Maruja Barrig ha de reírse mucho en esta entrevista. Se reirá de los ideales de belleza que le quieren imponer a las mujeres de más de 60 años, del machismo, de los medios, y de sí misma. Ha de bromear con eso de que tiene el “pensamiento elíptico”, algo que la obliga a empezar con un tema en una conversación, divagar con algo totalmente distinto, y volver al cabo de unos segundos al inicio de todo. “Es que a veces me quedo colgada de una frase, no puedo evitarlo”, me explica. La investigadora y activista feminista es una observadora aguda de lo que somos como sociedad, de nuestras taras y prejuicios. Y de eso habla en esta conversación.
Debes ser una de las pocas columnistas que habla sin temor y con naturalidad del paso del tiempo y la vejez.
Lo que pasa es que cumplí 70 años y yo creo que, a diferencia de cuando cumplí 60, cuando se suponía que entraba a la tercera edad o era adulta mayor, y ya no hacía colas en los bancos o en los cines, los 70 sí me han cambiado un poco el switch, sí he sentido que ahora soy vieja… Ahora te toca a ti decirme: “No pareces de 70, Maruja”.
Eso es lo que iba a decirte.
Exactamente (se ríe). Mira, hoy día, leyendo La República, vi una noticia que decía “anciana es detenida con medio millón de dólares falsos”. Empiezo a leer la noticia y dice “una mujer de 70 años…”. Entonces, claro, yo no me siento anciana, pero me lo recuerdan a cada rato.
Entiendo. Pero, vamos, tengo una curiosidad. En la columna que escribiste para despedir el año pasado decías: “tengo la edad de un lector de avisos funerarios”, ¿por qué?
Porque en esa columna hablaba de mi papá. Y él era un gran lector de los avisos funerarios de El Comercio. Y él comentaba en voz alta: “Se murió fulano, o se murió mengano, qué se yo”. Y en esa época medio que nos burlábamos, porque no entendíamos esa mirada próxima a la muerte. Y creo que al decir que ahora yo tengo la edad de una lectora de avisos funerarios estoy recordando que el año que pasó murió gente muy cercana a mí, incluso menor que yo, y eso me dolió mucho.
Hay otra cosa que contabas cuando hablas del paso del tiempo. Te detenías en el caso de una mujer de 60 años que de pronto tiene que soportar las impertinencias de un tipo que le dice que ha dejado de ser bella, ¿qué nos pasa a los hombres que no nos percatamos de que con los años perdemos pelo, nos ponemos obesos y debemos ir con más frecuencia al urólogo? ¿Por qué hacemos como que no cumpliéramos años?
Bueno, quien tiene que responder eso eres tú, que eres hombre (se ríe).
Ok, es justo.
Pero, a ver, para ponerme seria. Hay esta especie de ideal femenino de la belleza, que tiene que mantenerse. Y las mujeres viejas envejecemos más rápido que los hombres viejos. Es decir, envejecemos para la vista ajena. Ayer, por ejemplo, estaba en una comida y miraba a los hombres de mi edad, que tenían unas guatas impresionantes, y estaban muy orondos, con el botón que apenas cerraba, y las mujeres estábamos muy producidas, como se dice ahora, elegantes, tratando de ser delgadas. Yo creo que hay una suerte de desequilibrio en el juicio sobre la belleza en la vejez, y no solo en ella.
Los hombres no nos percatamos que también envejecemos.
Creo que sí se percatan pero les vale madre (se ríe).
Acabemos con un mito, ¿la sabiduría llega con la vejez?
No.
¿Quien lo dijo es un tonto?
No sé quién lo dijo, pero no estoy de acuerdo. Uno se equivoca mucho, y se va a seguir equivocando hasta que se muera. Por lo menos, yo no soy más sabia de cuando tenía 40. Escribo una columna en La República, con eso te digo todo. (Se ríe)
Me gustó mucho una conversación que tuviste hace dos años con Gabriela Wiener en la que ella te confesaba que veía a la anterior generación de feministas como un grupo de mujeres anticuadas y sin sentido del humor. Son un poco audaces las actuales feministas, no le perdonan nada a sus antecesoras.
