José ‘Pepe’ Mujica. Ex presidente de Uruguay y referente de la política continental y mundial habla en exclusiva, para DOMINGO de La República.,José Mujica: “Nunca estuve en el poder, estuve en el sillón del presidente”,“La CIA no tiene suerte con nosotros”, me comenta, risueño, el ex mandatario uruguayo José ‘Pepe’ Mujica, ante la mirada de su esposa Lucía Topolansky, ironizando sobre su falta de vida digital. En su austera casa de Rincón del Cerro, cerca de Montevideo, se dispone a conversar sobre la política, la economía, la corrupción y, también, sobre el tiempo, los afectos y los defectos, de él y de nuestra especie… ¿En qué momento de América Latina estamos? Creo que se está agotando un ciclo de expansión y crecimiento, que fue consecuencia de la incidencia fundamentalmente asiática. Eso tonificó las economías en el mundo entero. PUEDES VER: Ainbo: De la selva para el mundo La irrupción de China… Sí, eso sacudió la economía global. Fue un ciclo de brusca demanda, particularmente de materias primas. Y estuvo acicateada por la inversión extranjera, que permitió tasas de crecimiento bastante importantes de la economía. ¿Fue suficiente eso? No, qué va a ser suficiente. América Latina tuvo una especie de reproducción simple de la economía, con un crecimiento del 4 o el 5%. Eso provocó un aumento del consumo. Algunos recursos se desviaron a favor de las heridas sociales, pero no a todas. ¿Por qué tenemos tantas heridas sociales? Son históricas. Llegamos muy tarde al capitalismo, cuando otros centros del mundo se habían desarrollado, y nuestros términos de intercambio son relativamente perdedores. Siempre estuvimos en la cola. Sí, y creo que en el fondo el problema es que construimos varios países, pero no pudimos construir una nación. La nación éramos todos, pero no pudimos tener una fuerte masa crítica y capitalizarnos hacia adentro. Somos muchas naciones. Somos muchos países y tenemos identidades creadas, pero una lengua y tradiciones en común. Usted es peruano, vive a miles de kilómetros, pero se entiende conmigo. Eso no pasa en Europa. A la vez, tenemos muchos pueblos postergados y aplastados. Es triste que ese aplastamiento suba, baje, pero continúe. Hay una distribución pésima de la riqueza. Uruguay se ha caracterizado por ser el país que mejor reparte. Pero entendámonos: el que mejor reparte en esta región es el que peor reparte en el mundo. Somos una especie de campeones de cuarta. ¿Es posible cerrar esa herida? No sé… La historia continúa. Puede ser que algún día podamos cerrarla y ser menos estúpidos. Esa es una palabra fuerte para los políticos... Es que la política se reduce a pensar en quién gana las elecciones que vienen. Llega un gobierno, acordamos una cosa; llega el otro gobierno y ya tiró todo a la basura. Hacemos acuerdo con el Mercosur, o con la Comunidad Andina, pero después no anda. ¿Por estrechez de miras? Porque nos mata un nacionalismo mal entendido. Cada cual piensa demasiado en su parroquia. ¿Son las élites que no abren la democracia? La democracia representativa está enferma en el mundo. No representa a la complejidad de la sociedad moderna. Necesitamos cambios estructurales fuertes, incorporar a la gente a tomar decisiones, descentralizar el poder. Una democracia más social… Sí, mucho más social. En las escuelas, las comisiones de padres deberían tener más poder. Lo mismo en los barrios. Democracia significa transferir la capacidad de decisión a la gente. Como los suizos, que hace un siglo hacen referéndums a cada rato. A Uruguay le decían “la Suiza de América Latina”. ¿Era cierto? En términos relativos. Con el nivel educativo que teníamos venía gente a estudiar de todos lados. Produjimos notables como Galeano, Benedetti, Onetti. No es que éramos más inteligentes, eran las circunstancias. Es un país que hace un siglo no tiene analfabetismo. La enseñanza es pública. Pero también cayó en una dictadura. Nos creíamos casi europeos, pero en realidad nos parecíamos cada vez más a América Latina. Como Uruguay, no hay, se decía. ¿Por qué se ha expandido la corrupción en América Latina? Es una consecuencia indirecta de la cultura en la que estamos. Triunfar en la vida es acumular plata. Desgraciadamente, hay gente que se mete en política para eso. Alguna vez usted dijo que esa gente no debería estar allí. Sí, si le gusta mucho la plata, que vaya al comercio, a la industria. Que le vaya bien y que pague impuestos. Hay que separar los campos. La política no es una profesión; es una pasión, es un compromiso con la sociedad que no se le puede pedir a todo el mundo. Sucede lo contrario, más bien. Hay quienes aprovechan su incidencia en el poder para hacer plata, y traicionan la confianza de la gente. Pero además las cosas cambian. Si yo calculo algo con el petróleo a 100 dólares el barril, es una historia; pero si luego el petróleo me vale 40, es otra. ¿Está pensando en Venezuela. En todo el mundo. ¿Qué sensación le produce la crisis política en ese país? Venezuela tiene la maldición del petróleo. La gente abandonó la tierra, se acostumbró a vivir de la renta petrolera. Tiene un campo