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Opinión

La fijación de López Aliaga, por Jorge Bruce

Por más trolls que contrate, no puede sentir que ese “amor” comprado compense los reconocimientos al mérito de un luchador por la libertad de expresión. 

RLA
Jorge Bruce

Los discursos del exalcalde de Lima solían estar asociados con invocaciones a la Virgen María o su recurso a la mortificación sangrienta con el cilicio. Se presentaba como un católico extremista del siglo XIX. Gradualmente, fue abandonando esas prácticas aprendidas en el Opus Dei para dar rienda suelta a una cháchara coprolálica virulenta. La cucufatería fue reemplazada por una retórica cada vez más plagada de insultos y amenazas. No se sabe si esto fue una recomendación de sus asesores —aunque más parece una conversión a la religión de los “trolls”— o simplemente afloraron sus afectos reprimidos, en lugar de esa ideología católica de extrema derecha.

En esa nueva marejada de obsesiones destaca nítidamente una persona: Gustavo Gorriti. El director de IDL es el blanco predominante del nuevo López Aliaga, quien lo insulta profusamente e, incluso, ha llegado al extremo de pedir públicamente su eliminación: “hay que cargárselo”.

En una entrevista reciente, Rosa María Palacios conversa con Gorriti y le pregunta por esas continuas invectivas. La más reciente es una en la que acusa a Gorriti de regentar un burdel —palabras más, palabras menos— periodístico en el que trabajan “prostitutos” como la propia Rosa María, Marco Sifuentes o Curwen.

Gorriti le responde a la periodista que López Aliaga es la triquina de la política peruana. Se trata de un parásito que suele alojarse en la carne de cerdo. Cuando un humano consume carne contaminada y mal cocida, enferma de triquinosis. Si no se la trata a tiempo, puede causar graves complicaciones como miocarditis o encefalitis. La metáfora es clara: puesto que el propio exalcalde asume su apelativo de Porky, sería el portador del parásito que está infectando la política peruana. De lo que no hay duda es que se trata de un ecosistema enfermo, tal como lo demuestra la reciente aparición pública del presidente del Congreso, Fernando Rospigliosi, al lado de dos uniformados, amedrentando a los manifestantes. Dejando en claro quién está al mando en el país y quién es una marioneta más, también conocida como el triste imitador de Bukele, José Jerí.

Adonde quería llegar, sin embargo, es a la fijación de López Aliaga —no es el único, pero sí el más persistente— con Gorriti. Podría pensarse que se trata de una estrategia política: designamos a una organización criminal (fueron sus palabras en la misma declaración en la que habló de los prostitutos de Gorriti) y le ponemos un jefe. Así creamos un chivo expiatorio, culpable de los innumerables males que aquejan al país: extorsión, asesinatos, inseguridad, corrupción, mafias de minería y tala ilegales, etcétera. Gorriti sería, en esa campaña de desinformación, el gran maestre de la mafia caviar.

Sin embargo, esta maniobra de desinformación no logra disimular la fijación del candidato por Renovación Popular con el periodista, el cual acaba de recibir un enésimo galardón internacional por su labor en favor de la libertad de prensa. Si bien el intento por satanizar a un periodista al que perciben —con razón— como una amenaza para sus designios liberticidas es comprensible, eso no explica todo. Hay una particular y grotesca fijación de López Aliaga con Gorriti.

Este último, en la citada entrevista, ha subrayado la irracionalidad del personaje que lo injuria cada vez que puede. Es evidente que lo odia sin mentira ni clemencia, como dice el vals. Suponiendo que se trate de un delirio, como dice el director de IDL, no podemos desconocer que esa sinrazón obedece a una lógica, un sistema. Además, si se le considera loco, se anula la responsabilidad de los actos cometidos durante su gestión como alcalde de Lima, sobre la cual pesan serias imputaciones, como el desconocimiento de contratos y el endeudamiento millonario de la Municipalidad de Lima, en perjuicio de todos nosotros, como el caso de los peajes y el pleito con un gigantesco fondo de inversión que nos va a costar a todos los peruanos.

Más allá de eso, no obstante, mi impresión es que esa fijación obsesiva —disculpen el pleonasmo— oculta un afecto negativo y muy extendido en la humanidad: la envidia. Mientras que a Gorriti se le reconoce internacionalmente como uno de los héroes de la libertad de prensa en el mundo, López Aliaga no pasa de ser un peón de organizaciones fascistas como Vox de España. Sus patéticos intentos por figurar en EE. UU. han resultado catastróficos. Sus cacareados trenes pasaron de ser chatarra a basura. Ahí están enmoheciéndose más en algún páramo de Lima. La jueza a la que acudió en ese país, con el carísimo estudio de abogados que contrató en Norteamérica, lo desautorizó en todas sus demandas. A diferencia de Milei o Bolsonaro, no logra asomar en la galaxia MAGA.

En suma, no pasa de ser un alfil de la extrema derecha peruana, que también lo considera un personaje estrafalario, pero, por ahora, es lo que tienen. Y López Aliaga lo sabe. Eso lo lleva a intensificar la violencia de sus ataques contra el periodista, expresando, sin proponérselo, su deseo de ser considerado y reconocido como Gorriti. Por más trolls que contrate, no puede sentir que ese “amor” comprado compense los reconocimientos al mérito de un luchador por la libertad de expresión. Es interesante, sin embargo, que el exburgomaestre haya recurrido a la imagen de la prostitución para denigrar a un conjunto de periodistas que están en primera línea contra la desinformación.

La prostitución, después de todo, es precisamente la compra de cariño a cambio de dinero. Eso que le achaca a Gorriti es lo que hace él. El inconsciente sabe y delata.

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