Bueno, conmigo no se meten mucho, porque tengo cara de mal genio y tengo fama de malcriada, creo, no sé.
¿Es una fama injusta?
Por favor. ¡Nos estamos riendo desde que te sentaste! Pero, a ver, me da la impresión de que cada momento del feminismo ha tenido su expresión y su manifestación. No sé si lo escribí, pero si no lo hice lo haré en algún momento: a mí me gustaría tener un cuerpo fantástico, mis dos tetas bien paraditas y salir a desvestirme a la calle como hacen ahora las feministas jóvenes, pero, por favor, a quién estoy engañando, en mis tiempos salíamos a cantar con banderolas lilas que era el color del feminismo en los años 70.
Pero nadie te exige esas performances, no es necesario.
No, claro, nadie me lo exige, pero a mí me gustaría hacerlo. Pero no tengo el cuerpo para hacerlo, ni la vitalidad para caminar muchas cuadras. A lo que voy es: Hay formas de expresar tu malestar, de expresar el feminismo, que tienen que ver con tu época. Mi amiga Gina Vargas, que es una feminista, fundadora de Flora Tristán, salió a manifestarse a favor del aborto en el Jirón de la Unión, en la década del 70, y le escupieron. Cuarenta años atrás eso era una aberración. Hoy hay un poco más de apertura. Yo creo que el feminismo de los 70, a pesar de la seriedad que nos achacan, tuvo un rol importante en abrir y democratizar los derechos de las mujeres.
En esa misma conversación con Gabriela Wiener lanzaste una frase interesante: “Ahora las jóvenes clasemedieras apuestan por el logro profesional, retrasan casarse o no se casan, no tienen hijos o los programan para cuando quieran… Pero están pagando un precio alto por su autonomía”. ¿Qué precio están pagando?
A ver, cuando yo era joven, yo no podía salir de mi casa sin haberme casado. Y salí de mi casa casada, igual que muchas mujeres de mi generación. Sí trabajábamos, pero no era sencillo. Tengo una anécdota, a fines de los 70, la revista Marka tenía una revista populachera que se llamaba La Calle. Y me llamaron a dirigir La Calle. Yo estaba absolutamente dichosa de dirigir una revista, aunque no teníamos fondos, funcionaba en una cochera.
Era puro entusiasmo.
Sí. La revista Marka era la seriedad absoluta, donde estaban todos los grandes pensadores de la izquierda, y La Calle era fuchi, fuchi. Y me acuerdo haber entrado feliz a ver cómo estaba la diagramación del primer número que iba a ir con mi nombre, y a la hora que cierro la puerta de la sala de diseño veo que habían puesto una foto mía con la frase: “Nueva directora en la calle”. Luego volteé a ver y allí estaban tres hombres y estuve a punto de decirles algo, pero no. ¿Pero por qué pasaba eso? Porque yo tenía que hacer algo que a los hombres no se les pide nunca: demostrar que era una buena periodista y que podía sacar adelante esa revista. Y eso fue lo que hice. Fue fantástico. Trabajé con Mariella Sala, con Herman Schwarz, con Gabriel Niezen. Pero, quiero volver a tu pregunta, creo que en mis tiempos fue más difícil ser una mujer profesional con autonomía, ahora es más sencillo. Pero sin embargo creo que todavía hay grandes fragmentos de la sociedad que esperan que estas mujeres jóvenes, profesionales y exitosas cumplan un rol. Les preguntan, ¿con quién estás saliendo?, ¿piensas casarte?, ¿vas a tener un hijo?
Una serie de impertinencias.
Son impertinentes, sí. Se está esperando que de todas maneras cumplas con un rol que se supone que ya no deberías tener, necesariamente, como destino.
¿Quién es el gran interlocutor del feminismo de este tiempo? ¿Con quién habla el feminismo? ¿Con el Estado? ¿Con los medios? ¿Con los perpetradores de crímenes violentos?
