Nacionalismos en campaña, por Eliana Carlín

Es verdad que el gobierno debe mantener una actitud prudente ante declaraciones inflamadas desde el lado colombiano, pero ello no está reñido con hacer valer el cargo de jefa suprema de las Fuerzas Armadas que Dina Boluarte ostenta.

La estrategia de “flamear la bandera” no es nueva entre gobernantes. En situaciones de crisis y polarización, tocar tambores de guerra y exacerbar sentimientos contra un enemigo externo suele generar réditos políticos. Eso parece ser lo que está haciendo, ahora mismo, Gustavo Petro al reclamar para Colombia la isla de Santa Rosa. Santa Rosa se considera parte de la isla de Chinería, asignada al Perú en 1929. Si bien es cierto que, desde la Cancillería colombiana, ya se viene discutiendo lo grave que sería la posible pérdida de acceso al río Amazonas, no queda claro por qué el tema ha sido puesto en agenda justamente ahora, y por el propio presidente Petro, a través de sus redes sociales personales.

Dina Boluarte no ha dicho ni una sola palabra al respecto, y el canciller ha declarado que fue por recomendación suya que la presidenta guarda silencio. Si eso es cierto, tenemos a un pésimo asesor en materia de relaciones internacionales, y por tanto, a alguien para quien el cargo de Canciller le queda enorme. En estos momentos, el presidente de Colombia se encuentra en Leticia y ha dado un mensaje durísimo en el que evocó a Bolívar y colocó ofrendas florales a los soldados caídos en la guerra con el Perú. Esta actividad oficial de Gustavo Petro en Leticia, en el marco de los 206 años de la Batalla de Boyacá —fundamental para la independencia de Colombia— es un ejercicio de nacionalismo tradicional, con un discurso belicista exacerbado.

Mientras tanto, del lado peruano, en la isla de Santa Rosa se encuentra Eduardo Arana. Y si usted, estimado lector o lectora, no sabe quién es el señor Arana, eso es evidencia de que para este gobierno importa poco o nada que nuestra integridad territorial esté siendo puesta en cuestión. Es verdad que el gobierno debe mantener una actitud prudente ante declaraciones inflamadas desde el lado colombiano, pero ello no está reñido con hacer valer el cargo de jefa suprema de las Fuerzas Armadas que Dina Boluarte ostenta. No existe, pues, nada parecido a una respuesta firme.

La mediocridad de este régimen llega a niveles tan sorprendentes que ni siquiera tienen la capacidad política de aprovechar una oportunidad para reafirmar la soberanía nacional, un discurso bastante popular que podría significar un par de puntos porcentuales en su alicaída aprobación. Pero, lejos de eso, Dina Boluarte pasea por Japón e Indonesia, por cortesía de la mayoría congresal que promueve sus frívolos viajes. Finalmente, a partir de ahora, es importante tener en cuenta que el discurso de confrontación territorial vendrá con más fuerza en la campaña electoral que ya comienza.