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Opinión

Bicentenario del Congreso Anfictiónico de Panamá (1826), por Oscar Maúrtua de Romaña

Su magia reside, sobre todo, en haber sembrado la convicción de que el porvenir americano será uno de integración y de comunidad inquebrantable.

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Óscar Maurtua

Por Oscar Maúrtua de Romaña, Embajador. Excanciller de la República y Presidente de la Sociedad Peruana de Derecho Internacional.

En el intrincado tejido de la historia latinoamericana, pocos episodios resplandecen con la hondura simbólica del Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826. Como suceso fundante en el despertar poscolonial del continente, aquel encuentro – anhelado, convocado y esculpido por la voluntad visionaria de Simón Bolívar – representa tanto el inicio de un sueño integrador como la génesis de la identidad diplomática hemisférica. Su eco atraviesa generaciones; su legado, aunque distorsionado por las aristas del fracaso, funda una ética y una ambición aún vigentes.

En 1826, Latinoamérica emergía de la fragua de la independencia. Naciones jóvenes, inconclusas, urgidas por la sangre derramada y la exigencia de autonomía, extendían sus principios para la construcción de una República. Bolívar, artífice y demiurgo, lo entendía mejor que nadie, la emancipación política sólo cobraría sentido si se transmutaba en hermandad real, en un espíritu solidario que sea capaz de defender las frágiles libertades recién conquistadas.

El Congreso Anfictiónico de Panamá nacía así como el primer intento deliberado de articular ese ideal, reuniendo a los delegados de la Gran Colombia, México, Perú y las Provincias Unidas de Centroamérica en un mismo foro. Empero, lejos de restringirse al ámbito hispanoamericano, este acto extendió su convocatoria a potencias extrarregionales ya que Estados Unidos, el Reino Unido y los Países Bajos enviaron también observadores y representantes, procurando con ello establecer un espacio de diálogo civilizado en medio de la conflictividad.

El titánico acto de congregar a representantes de distintas latitudes, aún disímiles, pretendía concretar un proyecto de confederación. Bajo la advocación de la antigua Anfictionía griega – aquellas alianzas helénicas para la defensa común –, el Congreso se propuso consagrar la unidad, la mutua defensa y, no menos importante, la proyección ética y moral de la nueva polis americana.

Los debates fueron intensos; las ilusiones, casi ilimitadas. De sus trabajos brotó el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua, texto matriz que, aunque lastraría depósitos de desencuentro y reticencias al ser apenas firmado y menos aún ratificado por todos los Estados, sin embargo consagraba el anhelo compartido de una gran comunidad republicana americana. Bolívar, fiel al gesto profético, calificaba al Congreso de Panamá como “el arca de la alianza” del Nuevo Mundo, depositaria de una confianza recíproca que, de materializarse, convertiría al continente en un “anfiteatro de liberación” y no de servidumbre.

Sin embargo, la historia es tacaña con las utopías. Las divergencias nacionales, las intransigencias comerciales y la sombra persistente del caudillismo conspiraron contra el pleno florecimiento del designio bolivariano. España, aunque derrotada, acechaba aún como peligro real, mientras nuevas potencias externas, principalmente el expansionismo estadounidense y la continua interferencia de otras potencias europeas, urgían acuerdos continentales que no se lograron consolidar totalmente en aquella hora. Sin embargo, el simple hecho de haberse celebrado el Congreso constituye la primera manifestación orgánica del panamericanismo.

Resulta imposible soslayar la perdurabilidad de su impacto. Tras los éxitos y desencantos inmediatos, la llama encendida en Panamá avivaría posteriores esfuerzos de coordinación y defensa. Desde la Cuádruple Alianza de 1866 contra España, hasta los Congresos Americanos de Lima y la génesis última de la Organización de los Estados Americanos (OEA) más de un siglo después. Aquel inicial germen de convergencia, nacido entre la polvareda de las independencias, ha perdurado como mandato moral insoslayable.

El Congreso Anfictiónico de Panamá, pues, es más que un acontecimiento, es la insistencia perenne en la solidaridad frente a la adversidad, la fe en una América que se piensa y se defiende colectivamente. Su magia reside, sobre todo, en haber sembrado la convicción de que el porvenir americano será uno de integración y de comunidad inquebrantable. Como hito inaugural en la noche de los tiempos, la utopía de Panamá permanece como brújula que orienta el pacífico actuar de las Cancillerías latinoamericanas.

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