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Germán Arciniegas una semana antes del milenio, por Eduardo González Viaña

Hombre comprometido con la cultura, transmitió su pasión por ella mediante el ejercicio del periodismo y libros que, aparte de formativos, mostraban una mirada más esperanzadora de la realidad.

Debería vivir en este milenio, pero se fue una semana antes de cumplir cien años y un mes antes de que alcanzara el nuevo milenio, en su natal Santa Fe de Bogotá, don Germán Arciniegas. Escritor, historiador, catedrático, periodista y diplomático, autor de unos 60 libros y de más de 15 mil artículos de prensa, es la cabal imagen de todo lo que tiene que ser y hacer el intelectual americano en nuestro siglo.

Nunca podré olvidar, por ejemplo, que cuando lo conocí en una reunión en Frankfurt, bastó con que alguien le preguntara sobre el destino del periodismo en nuestra América para que él nos envolviera en una disertación erudita y originalísima sobre el origen del mismo. Nos hizo ver que el primer periodismo, en nuestras repúblicas, se hizo a mula y a caballo, con las imprentas portátiles que, junto a los fusiles y las bayonetas, eran los pertrechos obligados de Simón Bolívar en su peregrinaje libertario.

“La imprenta fue siempre perturbadora y rebelde, y este es su signo y su destino” -nos dijo, y se refirió después a José Faustino Sánchez Carrión, el compañero del Libertador, recordándonos que utilizaba cualquier descanso de las tropas para descargar la máquina subversiva, llenarla de tinta y fabricar con ella manifiestos, proclamas, declaraciones, libelos y arengas cuando no estaba ocupado en transformar un convento desocupado en una de las más importantes universidades del continente, la de Trujillo en el Perú.

“Con una misión a cuestas, se nace escritor en este continente, y ella es escribir libros, educar a nuestro pueblo y hacer más libres a nuestras patrias”, reiteró don Germán, quien en los años 20 fuera un líder universitario, de aquellos que, con Gabriel del Mazo, Haya de la Torre, Alfredo Palacios, José Ingenieros y otros lograron que la educación se convirtiera en una obligación del Estado y en un derecho de todos los hombres. Por obra y pelea de ellos, ese derecho ha sido consagrado en nuestras Constituciones, le ha impreso calidad a nuestra educación y la ha hecho diferente de la impartida en el norte del continente donde la escuela es un negocio de las corporaciones, y el alumno, un “cliente” o un “shopper” cualquiera.

Nunca voy a olvidar su Biografía del Caribe que leí en mi adolescencia y que me hizo navegar quinientos años por ese mar de cocodrilos y bucaneros. El libro se divide en cuatro tiempos, y el primero nos muestra en visiones alternas el Siglo de Oro español y las aguas del Caribe convertidas en escuela de piratas y tumba de conquistadores. El Siglo del Mestizaje es el segundo episodio, y en él, al desembarco de los europeos se 

 Germán Arciniegas. Imagen: Difusión.

Germán Arciniegas. Imagen: Difusión.

junta el traslado de los esclavos y la dominación de los nativos con el nacimiento de una nueva cultura. El tercer tiempo es el del Siglo de las Luces, el XVIII, que hace coincidir la independencia de Haití y con la oleada de gritos independentistas sacudiendo al continente. Por fin, el XIX es el Siglo de las Libertades, y el de los héroes, pero también el de los caudillos cuyo mayor intento es retrasar y estancar el tiempo.

Gracias a libros como América, tierra firme y Entre la libertad y el miedo, nuestra historia se nos hizo diáfana, y así entendimos por qué durante las revoluciones liberales, apresuramos los relojes y tratamos de insertarnos en el “tempo” occidental para lograr que nuestra historia se pareciera a la europea.

Por ello, hicimos guerras de castas y rebeliones de esclavos, consagramos emperadores y semidioses, trabajamos nuestra geografía e inventamos nacionalidades con fronteras artificiales que, a la larga, solamente nos han traído sangre, dolor, frustración, miseria, subdesarrollo, armamentismo, corrupción, dictaduras, guerras entre hermanos e infelicidad sempiterna.

Esta tarde, me duele que a don Germán le haya faltado una semana para cumplir cien 

años y un mes para ser ciudadano del tercer milenio, pero algo me hace pensar que el viejo bromista y el historiador de América le ha jugado una broma al calendario. Por obra y gracia de sus historias que no terminan nunca y por mandato de esta tierra de encantamientos en la que hemos nacido, este es un americano que cumplirá quinientos años.

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