Pañuelos al vuelo en el Callao
El Concurso Nacional de Marinera se trasladó de Trujillo al Callao, un paseo inimaginable hace solo semanas. Puede que tenga sentido: Abelardo Gamarra, “El Tunante”, bautizó a la marinera en homenaje a nuestra Marina de Guerra. Así, sin quererlo, este ritmo vino a reencontrarse con su segundo hogar.
Arturo Fernández es el tipo de alcalde que se graba en TikTok preparando un conjuro mágico mientras ataca a sus enemigos de turno. Fernández, quien se hiciera famoso por construir el huaco erótico de Moche, aparece en uno de estos videos sentado en su escritorio, vestido de blanco y con una vasija de barro delante y varios recipientes con condimentos al lado. “¿Cómo hacer un concurso de marinera y obtener una licencia en solo tres días sin gastar un solo sol, pero para ganar cinco millones de soles?”, se pregunta de forma retórica. Tomando una pizca de condimento, prosigue: “es fácil, facilísimo; necesitamos un poquito de ministros que llamen al alcalde para presionar por la licencia”, y echa un poco a la vasija. Luego, con mucha teatralidad, continúa echando especias mencionando los apellidos de diversas familias norteñas, a los del sindicato, a los periodistas. “Pero no interesa”, termina “yo a la Fiesta del Perol no voy, ¿y tú?”.
Para los no iniciados, bienvenidos al drama que cada año rodea al Concurso Nacional de Marinera. El 2023 ha presentado la rarísima oportunidad de tener este evento cerca de la capital, luego de que el burgomaestre Fernández le negara el permiso al Club Libertad –organizador oficial– de llevar a cabo el evento en el Coliseo Gran Chimú. Fernández, en poca cuenta, le ha declarado la guerra a la familia Burméster, los regentes del club y del concurso por varias décadas. La cancelación del evento en Trujillo ha sido devastadora para la economía norteña; reservas de hoteles y restaurantes canceladas, salones de belleza, salas de ensayo sin clientela. El clan Burméster dio batalla evitando el choque directo: por varios días diversos bailarines y escuelas se sumaron a un comunicado apoyando al club, no a la familia, invocando al alcalde a recapacitar. Fue inútil.
En medio del caos, el concurso recibió un aliado que nadie vio venir: Ciro Castillo, actual gobernador del Callao. A cambio de un alquiler de 180 mil soles, el Polideportivo del Callao aloja el concurso que acaba hoy domingo 29.
Del lado de los bailarines hay sentimientos encontrados. “No tiene el feeling de Trujillo”, dicen varios, pero el cambio les ha servido a muchos. Primero, el polideportivo es mucho más moderno, tiene asientos cómodos –en el Gran Chimú duelen las cuatro letras–, es espacioso, los baños huelen muy limpio. El golpe a pie desnudo cada vez que se golpea bailando duele menos.
Garbo y salero precoz. Una de las parejas más aplaudidas en su categoría. Foto: Sandro Mairata/La República
Luego, está el tema del ahorro. Liliana Gonzales tiene cuatro hijos bailarines, dos varones, dos mujeres. Amy, la mayor, tiene 15. Viajar a Trujillo a concursar implica cada año mínimo cinco pasajes, sea en avión o bus, cinco alojamientos, cinco viáticos para una semana. Cuando se concursa, un buen vestido no baja mínimo de 500 soles, y hacen falta mínimo tres. Maquillaje, peinado, adornos, transporte. Ahora, con todo cerca de Lima, queda caja para el resto del verano. “Aunque a los chicos les gusta más Trujillo”.
“El Concurso es un asunto privado”, me dice uno de los Burméster en una conversación informal. Cada uno de los cargos levantados por el alcalde Fernández (“cinco millones, permiso en tres días sin gastar un sol”) es rápidamente contestado. Pero lo cierto es que el concurso mueve muchísimo dinero: las entradas del público, las inscripciones de las parejas, los múltiples auspicios. TV Perú, según un encargado en el coliseo, “ha pagado derechos exclusivos” de transmisión, por lo cual botan a los periodista de otros medios –como yo– de la pista de competencias.
Aunque la mayoría de limeños sea ajeno al vodevil de la marinera, cerca de 80% de los concursantes vienen de Lima, por ello lo del alivio monetario. La Fiesta del Perol es historia aparte. Viene de un perol que se colocaba al medio en los primeros concursos de marinera, en los tiempos de Guillermo Ganoza Vargas, creador del certamen allá por los años 60 y quien fuera precisamente apodado “El Gran Chimú”. En aquel tiempo, las mujeres bailaban la marinera norteña con tacos –ya que descendía directamente de la cueca española– hasta que maestras como Emilia “Milly” Ahón empezaron a bailar descalzas y cincelaron la forma del baile actual.
Fue Abelardo Gamarra, escritor y político de Huamachuco, quien en un rapto patriótico rebautizó a la variante de cueca que se bailaba en el norte como “marinera”, en honor a nuestra Marina de Guerra, en marzo de 1879, a poco de empezar la Guerra con Chile. Desde entonces, las cuecas peruanas han recibido el nombre de “marineras”, con sus variantes limeña, ayacuchana y demás.
Los bailarines no saben qué canción tendrán que bailar; se les califica por detalles que van desde cómo usan el pañuelo o cómo llevan el vestido. Foto: Gerardo Marin/La República
Hoy la marinera norteña tiene especial exigencia física; los bailarines entrenan en la playa para robustecer pantorrillas y aumentar el rendimiento. Profesores y campeones en competencia contratan a otros campeones para que los entrenen; una sola clase con un maestro reputado puede costar 700 soles. Con 800 bailarines concursando este año, la rivalidad entre academias alcanzará su punto más alto hoy domingo cuando se desate una guerra de barras apoyando a una u otra pareja estrella.
La telenovela es virtual como real: en redes, como cada año, aparecen acusaciones sobre que tal o cual pareja “ha pagado” para ganar. “No te creas todo lo que hay en internet”, me dice otra persona de la organización. Con 26 filiales internacionales organizando más eventos y más concursos, siempre será difícil el rastreo de la arcas del club, como bien dicen, un organismo privado.
El Club Libertad ha anunciado que el Concurso 2024 se llevará a cabo de nuevo en el norte, en el distrito de Víctor Larco Herrera. La felicidad de los puristas choca con la de los bailarines más experimentados que ya saben lo que les espera. “En Víctor Larco el espacio es más chiquito”, dice una concursante peruana de ojos verdes y pelo rubio que viene solo para bailar desde Estados Unidos. “Esto no será Trujillo, pero está mucho más bonito”.