fértil precioso, abandonado. Tenían plata y era más fácil importar. Les cambiaron hasta las costumbres. Tienen un ron espectacular, ¡pero eran los principales tomadores de whisky de América Latina! En los llanos del Orinoco hay unos pastizales altos, tan grandes como los del Uruguay. No ves una vaca, no ves un cebú, no ves nada, no ves gente. Importan carne. ¿Te das cuenta? Hay un atraso… ¿Le ve salida a esa crisis? Yo qué sé… No soy mago. Y mientras tanto otras fuerzas políticas vuelven… Hay crisis políticas; la gente les pide más a los gobiernos y estos no pueden dar más. Entonces el votante se plantea cambios. Es global. En Estados Unidos votaron por Trump. Y tal vez voten por la señora Le Pen en Francia, una tragedia. Esa película la vimos en la década del 30. El único animal que tropieza varias veces con la misma piedra es el hombre. ¿Hay un punto de equilibrio entre el papel del Estado y el del ciudadano? Las ‘fuerzas progresistas’ tendrán que encarar otros modelos. No pueden basarse solo en la inversión directa extranjera. Esta produce un impacto, da trabajo, pero luego se lleva las ganancias para afuera. El desarrollo hay que hacerlo en gran medida con recursos propios. Algunos economistas le dirán que eso es un pecado. Bueno, estamos pagando la consecuencia de otros pecados. Es más difícil tener ahorro interno e invertir, pero a la larga es más sano. Corea del Sur lo hizo; Japón también. Hoy estamos sometidos a la presión de una cultura funcional a los intereses transnacionales. A la señora le dicen: mire, arréglese las arrugas, o le ofrecen una liposucción y pin, pun, pan. La felicidad, si existe, parece estar en otra parte. El concepto de felicidad está centrado en comprar cosas nuevas. Yo no hago apología de la pobreza, hago apología de la sobriedad. Pero es muy difícil soportar la presión marketera permanente. Uno se mete en una vorágine. Y la pobre gente no se da cuenta de que no compra con plata, sino con el tiempo de la vida que gastó para tener esa plata. Para la felicidad hay que tener tiempo libre y cultivar los afectos. ¿Usted procura vivir así? Sí, y me considero feliz. Un viejo feliz. No me hago problemas. Porque cuántas más cosas tienes más complicada tienes la vida. Hay gente que dice “yo miro que a mi hijo no le falte nada”. ¡Pero le falta él! ¿Entonces, qué? Organizarse y cambiar… Los hombres somos gregarios. Dependemos de los otros. Yo tengo muchos amigos, pero si me viene un ataque cardíaco debo ir a un cardiólogo. Siempre estamos precisando de otros. ¿Eso es la política? Si vivimos en sociedad va a haber conflicto y alguien tiene que amortiguarlo. Ese es el papel de la política. Como no somos perfectos, necesitamos que se administren nuestras contradicciones inevitables, porque si no es la guerra entre nosotros. En algún momento de su vida usted fue por la vía de la violencia. Era otro mundo. Usted no puede comparar la época de Colón con la de los Libertadores. Y no puede comparar el mundo de 1960 con el de hoy. ¿Hubo algo que lo hizo cambiar por dentro? Yo no cambié, evolucioné. Los cambios en la sociedad determinaron que vayamos por otro camino. Pero seguí con las mismas preocupaciones: pelear para que haya un poco más de igualdad y de mejora para los más postergados. Eso le da sentido a la vida. No perdió su espíritu de lucha. Para mí, triunfar en la vida es volverse a levantar cada vez que cae. Los únicos derrotados son los que dejan de luchar. Esto vale para el trabajo, para las relaciones personales. Si usted baja los brazos y se tiene mucha lástima, está frito. ¿Se puede ser realmente honesto y estar en política? Si eso no es posible, más vale que desaparezcamos de la Tierra, porque le estamos complicando la vida al resto de los bichos, que son inocentes. Hoy vivimos 40 años más que hace 150 años. Eso es fruto del progreso humano. ¡Defectos a patadas! ¡Injusticias, a patadas! Pero no es pa’atrás, es pa’delante. ¿Cómo vivió esa filosofía estando en el poder? En el poder nunca estuve, estuve sentado en el sillón del presidente. ¿Cuál es la diferencia? Gran parte del poder lo tienen unos señores que no están en la presidencia ni en nada por el estilo. ¿El poder económico? Claro. Usted tiene que lidiar y terciar. Me votaron para administrar, estar ahí y poner la cara, pero vanidosos son los que se creen que son el eje de la sociedad. Los presidentes pasan y los pueblos siguen. A veces mejoran o empeoran, y la vida sigue. Y nos vamos desnudos, como vinimos, y lo demás no tiene importancia. ¿Qué queda de la vida, entonces? Lo único que queda son los afectos. Pero la vida, con todos sus defectos, es hermosa. Nunca tocamos el cielo con la mano, vamos subiendo muy canositos. A veces mejoramos un poco, y ahí vamos. Nadie es más que nadie. Ni el hombre poderoso, ni el hombre modesto. Todos nos pelamos como un ajo. La ley de la muerte es la cosa más democrática que pueda existir. ¿Lo siente más a esta edad? Es lógico que lo sienta. Pero me quisiera morir como los bichos del monte. ¿Cómo así? Sin ruido. ¿O un día dormido? Vaya a saber cómo me toca. Pero no tengo ningún apuro (ríe)…