Esa es la pregunta del millón. Yo no sé. Este feminismo vigoroso, que sale a las calles, que protesta, no sé con quién está dialogando. En mi época, estas feministas aburridas y con traje sastre, estábamos forzando al Estado por normas. Ley contra la violencia en los 90, y otras que fueron saliendo. Y también hablábamos con Naciones Unidas. Yo creo que para las feministas de mi época tener un marco internacional que garantizara derechos fue clave. Porque si tu país fallaba, tu podías apelar a la comisión en contra de la discriminación. Apelar a la norma, en estas instancias, nacionales e internacionales, era vital. Ahora hay varias teóricas que yo leo, no con poca sorpresa, que no son peruanas, que no quieren saber nada ni con Naciones Unidas ni con el Estado: porque el Estado es patriarcal y porque Naciones Unidas responde a otros intereses. No lo entiendo mucho. Tendrías que preguntárselo a una feminista joven.
Ahora, fuera de la indignación natural que hay por los crímenes violentos, ¿el feminismo debería tener una escala de prioridades? ¿Qué es más importante ahora? ¿Conseguir que las mujeres de clase media lleguen a puestos de poder o que las mujeres trabajadoras tengan garantía de que todos sus derechos se van a cumplir?
Esta es tu segunda pregunta del millón.
¿Hay respuesta?
Hay una postura que es liderada por una filósofa norteamericana que se llama Nancy Fraser. Ella y otras dos académicas han escrito un manifiesto que se llama “Por un feminismo para el 99%”. El argumento de estas mujeres es que el feminismo en Estados Unidos, o en el mundo occidental, ponle comillas, ha estado apelando siempre a la visión del mundo corporativo: Cuántas mujeres hay en puestos ejecutivos en las empresas, cuántas en los parlamentos, etc, porque consideran que eso es parte de la igualdad y está bien, pero es insuficiente. Lo que dice Fraser es que ese es el feminismo para el 1%, mientras que el otro feminismo es el que representa a las mujeres que no tienen los recursos para abortar, pensando en los Estados Unidos, porque deben viajar de un estado a otro; a las mujeres que no pueden encontrar un trabajo adecuado porque no completaron sus estudios secundarios; es el feminismo que se pregunta qué hemos hecho para eliminar la pobreza intergeneracional que afecta a las mujeres.
Que son la mayoría.
Que son el 99%. Y yo estoy bastante más por ese feminismo del 99%, porque soy una comunista y chavista (sonríe). Y me preocupa que no exista una autonomía económica en las mujeres. A veces no se separan de un hombre abusivo por cultura o por socialización, sino porque no tienen otros medios. No es la única causa, pero podría ser una de las causas.
En octubre escribiste una columna que tenía un título provocador: “¿Fue Fujimori un feminista?”. ¿En verdad hay una discusión sobre eso?
Sí.
¿Por qué?
Lo que pasa es que si las mujeres estamos apelando a que haya igualdad y paridad, eso es para todo el mundo, Martha Chávez incluida. No podemos decir: tú sí y tú no.
Incluso para que las no piensan como tú.
Exacto.
Pero, volvamos al gobierno de Fujimori, más allá de Martha Chávez como primera presidenta del Congreso, ¿en verdad hubo apertura para las mujeres?
Fujimori creó el ministerio de la Mujer. Pero a veces los armazones institucionales no funcionan. Fujimori también fue a anunciar, a la Conferencia de la Mujer de la ONU (Beijing, 1995) su programa de planificación familiar con esterilizaciones sin la firma del esposo, y eso fue aplaudido por todas las feministas peruanas que estaban en esa sala, y eso después significó miles de mujeres esterilizadas sin su consentimiento. A mí también me pareció fantástico que las mujeres pudieran ligarse las trompas sin la firma del marido, pero ese discurso no apuntaba a la autonomía femenina. En la práctica, en lo que se convirtió fue en una masacre.
¿Qué pensaste del abrazo entre Marisa Glave y Luz Salgado?
Yo no me hubiera abrazado con Luz Salgado, la verdad.
Pero estaban en medio del debate por la paridad, era un gesto entre mujeres.
Sí, pero yo como feminista no soy capaz de desligar mi lucha por los derechos de las mujeres de mi política de alianzas con personas que han vulnerado derechos. No sé. Debe ser que tuve papá comunista y milité mucho tiempo en un partido de izquierda.
¿Hay violencia machista contra las mujeres que están en las antípodas del movimiento feminista, contra mujeres conservadoras?
