamiento de sus instituciones.







