Columnista invitado. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.

Invertir en prevención: el verdadero desafío, por Jorge Vargas Florez

"Si aceptamos que no podemos evitar ciertos eventos naturales, entonces debemos garantizar que no se conviertan en tragedias por su impacto"

Por Jorge Vargas Florez – Coordinador del Grupo para el Manejo de Crisis y Desastres de la PUCP.

Cada vez que ocurre un desastre, escuchamos las mismas palabras: “fue imprevisible”, “nadie lo esperaba”. Pero, en realidad, lo que suele sorprender no es el fenómeno natural o sanitario en sí, sino la vulnerabilidad con la que lo enfrentamos.

El impacto de un desastre no depende únicamente de su magnitud, sino de los factores preexistentes que lo agravan: las deficiencias de infraestructura, la falta de planificación territorial, la fragilidad institucional y la limitada capacidad de resiliencia de la sociedad. En otras palabras, si se reduce la vulnerabilidad y se eleva la resiliencia, se reduce el impacto.

Por poner de ejemplo, en Japón, un sismo de 6,9 grados dejó 6 000 fallecidos; en Haití, un evento casi idéntico causó 230 mil muertes. La diferencia no fue la fuerza del terremoto, sino la capacidad de resiliencia. Otros casos son en las epidemias.

En 2014, el virus del Ébola en África Occidental dejó solo 8 fallecidos en Nigeria y duró tres meses; en Liberia, en cambio, cobró más de 4 800 vidas y se prolongó por dos años. También con las olas de calor: la de 2003 en Europa causó cerca de 15 000 muertes en Francia, mientras que en Inglaterra y Gales el número fue casi siete veces menor.

El patrón se repite. En 2021, la tormenta invernal “Uri” afectó a México, Estados Unidos y Canadá. En EE.UU., los cortes masivos de electricidad y gas dejaron 276 fallecidos y pérdidas de 100 000 millones de dólares; en Canadá, las muertes fueron 70 y las pérdidas apenas un 2 % de las del país vecino.

Y, por supuesto, el Perú no es la excepción. Durante la pandemia de COVID-19, la falta de inclusión financiera digital obligó a miles de peruanos a hacer largas colas para cobrar los bonos del gobierno. Esa exposición innecesaria se tradujo en contagios masivos. Solo en el Banco de la Nación, unos 1 700 trabajadores se infectaron entre 2020 y 2021. En Corea del Sur, con políticas similares, pero con el uso de productos digitales efectivos, no se reportaron contagios en el personal bancario. Mismo evento, mismas medidas, distintas capacidades, distintos resultados.

Los factores de vulnerabilidad pueden y deben mitigarse. Está comprobado que cada dólar invertido en prevención puede ahorrar múltiples veces su valor en pérdidas: 12 dólares frente a terremotos (fuente: nibs.org), 10 frente a huaicos (fuente: gca.org), 4 ante olas de frío (fuente: trabajo de Watson et al., Making a Difference. Housing and Health: A Case for Investment. Cardiff, Public Health Wales, 2019) y más de 14 ante epidemias (thepandemicfund.org). Prevenir no es un gasto; es una inversión en bienestar, sostenibilidad y desarrollo.

Pero la resiliencia, que es el conjunto de capacidades para resistir y recuperarse de los desastres, tiene límites. No se trata solo de resistir y “volver a como estábamos antes”. La verdadera resiliencia implica aprender y transformarse. A veces, el retorno al estado previo no es posible —ni deseable—. En esos casos, el desafío es construir un nuevo equilibrio, uno que nos permita convivir mejor con los riesgos inevitables.

Reducir el impacto de los desastres no es solo responsabilidad del Estado. Es una tarea compartida: gobiernos locales, empresas, universidades, organizaciones civiles y ciudadanos debemos asumir que la prevención es una decisión, no una reacción.

Si aceptamos que no podemos evitar ciertos eventos naturales, entonces debemos garantizar que no se conviertan en tragedias por su impacto. Apostar por la prevención es, en realidad, apostar por la vida, por la sostenibilidad y por un futuro con el menor impacto posible.

Columnista invitado

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