Me imagino, no tengo amigas conservadoras.
¿En qué años militaste en Vanguardia Revolucionaria?
¿Por qué es importante eso? Yo también puedo responder con una pregunta.
Lo que quiero saber es si en tu militancia notaste rasgos machistas de tus compañeros.
Ah. Eso es interesante. Yo milité en Vanguardia en los 70. Y allí se hizo una comisión de la mujer. Y los debates que hubo en esa instancia sirvieron para la fundación del movimiento Manuela Ramos. La mayor parte de las militantes o esposas de militantes estuvieron en el movimiento. Ahora, no había forma de que los compañeros tuvieran algún tipo de aproximación seria al tema de la mujer. Recuerdo que me pidieron que diera un taller a los cuadros, y tuve que usar El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (se ríe). ¡Era Engels! Y no podía usar nada más que Engels para hablar con los militantes.
Más allá de que los conservadores han dicho la palabra masturbación por primera vez en televisión abierta, ¿le has visto algo interesante a esta campaña electoral?
Lo que pasa es que si te contesto con franqueza voy a quedar pésimo y si te miento se va a notar.
Prefiero la franqueza.
He reducido al mínimo, desde hace un tiempo, mi atención a los canales y a la radio. Salvo cuando hay una situación excepcional, como el debate sobre el cierre del Congreso, y Salvador del Solar siendo empujado para que no entre al hemiciclo. No sigo los debates en los canales, y lo hago porque me muero de miedo de que de pronto aparezca la cara de Rosa Bartra o Karina Beteta en la pantalla. Lo que sí hago es seguir los debates en los diarios, como antigua que soy. Y creo que esta exageración, esta cosa de decir que las niñas se masturban con cuchillas y tornillos, está relacionada con la estridencia. La lógica es: seamos estridentes para atraer la atención.
Ahora, es curioso que los grupos que se atribuyen la defensa de los niños, y tú lo has escrito, tengan en sus filas a sentenciados por alimentos o por violencia doméstica.
Bueno, es parte de la hipocresía de esos grupos.
Ahora que hablábamos de palabras prohibidas, como masturbación, has dicho que los medios le tienen fobia a la palabra cáncer, que prefieren poner eufemismos como “larga y penosa enfermedad”, como si aquello fuera a alejar el mal.
Creo que intenté explicarlo en una columna. Lo que pasa es que a veces el cáncer se ve como responsabilidad del enfermo. Dicen: “Ah, seguro que está con estrés”. Y además el cáncer produce la sensación de inutilidad, te enfermas y de pronto eres improductivo para los demás, lo cual es absurdo. Hay estas taras que hacen que para muchos sea difícil decir cáncer, salvo Vicki Guerrero que en un mensaje aparece totalmente pelada y agradece a toda la gente que la ayudó. Hay como vergüenza, ¿no?
¿Qué es lo que te molesta de la palabra rabona?
Que son el rabo de los hombres, y las rabonas no eran eso. Ellas llevaban la comida, armaban el campamento, iban con la tropa, y a veces se adelantaban a la tropa.
Dices que tenían un rol logístico importante.
Claro. No eran simples acompañantes. Y eso de rabonas suena feo.
También les decían cantineras.
Roberto Ochoa escribió sobre eso, en un libro de cuentos, creo que se trataba de un antepasado.
Pregunta final. La historia está llena de injusticias contra mujeres importantes. Están los golpes de Túpac Amaru II contra Micaela Bastidas. O que una intelectual como Mercedes Cabello terminara su vida en un manicomio.
¿He escrito ya lo de Micaela Bastidas?
Lo has comentado en alguna entrevista.
A mí me sorprendió mucho. Lo encontré en el libro de Charles Walker, que está muy bien documentado. Ahora, Micaela, en el juicio, alude a la violencia que había sufrido de su marido, como una manera de amainar la pena que le iban a imponer, como queriendo decir que ella también había sufrido en la trayectoria revolucionaria de ambos, cuando todo el mundo sabía que ella fue impresionantemente útil para la revolución, ella era la de la logística, la de la comida, la que sabía del desplazamiento de las tropas.