Dos años sin presidenta, por Paula Távara

A propósito de cumplirse dos años desde que Dina Boluarte juramentó el cargo, quizás podamos preguntarnos: ¿ha ocupado realmente en algún momento la señora Boluarte la plenitud del cargo de presidenta?

Lo que era un supuesto altamente creíble esta semana cobró forma de certeza: Dina Boluarte estuvo ausente de sus labores en la presidencia de la República durante al menos un día (aunque se presume que pudo llegar a ser más de una semana) en junio del año pasado, como consecuencia de una cirugía electiva que requirió primero su plena sedación y, posteriormente, un descanso postoperatorio.

Al no haber solicitado permiso o informado al Congreso de esta ausencia del cargo, esta se constituiría en un delito sobre el que el Ministerio Público ha iniciado ya investigaciones.

El abandono del cargo de jefa de Gobierno y de jefa de Estado, si lo miramos desde un enfoque de sistema presidencialista y en contraste con otros Estados, cobra además particular gravedad en la medida en que en el Perú actualmente no contamos con vicepresidentes que asuman tales funciones en reemplazo.

Quizás debamos reconocer que, fuese un día u once, en la práctica, el abandono de cargo de Boluarte no tuvo mayores efectos: nada se hizo de más o dejó de hacerse, la economía no tembló, los funcionarios siguieron haciendo sus deberes, los ciudadanos seguimos buscando formas de subsistir.

Esta falta de reacción frente a la ausencia de gobierno, en otros Estados, podría hablarnos de la fortaleza institucional de los mismos. Recordemos, por ejemplo, que Bélgica se sostuvo 650 días sin gobierno federal en el año 2020.

Sin embargo, estoy segura de que nuestra perspectiva nacional es otra: el abandono de cargo de Boluarte no tuvo impacto alguno por su grandísima irrelevancia para el funcionamiento del Ejecutivo nacional. Una presidenta que pasa largos periodos con agendas públicas vacías, que desconoce plenamente la escala de precios de la vida cotidiana de la gente y puede creer que se cocina “con 10 solcitos” vive claramente de espaldas a la función que se supone ocupa.

A propósito de cumplirse dos años desde que Dina Boluarte juramentó el cargo, quizás podamos preguntarnos: ¿ha ocupado realmente en algún momento la señora Boluarte la plenitud del cargo de presidenta?

Según el artículo 110 de la Constitución, “el presidente de la República es el jefe del Estado y personifica a la Nación”.

Para abordar el rol de jefa de Estado, el artículo 118 del mismo texto legal desarrolla las funciones de la presidencia, y al analizar algunas de ellas es posible afirmar que, en realidad, Boluarte no ha ejercido realmente dicho cargo.

La primera de las funciones refiere a “cumplir y hacer cumplir la Constitución y los tratados”. Sin embargo, sin ningún pudor Boluarte violentó desde el primer día el derecho constitucional a la vida de 50 peruanos y peruanas que murieron fruto de la represión a las manifestaciones en su contra. Violentó también los tratados internacionales al permitir el indulto al dictador Alberto Fujimori.

Se señala también “dirigir la política general del Gobierno”. Si entendemos esto desde la perspectiva de la toma de decisiones públicas y actuaciones que permitan la garantía de derechos fundamentales y servicios públicos —es decir, a partir de la función de gobernar—, podemos citar múltiples fallos de la gestión pública que ha avalado y sigue permitiendo, así como el sinfín de informaciones que nos han permitido saber que no ha sido Boluarte la principal tomadora de decisiones o líder de la gestión de gobierno.

Grave resulta también recordar que es función de la presidencia “velar por el orden interno y la seguridad exterior de la República”. Gravísimo en un país con varias regiones, provincias y distritos en estado de emergencia producto de la inseguridad ciudadana, donde cada día mueren choferes, pequeños empresarios y ciudadanos de a pie producto de la delincuencia, y donde muchas de las principales bandas tienen en sus filas a efectivos policiales.

Sigamos con la “personificación de la nación”. La nación, la “comunidad política imaginada, inherentemente limitada y soberana” (B. Anderson), aquella que debiese generar un sentido de pertenencia colectivo, ¿puede ser personificada por una persona con 97% de desaprobación? ¿Por una persona que cada vez que intenta recorrer el territorio que la conforma solo recibe rechazo, insultos y desprecio?

¿Puede jefaturar el Estado o personificar la nación quien ha dedicado sus esfuerzos en estos dos años a beneficiarse de las arcas públicas y protegerse de la justicia haciendo uso del poder que el cargo le brinda? Resulta bastante evidente que no. No puede, no quiere y no lo hace.

Boluarte no ha pretendido ni presidir ni jefaturar ni personificar nada. Si acaso, ha pretendido reinar sobre estas tierras, rodeándose de joyas y ayayeros, y poniendo la mayor distancia posible de sus súbditos, a quienes ni una sola vez ha visto como ciudadanos y ciudadanas.

Así, en términos éticos (que no legales), es posible afirmar que no se abandona lo que no se tiene, lo que no se hace, lo que no se es, y Boluarte nunca ha sido realmente presidenta.

Cumplimos dos años sin presidenta, y si hemos sobrevivido como comunidad, en medio del caos y los juegos de reparto de poder de los demás actores políticos, no ha sido por la fuerza y estabilidad de nuestras instituciones, sino a pesar de su precariedad y ausencia. A Boluarte y sus secuaces no les debemos nada más que la promesa de que, antes o después, les veremos enfrentar a la justicia.

Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.