Más candidatos, menos representatividad, naciente ilegitimidad, por Rudecindo Vega

"Sin reservas morales, su prioridad es su propio interés, usando el estado y gobierno para sus intereses particulares"

La naciente ilegitimidad y poca representatividad de nuestras fururas autoridades, para el peeioso 2026 - 2031 se respira anticipadamente en el ambiente peruano. No sabemos aún quienes son los candidatos, no hemos elegido a nadie, pero el desprecio y rechazo a nuestros gobernantes, el desprestigio de la política y la pulverización partidaria anuncian una raquítica representatividad de quienes serán electos con una prematura ilegitimidad de nacimiento.

Dado nuestro régimen político y sistema electoral, con valla electoral y cifra repartidora, la mayoría de los electores del país, por ausentismo, votos blancos o viciados o con votos válidos que no pasan la valla electoral, no estarán representados en el gobierno, ni en el congreso ni en el ejecutivo. Las minorías, muy empequeñecidas, que ganen y pasen la valla, estarán sobre representadas y más alejadas del electorado y de la ciudadanía nacional. El desgobierno y la ingobernabilidad más que un riesgo es un destino trágico de continuidad,  una realidad que se confirma como drama nacional.

La real representatividad nacional queda confirmada en la primera vuelta de las elecciones con la votación para presidente y congreso, en ella se configuran los 3 rasgos del nuevo gobierno: representatividad, legalidad y legitimidad. Para medir ello, en Perú, del total de electores o padrón electoral de cada elección, hay que reducir primero a los ausentes o a los que no votaron, cifra muy variable; luego, de todos los votantes, hay que excluir: a los que viciaron su voto por decisión o error, a los que decidieron votar en blanco o no elegir a ninguno; en tercer lugar están los que votaron bien y por algún candidato pero como se llenó mal el acta electoral de escrutinio su voto queda anulado por error de los miembros de mesa y; finalmente están los que votaron bien por sus candidatos, con actas de escrutinio válidas, pero su partido no tiene los votos suficientes para pasar la valla electoral y no puede entrar a la cifra repartidora de asignación de curules.

El zafarrancho de nuestro regimen político y sistema electoral atentan, en nuestra política actual, contra la representarividad, legalidad y legimidad de nuestras autoridades electas y gobiernos. No hemos tenido reforma electoral, sí hemos realizado una “Deforma Electoral”, hemos deformado todo, desde el escritorio politico y no desde la real politica nacional.

Si tomamos en cuenta el ausentismo electoral en las elecciones nacionales del 2016 y 2021 fue de 18.20 y 31.6; añadimos los votos blanco  11.88 y 12.53 y viciados 6.24 y 5.23 y; luego sumamos los que no pasaron la valla 7.54 y 17.78, los peruanos no representados ascendían  al 43.86 el 2016 y al 67.4 del 2021. Así, la representatividad y legitimidad de las autoridades del 2016 comprendía al 56.14% del electorado nacional y en el 2021 apenas al 32.6%, menos del tercio nacional de electores.

Esos datos, muy agravados por la pulverización política partidaria actual anuncian una representatividad igual o menor que las pasadas elecciones, las encuestas publicadas a 7 meses de las elecciones, muestran una representatividad del 24%. Una ilegitimidad de nacimiento adelantada.

A 7 meses de la primera vuelta de las elecciones, si analizamos los resultados de las últimas encuestas, fotos del momento, de los últimos 3 meses, comprobaremos que solo 3 candidatos y partidos se disputan el gobierno y pasarían la valla electoral (faltan sondeos por partido de votación al congreso): Keiko y Fuerza Popular, López Aliaga y Renovación Popular y Carlos Alvares y País para todos. Los tres juntos sumarían una votación de 24% sin contabilizar el ausentismo. Es decir, cuando menos 3 de cada 4 peruanos no se sentirían representados en el próximo gobierno, fatalidad de fatalidades. Los ciudadanos y electores no representados por las autoridades electas son o se convierten rápidamente en sus críticos y opositores. Nadie quiere tratar y ver estos aspectos reales la naciente falta de representación de nuestros gobiernos.

El endurecimiento de la valla electoral en el Perú, vendido como una flexibilización, está orientado a beneficiar a los actuales partidos conocidos que están en el congreso y candidatos que van a la reelección, los nuevos partidos y candidatos tendrán todo cuesta arriba, puesto que pasar la valla electoral además del 5% de los votos válidos requiere pasar otro umbral antes inexistente: conseguir 7 diputados y 3 senadores electos. Esa valla electoral endurecida sacará a varios posibles partidos de estar representados y disminuirá la representatividad y legitimidad de las futuras autoridades. El 6% de votos válidos exigido para las 3 alianzas termina siendo una burlesca anécdota.

La fragmentación, masificación o pulverización política reflejada en los 50 partidos inscritos en el JNE, 43 partidos habilitados para participar en las elecciones presidenciales y congresales, 36 individualmente y 3 alianzas, en 39 listas presidenciales, congresales y parlamento andino; un récord histórico en nuestra historia republicana y quizás un récord mundial; anuncian una tristísima realidad venidera, incremento de candidatos, disminución de representatividad y naciente ilegitimidad. El negocio de la política o la política como negocio está en auge; es un mercado formal, informal y criminal; a los grandes empresarios de la política, a nivel nacional y regiional, se le han aparecido medianos, pequeños y microempresarios de la política con partidos, empresas partidarias, clubes electorales, vientres de alquiler y organizaciones criminales partidarias.

A esa fragmentación política mercantilizada y criminalizada, obviamente, no le importa la representatividad, legalidad y legitimidad de las autoridades, están ahí para hacer negocios y negociados a expensas del interés público y del interés nacional. Sin reservas morales, su prioridad es su propio interés, usando el estado y gobierno para sus intereses particulares. El Leviathan de Hobbes, hecho para defender al ser humano de su estado salvaje y vida en sociedad, ha sido salvajemente transformado en un instrumento para gobernar y  delinquir en beneficio propio.