Exrector de la Universidad Nacional de Ingeniería - UNI

Ideas que persisten: Estado Nación, por Alfonso López Chau Nava

El Perú necesita recuperar un proyecto común. Un horizonte compartido que no dependa del poder de turno, sino de un compromiso generacional.

En marzo de 1991, escribimos en la revista Apertura las siguientes reflexiones, que hoy comparto nuevamente como un modesto pero firme aporte. Lo hago no solo para recordar, sino para demostrar que las convicciones profundas no cambian con la coyuntura.

En aquel momento advertíamos que los paradigmas de la política y la economía perdían confianza con una velocidad asombrosa. Lo que ayer movilizaba y entusiasmaba, dejaba de hacerlo. El mundo parecía asistir al nacimiento de lo nuevo. Las ideologías, al haber querido someter al ser humano, perdían vigencia. Sin embargo, comenzaba a recuperarse su esencia más valiosa: la ideología puesta al servicio del desarrollo humano.

En ese contexto de transformación global, el Perú arrastraba —y aún arrastra— sus males seculares. Problemas que debieron resolverse hace más de un siglo, pero que, por omisión o indolencia, no supimos, o no quisimos, enfrentar. Teníamos, y tenemos, la obligación de convertirnos en una auténtica nación; de evolucionar hacia un Estado-Nación verdadero, porque lo que hemos tenido muchas veces es un Estado al margen de su nación. Y lo que nos urge es un Estado que represente a todos los peruanos y peruanas, sin exclusión.

Una cosa es incorporarse a los procesos de globalización sin identidad, sin proyecto, sin personalidad propia, sometidos a las turbulencias externas. Otra, muy distinta, es asumir con convicción nuestra libertad como país, para encontrar una forma nacional de ser universales, sin perder la voz propia ni la dignidad colectiva.

Aquel artículo de 1991 era un intento de persuadirnos y persuadir sobre la posibilidad de construir, de emprender proyectos y tareas comunes.

Defendíamos —y seguimos defendiendo— que el mercado no puede ser el amo absoluto de la economía, pero que tampoco podemos ignorar que, en el pasado, un proteccionismo frívolo y sin rumbo usufructuó de los esfuerzos del país sin ofrecer resultados sostenibles.

Nos reconocíamos en todo lo “viejo bueno” porque estábamos abiertos a “todo lo nuevo bueno”. Creíamos —y aún lo creemos— que, en la historia de los pueblos, para cambiar hay que conservar, y para conservar hay que cambiar.

Hoy, más de tres décadas después, reafirmo esa visión. El Perú necesita recuperar un proyecto común. Un horizonte compartido que no dependa del poder de turno, sino de un compromiso generacional. Porque gobernar no es improvisar ideas nuevas todos los días: es tener una idea persistente del país que queremos construir.