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Cultural

Santiago Yahuarcani: “Los árboles son seres humanos”

El pintor indígena uitoto exhibe la muestra “Shiminbro, el hacedor del sonido”, en el C. C. Garcilaso. Sus obras recrean personajes míticos amazónicos.

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Santiago Yahuarcani pertenece al grupo étnico Clan Aimeni o de La Garza Blanca. Foto: Marco Cotrina/La República

Siente que dentro de su pecho lleva un bosque. Allí están los ríos, los pájaros, la historia de su comunidad, los mitos y las voces que vienen desde la memoria. Pero también están sus palabras desde nuestros días, sobre todo cuando denuncia, con firmeza, el olvido, la tala o la contaminación de su patria verde: la selva amazónica.

Santiago Yahuarcani es un artista indígena uitoto, pintor autodidacta del pueblo de Pebas, a orillas del río Ampiyacú, en Loreto. Sus pinturas, como nunca lo esperó, forman parte de las colecciones de los museos Reina Sofía de Madrid, Van Abbe de Países Bajos, Museo de Arte de Lima y Museo de Arte de San Marcos. Actualmente, exhibe la muestra “Shiminbro, el hacedor del sonido”, en el Centro Cultural Garcilaso, en Lima. La exposición tiene la curaduría de su hijo, también artista, Rember Yahuarcani.

En “Shiminbro, el hacedor del sonido”, cuadros de gran formato, pintados en llanchamas, telas hechas con cortezas de árboles, recoge personajes míticos y de leyendas, aquellos que habitan en el imaginario de su pueblo. Personajes que lo asaltan en sus noches de diálogos ancestrales y a los que él, con arte y tintes naturales, les da forma, color y existencia viva. Algunos son tomados de ese viaje infinito que es la memoria en los pueblos aborígenes, narrados por los abuelos, donde el bien combate al mal, pero otros, como el caso de Shiminbro, han surgido de su propia imaginación.

“Shiminbro no existe. Yo lo inventé después de una travesura”, ríe Santiago Yahuarcani.

En realidad, la travesura de Santiago era un rito, un viaje con plantas alucinógenas. Cuando aún era adolescente, había cogido un hongo del bosque y de curioso quiso saber qué le pasaría si lo masticaba. Llegada la noche, se metió a su cama para experimentar. Empezó a sentir mareos, pensó que se había envenenado. Y sobrevinieron las sensaciones. En sus alucinaciones, los árboles se trastocaban en seres humanos, veía rostros y personajes inimaginables y la noche se le hizo densa. Desde la oscuridad, creció una voz que decía “¡shiminbro!, ¡shiminbro!”, cada vez más fuerte.

Dos obras. “Shiminbro, el hacedor del sonido”. Al lado, “Pelota de caucho”, pinturas en llanchamas, con tintes naturales. Foto: difusión

“Empecé a escuchar los sonidos de la noche, en realidad voces de personajes que ahora pinto en mis llanchamas”, explica el artista mientras nos muestra la pintura en donde aparece Shiminbro como el centro de un universo.

Bosque adentro

Santiago Yahuarcani, además de artista, es líder de su comunidad, en Pebas. Pertenece al grupo étnico Clan Aimeni o de La Garza Blanca. Proviene de una familia sobreviviente de las atrocidades de la época del caucho. Huyeron a otras regiones, algunos a La Chorrera, en Colombia, pero otros se quedaron en territorio peruano.

Creció en una familia dedicada a la artesanía, oficio que aprendió desde niño sin dejar las tareas en el bosque. Sus padres tejían. Él se dedicó a pintar. Recuerda que fue su abuelo quien le enseñó a preparar las llanchamas, que ahora usa para sus pinturas. 

Pero Santiago no se quedó en el oficio de artesano. No era consciente de lo creativo que era.

“Un día, llegó un sacerdote a comprarme mis pinturas. Cuando las miró, me dijo: ‘Santiago, eres un artista’. Yo entendía por artista aquellas personas que bailan o cantan. Para mí, hacer mis pinturas era un trabajo más, como trabajar en la chacra, y venderlas servía para comprar comida y jabón. Ahora sí comprendo qué es un artista”, dice Yahuarcani.

—¿En qué momento sus pinturas dejaron de ser trabajos artesanales para ser trabajos artísticos?

—Ahora que me doy cuenta, puedo decirlo. Cuando tenía 18 años, empecé a lamer ampiri, el tabaco, para sentir cosas nuevas. En esos años, trataba de buscar cosas para alucinar. Buscaba hongos en los palos podridos. Seguía tomando ayahuasca, pero yo quería cosas diferentes. Entonces, alucinaba. Años después, cuando pintaba paisajes y animales de la selva, pensé que esas cosas de joven, mis travesuras, podían ser interesantes para el público. Ahí empezó a cambiar mi pintura. También me di cuenta que el artista es quien crea, imagina.

—Cuando descubrió los efectos de los hongos, fue una fortuna.

—“Sí, porque en las fiestas, mientras otros gastaban su plata para emborracharse con cervezas, nosotros, con un honguito, estábamos más borrachos que nadie (risas)”, dice Yahuarcani.

Los cuadros resaltan la memoria de los pueblos aborígenes de la selva. Foto: difusión

—En sus pinturas empezaron a aparecer mitos y leyendas, personajes que solo la memoria reinstala en sus llanchamas.

—“Empecé a contarle mis ideas a mi esposa. Le explicaba mis personajes. Ella me decía: ‘Qué les va a interesar al público esas tonterías. Eso es pura mentira’, me discutía. Pero yo no le hacía caso y seguía pintando mis alucinaciones. Descubrí que al público sí le gustaba y profundicé mis recuerdos sobre mis travesuras de juventud. Esa es la base de mi pintura”, comenta el artista.

Dolor del caucho

—Pero no solo pinta seres mitológicos. También recrea el genocidio de la época del caucho.

—“Mis abuelos contaban cómo habían perdido a sus padres, a sus familiares, algunos torturados, quemados. Ellos lloraban, pero yo era muy niño y no entendía bien el dolor que sufrían. Ese dolor ahora también yo pinto”, afirma Santiago.

—Considera que la selva amazónica les ha dado todo. En realidad, le da a todo el mundo, pero dice que muchos no tienen conciencia de ello.

“La selva está llena de seres, es la casa de los espíritus, que son sus dueños. Allí está el espíritu del agua, del río. Todos los árboles son seres humanos. El bosque nos da alimentos y nos cura, porque tiene medicinas. Pero mucha gente no la respeta, tala los árboles, contamina los ríos. Más puede la ambición por el dinero”, critica.

—El bosque, como me ha dicho, le da temas para sus pinturas. ¿Qué piensa de que sus obras estén, entre otros museos, en el Reina Sofía y Van Abbe de Países Bajos?

—Es una alucinación, pues (risas).

El dato

Pinturas. La muestra se exhibe en el Centro Cultural Garcilaso de la Cancillería, (jirón Ucayali 391, centro histórico de Lima). Tiene la curaduría de Rember Yahuarcani. Ingreso libre.