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Opinión

¿Dirigir o dominar?

“El presidente Castillo fue elegido con el mandato de cambiar este orden de cosas. Pero en ocho meses solo ha demostrado ser un mal aprendiz de la antipolítica fujimorista”.

larepublica.pe
“El presidente Castillo fue elegido con el mandato de cambiar este orden de cosas. Pero en ocho meses solo ha demostrado ser un mal aprendiz de la antipolítica fujimorista”.

¿Existe alguna diferencia entre dominar y ejercer racionalmente la autoridad? Es una pregunta que le preocupaba al filósofo Herbert Marcuse (1898-1979), integrante de la llamada Escuela de Frankfurt. En su libro Eros y civilización (1955), escribió: “La dominación difiere del ejercicio racional de la autoridad; el último, que es inherente a toda división del trabajo, se deriva del conocimiento y está confinado a la administración de funciones y arreglos necesarios para el desarrollo del conjunto. En contraste, la dominación es ejercida por un grupo o individuo para sostenerse o afirmarse a sí mismo en una posición privilegiada”.

Una reflexión similar había sido planteada con anterioridad por el pensador italiano Antonio Gramsci (1891-1937), quien fue perseguido y encarcelado por el régimen fascista de Mussolini debido a su militancia comunista. En sus Notas sobre la historia de Italia, Gramsci sustentó que no era lo mismo “dirigir” que “dominar”. Así, el grupo o la “clase dirigente” despliega una autoridad intelectual y moral que le permite “armonizar sus intereses y aspiraciones con las de otros grupos”, logrando cierta hegemonía. Al “grupo dominante”, en cambio, no le interesa liderar ni establecer compromisos fuera de su grupo sino que “sus intereses dominen”.

En el Perú, a mediados de siglo XIX, el escritor Francisco Laso, más conocido por su obra plástica, expresó sus propias inquietudes en torno a la autoridad y el poder, en su ensayo “Croquis sobre el carácter peruano” (1860), donde escribió: “Se dice, generalmente, que en el Perú nadie sabe obedecer; pero nosotros creemos más justo el decir que ‘en el Perú no hay quien sepa mandar’. Por esto, todos los males del país han venido y vienen de arriba para abajo, y no de abajo para arriba”.

El “mandar” de Laso no debe interpretarse en su acepción coloquial actual de impartir órdenes. Estaba más cerca del “dirigir” o “liderar” de Gramsci y del “ejercicio racional de la autoridad” de Marcuse. De hecho, el término “mandón” se empleó en el Perú hasta bien entrado el siglo XIX para designar a un rango diverso de autoridades. En este sentido, “saber mandar” era saber gobernar, administrar el poder con eficiencia pero también con justicia. En 1819 el hacendado Gregorio Hidalgo lo expresó con elocuencia cuando denunció la situación de desgobierno que se vivía en la quebrada cocalera de Vizcatán, en la provincia de Huanta, donde se localizaba su hacienda. En una carta enviada al Intendente de Huamanga describía muertes, robos, “caminos intransitables”, resumiendo así su clamor: “carecemos de justicia y quien nos mande” (para más detalles, véase mi libro La república plebeya).

El clamor de Hidalgo sigue vigente doscientos años después, no para una provincia sino para el país entero. El Perú vive una crisis de acefalía política comparable solo a la que se vivió en tiempos de guerra en el siglo XIX. Esta crisis es la lógica consecuencia del desgaste del régimen inaugurado con el golpe de Estado del 5 de abril de 1992, cuya lógica política continuó en buena parte vigente tras la recuperación de la democracia en el 2000. Me refiero a la lógica de la “antipolítica”, como Carlos Iván Degregori describió a la prevalencia de una suerte de pensamiento único, donde se entendía al opositor no como un interlocutor con el que se podía discrepar sino como un enemigo al que había que eliminar. De allí que, por ejemplo, hasta el día de hoy, cualquier propuesta que intente cambiar las relaciones de poder establecidas con el golpe, siga siendo “terruqueada”.

El presidente Castillo fue elegido con el mandato de cambiar este orden de cosas. Pero en ocho meses solo ha demostrado ser un mal aprendiz de la antipolítica fujimorista, con cuyos representantes converge demasiadas veces, de la mano del partido de (des)gobierno, Perú Libre. Hoy en el Perú ni al presidente, ni a Perú Libre, ni al Congreso, ni a los poderes mediáticos que hasta ahora no han hecho un mea culpa de su rol vergonzoso en las recientes elecciones, les interesa ejercer el liderazgo intelectual y moral que reclamaba Gramsci. Todos buscan simplemente dominar, para repetir a Marcuse: “sostenerse o afirmarse a sí mismos en una posición privilegiada”. ¿Doscientos años no fueron suficientes ya?

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