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Opinión

¿Bono o factura demográfica?, por Alejandra Dinegro

“Los jóvenes vienen transitando a la vida adulta en condiciones de precariedad e inseguridad, aun cuando representan una ventana de oportunidad demográfica”.

larepublica.pe
Imagen de la columna de Alejandra Dinegro.

El Perú, como muchos otros países en América Latina, ha sido testigo de un cambio poblacional llamado “bono demográfico” o ventana de oportunidad demográfica. Este término, que causa una gran primera impresión, sugiere un período en el que la proporción de personas en edad de trabajar supera significativamente a la de dependientes, como niños y ancianos. Una etapa donde la población joven es preponderante en términos porcentuales.

En teoría, esta oportunidad debería conducir a un impulso económico considerable, ya que una fuerza laboral en crecimiento –nuevamente en teoría– impulsa la producción, el consumo y el ahorro. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja, y el futuro prometido por y para este bono demográfico parece no haber llegado del todo.

A medida que miramos a nuestro alrededor, es evidente que la falta de inversión en educación de calidad, servicios de salud o generación de empleo decente no ha dotado a los jóvenes del soporte necesario para que puedan hacer planes a futuro. Como consecuencia, en la actualidad, solo 2 de cada 10 jóvenes trabaja en un empleo formal y 6 de cada 10 quiere irse del país.

Aunque tener muchas personas jóvenes y en edad de trabajar –en un momento determinado– podría ser bueno para la economía, es necesario hacer cosas específicas para que ese potencial se convierta en un crecimiento real y ello no sucede automáticamente. Por ejemplo, se necesitan políticas y programas que ayuden a los jóvenes a encontrar empleo, recibir una buena educación y un buen sistema de salud. Pilares mínimos para su desarrollo.

De lo contrario, si no se generan las mejores condiciones para esta bonanza demográfica, puede convertirse en un desafío significativo en lugar de una ventaja. Por ejemplo, en el Perú, la falta de inversión en educación de calidad impacta negativamente en una generación que no tendrá las habilidades necesarias para cubrir las demandas de un mercado laboral global, lo que trae como consecuencia el aumento del desempleo y la informalidad.

Esto se hace más evidente cuando muchos jóvenes están creciendo y convirtiéndose en adultos en medio de situaciones complejas. La pandemia del COVID-19 ha hecho que las realidades de las juventudes del país sean muy difíciles. En nuestro contexto –y con los problemas estructurales que se padecen– se complica la contribución óptima de los jóvenes al crecimiento económico. Esta falta de condiciones adecuadas para su desarrollo los hace depender del gobierno, lo que reduce el impacto positivo que el bono demográfico podría tener.

En algunos países la historia es diferente. Asia Oriental –con sus particularidades y características– ha demostrado que es posible capitalizar el bono demográfico de manera efectiva y transformarlo en un motor de crecimiento y desarrollo. Por ejemplo, la transición demográfica en Asia Oriental a partir de los años 70 ha tenido un impacto significativo en el impresionante crecimiento económico que estos países han experimentado durante décadas, conocido como el “milagro asiático”.

El período al cual ellos denominan bonanza demográfica coincide con épocas de rápido crecimiento del PIB per cápita en China, Singapur, Japón y Corea, quienes han generado un notable aumento en la prosperidad económica. Este impacto positivo se ha materializado principalmente a través del aumento de la mano de obra disponible, el incremento de la tasa de ahorro y la mejora en la inversión.

Sin embargo, en el Perú, la historia siempre es diferente. No solo por las diferencias con otras realidades en términos de PBI, productividad y tasa de dependencia de su pirámide poblacional sino porque precisamente no somos el mejor ejemplo en planificación, estabilidad política y responsabilidad estatal.

El bono demográfico en el Perú también revela profundas desigualdades en función del género, la pobreza y la clase social. Las mujeres jóvenes enfrentan barreras significativas para aprovechar las oportunidades económicas debido a la persistencia de roles de género tradicionales y la falta de políticas de apoyo en labores y tareas de cuidado.

En zonas rurales, donde la pobreza es más prevalente, las jóvenes tienen menos acceso a la educación de calidad y al mercado laboral formal, lo que perpetúa un ciclo de vulnerabilidad. Por ejemplo, de acuerdo al Ministerio de Educación del 2023, la tasa de conclusión de la educación secundaria para jóvenes entre 17 y 18 años es de 77,8% a nivel nacional. Esta tasa es mayor entre las adolescentes no pobres que viven en un área urbana y cuya lengua materna es el castellano.

Además, las disparidades en clase social agravan las diferencias en cómo se aprovecha el bono demográfico. Los jóvenes de familias de bajos ingresos enfrentan mayores dificultades para acceder a la educación superior y a empleos bien remunerados, en comparación con sus pares de clases más altas. Y si ello viene antecedido por situaciones de desnutrición infantil, los resultados son más dramáticos.

Estas diferentes realidades evidencian que, aunque nuestro bono demográfico ofrece una oportunidad potencial para el crecimiento económico, su impacto real varía considerablemente entre quienes son más vulnerables, subrayando la necesidad de políticas inclusivas que aborden estas desigualdades estructurales.

Como se constata, la transición a la vida adulta en condiciones de precariedad e inseguridad es un problema especialmente significativo para países como el Perú, que atraviesan por esta ventana de oportunidad demográfica que debería ser un motor esencial para el desarrollo. Lamentablemente, los más jóvenes se insertan en la economía y en la vida en situaciones extremadamente vulnerables y frágiles.

A pesar de las dificultades, la población peruana sigue demostrando su resiliencia y su capacidad para superar adversidades. Sin embargo, no pueden hacerlo solos. Es responsabilidad de las autoridades garantizar que los más vulnerables tengan acceso a oportunidades reales de desarrollo y crecimiento. Es imprescindible que las políticas públicas sean adaptadas a los diferentes contextos y aborden simultáneamente las múltiples dimensiones descritas. Todavía somos jóvenes, pero ineludiblemente estamos envejeciendo.

*Alejandra Dinegro es directora del Observatorio de plataformas Perú.

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