Sobre golpes, espías y amantes
Tiempos recios, la nueva novela de Mario Vargas Llosa, acerca del golpe de Estado de 1954 en Guatemala, surgió a partir de una trepidante historia que le contó un periodista dominicano.
Hace unos tres años, Mario Vargas Llosa estaba en una cena en Santo Domingo, de la que se quería ir ya, cuando se le acercó un viejo conocido, el historiador y periodista Tony Raful.
–Mario –le dijo–, tengo una historia para que tú la escribas.
El Nobel dice que odia cuando alguien le dice eso, porque lo más probable es que lo que le cuenten no le vaya a gustar y menos que lo vaya a escribir. Pero esta vez fue diferente.
Lo que Raful traía entre manos era la historia del papel que jugó el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo, protagonista de su celebrada novela La fiesta del Chivo (2000), en el golpe de Estado cometido contra el expresidente de Guatemala Jacobo Arbenz en 1954.
Mientras lo escuchaba, Vargas Llosa no sospechaba que ese alucinante relato dispararía primero su curiosidad y, después, una gran obsesión por investigar el detalle de los hechos, la que terminaría volcando en la escritura. El producto de esos demonios exorcizados es Tiempos recios, su última novela, que acaba de aparecer esta semana en librerías de Latinoamérica.
GOLPE A UN DEMÓCRATA
En 1954, el gobierno progresista de Jacobo Arbenz tenía los días contados. Sus medidas a favor de las clases oprimidas, sobre todo su reforma agraria, que expropió grandes extensiones de tierra a la entonces omnipotente compañía americana United Fruit Company, llevaron a Washington a catalogarlo como un “aliado de Moscú” y a tramar un complot para derrocarlo.
En ese plan contaron con la ayuda del dictador Trujillo y, también, de Anastasio Somoza, tirano de Nicaragua. El elegido para liderar esta “rebelión” fue un gris coronel guatemalteco llamado Carlos Castillo Armas.
El golpe tuvo éxito. Más que por la operación militar desplegada por Castillo, por las operaciones psicológicas que llevó a cabo la CIA, que terminaron por asustar a los militares aliados de Arbenz. El mandatario, que había sido electo democráticamente y gozaba de gran popularidad, tuvo que renunciar y huir con su familia fuera del país. Sus años en el exilio fueron tristes y amargos. Una de sus hijas se suicidó. Él murió solo, alcoholizado, en un extraño accidente en su baño, a los 57 años.
Castillo Armas no duró mucho tiempo como gobernante de Guatemala: fue asesinado tres años después, en un episodio sobre el que todavía hoy no se sabe bien qué ocurrió.
La noche de la cena en Santo Domingo, Tony Raful le contó a Vargas Llosa que, según sus investigaciones, Trujillo le había pedido a Castillo que una vez que se hiciera del poder, le hiciera tres favores: 1) que lo invitara oficialmente a Guatemala, adonde nunca había ido; 2) que le concediera la Orden del Quetzal, y 3) que le entregara a un viejo opositor dominicano que se había refugiado en ese país.
Castillo no cumplió con ninguno de los tres pedidos. Al parecer, rencoroso, Trujillo envió como agregado militar en Guatemala a su exjefe de inteligencia y asesino favorito: Johnny Abbes. Raful sostiene que Abbes orquestó el asesinato del antiguo aliado de su jefe.
Para lograrlo habría contado con la ayuda de una mujer llamada Gloria Bolaños, exMiss Guatemala y por entonces amante del mandatario. Ambos habrían sido las mentes detrás del asesinato de Castillo, la noche del 26 de julio de 1975, en la casa presidencial, perpetrado, en la práctica, por un humilde soldadito que apareció muerto solo unos minutos después de haber apretado el gatillo.
La teoría estaba respaldada por hechos irrefutables: la noche del crimen, Jhonny Abbes había abandonado el país en un avión privado y se había llevado con él a Gloria Bolaños.
La exreina de belleza vivió varios años en República Dominicana, bajo la protección del dictador. Hasta que en cierto momento, según el relato de Tony Raful, desapareció. Muchos pensaron que el Generalísimo la había mandado asesinar. Quizás sabía demasiado.
Raful la encontraría años después, en Miami, muy bien insertada de la comunidad de latinos republicanos. Ella confirmó algunos datos de su investigación, pero negó siempre que hubiese estado involucrada en la muerte de su examante.
Esa noche, en Santo Domingo, Vargas Llosa se retiró de la cena lleno de curiosidad. Había una historia potente allí. Con su célebre capacidad de trabajo, se encargó de acopiar los datos importantes. De los detalles, de la psicología de los personajes, se encargó su imaginación.