Así como cuando un buen día del 2004 (dos años antes de ser reelecto presidente) le pegó un salvaje patadón en plena nalga a Jesús Lora, el pobre tipo que se atrevió a cruzársele interrumpiendo su gallardo paso en una marcha de protesta, don Alan Gabriel Ludwig García Pérez le pegó esta semana un puntapié verbal a anda a saber a quién: ¿a los fiscales que lo investigan? ¿A los periodistas que le hacen preguntas incómodas? ¿A sus enemigos políticos? ¿A ese 90 por ciento de peruanos que lo rechaza y no se cree la historia de que sea un perseguido del gobierno? ¿A su sombra? Lo cierto es que, tal vez rabiosito porque cada vez le salen más pañuelos sucios de ese sombrero de mago en que se ha convertido la Caja 2 de Operaciones Estructuradas de Odebrecht, el ex mandatario –también cariñosamente conocido como “Ego Colosal”, “Caballo Loco” o, tal vez por haber adornado el Morro Solar con una horripilante réplica del Cristo del Corcovado, como el “Gordovago”– largó un nada diplomático: “¡Demuéstrenlo, imbéciles!” en medio de una improvisada conferencia de prensa, dejando turulatos y en pánico a los periodistas presentes. Y no era para menos. Justo el día en que el fiscal José Domingo Pérez debía interrogarlo como parte de una diligencia de las investigaciones sobre el festival de coimas de la Línea 1 del tren eléctrico (sí, esa obra cuyos pilares abandonados quedaron por años como símbolo de la eficiencia de su primer gobierno), IDL-Reporteros tuvo la gran idea de ventilar un pago que habría realizado Odebrecht a García en el 2012 por nada menos que cien mil dólares, disfrazado, recibos fraguados mediante, de remuneración por una de esas conferencias con las que él jura que revoluciona el planeta cada vez que abre la boca. Claro, durante años, desde que salió de su primer gobierno, don AG nos ha mantenido patidifusos con el cuento ese de que la plata le llegaba solita (Jaime Bayly dixit) gracias a que su piquito de oro era una especie de mina por la que instituciones de todo el planeta se peleaban y pagaban millonadas por programarlo en foros internacionales, como si fuera un mix de Thomas Friedman, Francis Fukuyama, Joseph Stiglitz y Stephen Hawking, todos juntos y envueltos en un gigantesco terno azul marino. Es más, jactancioso como él solo, preguntado sobre por qué se le habría pagado tanto por una sola conferencia (cien mil dólares por hacer que un expresidente venido a menos dé una conferencia suena un poco too much, aun si se tratara de una charla de Bill Clinton hablando sobre sus pecadillos orales), solo acertó a exclamar, aparentando una indignación de Zeus ultrajado: “Pero ¡¿qué culpa tengo yo de haber aportado novedosas ideas a la economía mundial?!”. Y, sí pues, sin duda una de sus novedosas ideas, aquella que logró que el Perú, durante sus cinco primeros años de gobierno tuviera una inflación acumulada de 2,178.482 %, fue una hazaña digna de figurar en el libro de los récords. De hecho, ya figura en el Business insider, uno de los más importantes blogs de finanzas del mundo, entre los peores procesos inflacionarios del siglo pasado, específicamente el mes de setiembre de 1988, cuando se registró una inflación de 114 % ¡en un mes! Pero de allí a creerle que, por eso, el susodicho va por el mundo dictando cátedra sobre economía hay un gran trecho y resulta menos verosímil aún que haya acumulado una pequeña fortuna de casi 900 mil dólares (incluyendo los cien mil de Odebrecht que acaban de salir a la luz) por conferencias y charlas, aun cuando asegure que ese dinero ingresó al sistema financiero local pagando los impuestos correspondientes. Después de esto, parece que las cosas se complican para el siempre escurridizo jefe del partido más antiguo del país y es casi comprensible que eso lo tenga con los nervios de punta y alguito descompensado, como diría don Moisés “Manolarga” Mamani. Por si fuera poco, aunque no ha llegado todavía a interrogarlo, el fiscal Pérez ya pidió impedimento de salida para él, algo a lo que se ha allanado con gran aspaviento. Por fin, peruanos, lo tendremos por estos lares para disfrutar de sus siempre entretenidos arranques de indignación. Eso sí, por si acaso, si se lo cruza por la calle algún día de estos, mejor pásese a la vereda de enfrente. Por su largo historias de patadas, empujones, ajos y cebollas, uno nunca sabe cuándo el pobre podría estar más nerviosito que de costumbre.