René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.

Himno Nacional: Del canto a la acción, por René Gastelumendi

El verdadero patriotismo no está en la garganta, sino en la exigencia de una nación más justa y segura.

Es imposible ignorar el ruido. Esta semana el particular debate político peruano se ha atascado en el valor de lo simbólico, con el himno nacional en el centro de la parrilla. Mientras la inseguridad no mengua, ciertos sectores insisten en elevar el canto patrio no solo a un deber cívico, sino a una estrategia de seguridad nacional. La premisa parece ser: a más fervor, menos delincuencia. El otro sector, al reaccionar a esta manipulación, lo ataca con tanta vehemencia que parece atacar el sentimiento patrio en lugar del mal uso político.

El problema real no es el himno en sí mismo. Es una pieza de nuestra identidad, memoria histórica y vehículo de emoción. Cantarlo está excelente; es parte de la experiencia, del espíritu de ser ciudadano. Nunca dejaré de agradecer, por ejemplo, que a mi hija le hayan enseñado a cantar el himno nacional en el colegio antes de que se vaya a vivir fuera y que ahora el “somos libres” forme parte de nuestra conexión e identidad. Pero no se puede negar que hay diferencias profundas entre el sano orgullo cívico y la instrumentalización política del patriotismo.

El debate se encendió con medidas concretas del Gobierno del presidente José Jerí, de costado a gran parte de la población que más bien le exige someter al análisis y evaluar el impacto de las llamadas leyes “pro crimen”. Mediante un Decreto Supremo, se dispuso que la entonación del Himno Nacional y el izamiento de la bandera sean obligatorios todos los lunes en instituciones públicas y colegios.

La justificación oficial es: reforzar la seguridad ciudadana fortaleciendo la identidad nacional. El mensaje es que el patriotismo es un muro poderoso contra el crimen. Pero cuando una autoridad ofrece el himno como la principal respuesta a un problema tan complejo y material como la delincuencia, está manipulando y puede caer en la estafa política.

La lucha contra el crimen requiere recursos tangibles: mejor policía, sistema de justicia sin corrupción y sin recarga, inversión social, análisis legales, reforma del Inpe. etc. Ninguna de estas medidas se resuelve con una nota más alta en el coro o porque cantemos más veces. La glorificación excesiva del símbolo desvía la atención de la estrategia real de la gestión. Nos piden cantar mientras afuera nos sigue cayendo bala, seguimos muriendo en las carreteras y seguimos activando bombas de tiempo en los emporios comerciales em campaña navideña.

No obstante, el verdadero drama es cómo la polarización crónica, como un virus siempre al acecho, es capaz de convertir también este debate en un diálogo de sordos.

La derecha conservadora utiliza el himno para afirmar su orden y etiqueta a quien cuestione su método como "antipatriota" o “caviar” o “izquierdista” y toda su monserga. Convierten un debate sobre políticas públicas en un juicio moral e ideológico sobre la lealtad y evitar discutir soluciones complejas.

Del otro lado, la crítica progresista, al denunciar la instrumentalización, a veces parece menospreciar el valor intrínseco de los rituales cívicos, regalando el monopolio del patriotismo. Al reducir el himno a un elemento "inútil" o una "estafa" en la lucha contra la delincuencia, desestima o niega el valor intrínseco de los símbolos en la construcción de una comunidad.

La polarización, como siempre, subestima el equilibrio: El himno es valioso, pero no resuelve la delincuencia. Es, acaso, apenas un complemento. El himno, seamos claros, vuelvo a resaltar que es un poderoso vehículo emocional para el recuerdo de la historia y la forja de una nación, pero es un pésimo sustituto de políticas públicas efectivas porque no es un plan de gobierno.

Cantemos el himno, sintamos el respeto, pero mantengamos el ojo crítico sobre quién, cómo y por qué lo está usando. El deber cívico de un ciudadano comienza al exigir a sus líderes que, además del fervor, ofrezcan resultados. El verdadero patriotismo no está en la garganta, sino en la exigencia de una nación más justa y segura. Si los mismos que nos piden cantar más alto no pueden garantizar que lleguemos a casa a salvo, el problema no es nuestra falta de espíritu, sino su falta de eficacia. Empecemos a debatir sobre los presupuestos, la justicia y las leyes. El himno nos une en la emoción, pero solo la buena gestión nos salva en la realidad. Señor Jerí, vayamos del canto a la acción concreta.

René Gastelumendi

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