Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.

El verdadero mensaje a la nación, por Paula Távara

Con más de cincuenta asesinatos a cuestas y una decena de investigaciones fiscales en curso, la señora Boluarte se ha ganado a pulso el rechazo ciudadano y la movilización social que ese rechazo genera.

Por segundo año —y, felizmente, último— la señora Boluarte nos ‘regaló’ una perorata de casi un centenar de páginas, carente de eficacia y emoción. Un mensaje que no estuvo dirigido ni a la ciudadanía, ni a sus socios de gobierno. Ni siquiera a la pequeña ‘portátil’ que llevó para corear “Dina democracia” desde las galerías del Congreso, y que no fue capaz de acallar las protestas de un sector de congresistas opositores al régimen.

A estas alturas, queda claro que Boluarte habla porque está obligada a hacerlo, y se extiende para confundir, adormecer o, directamente, para que la ciudadanía apague el televisor y la olvide. En ese olvido, parece esperar vivir y gozar hasta el 28 de julio de 2026.

Es innegable que, tras el mensaje de 2024, nadie esperaba mucho del discurso de este año. Por tanto, no tengo nada relevante que opinar sobre el contenido, los argumentos o el sustento de un mensaje absolutamente irrelevante.

Porque las casi cuatro horas de Boluarte ante las cámaras fueron, precisamente, el espejo de su intrascendencia, de su inoperancia en el gobierno. Un discurso que, en realidad, fue silencio. Una presencia protocolar que revela una ausencia de poder real.

Quizás lo único que pueda reconocérsele es que, consciente de esta irrelevancia, avanzada la jornada, ella misma tomó un fajo de páginas y las pasó por alto para abreviar el tedio. Había venido a aburrirnos a todos y terminó aburriéndose a sí misma.

El verdadero discurso patrio del 28 de julio fue, sin duda, el que se pronunció horas antes, en el atrio de la Catedral de Lima, durante la Misa y Te Deum oficiados por el Cardenal Carlos Castillo.

Habrá quien sostenga que la Iglesia debería alejarse de la política. Pero habría que recordarles que una Iglesia con vocación de servicio no puede dar la espalda a las preocupaciones y demandas de su pueblo. ¿Y no es acaso la buena política una de esas demandas más urgentes?

La homilía de Monseñor Castillo fue serena y firme, de brutal honestidad frente a los líderes políticos que, por su impostura de católicos practicantes —que no se pierden una misa—, se vieron obligados a escuchar cómo el representante de la Iglesia los interpelaba con claridad sobre las necesidades reales de la ciudadanía.

“Ser dirigente no es actuar como un simple y triste funcionario, lleno de criterios superficiales, frívolos y banales, ni distraerse en cosas de poca monta”, les dijo Castillo, mientras Boluarte pedía un vasito de agua para sobrellevar el trago amargo.

En una lección de relevancia para toda la ciudadanía —más allá de sus convicciones religiosas—, el Cardenal habló de la necesidad de dirigentes prudentes, cercanos al pueblo, comprometidos con la justicia y el derecho. Un tipo de liderazgo que los peruanos y peruanas percibimos hoy como lejano, reemplazado por autoridades centradas en normas y acciones hechas a la medida de sus propios intereses.

En este inicio de tiempo electoral, resulta especialmente significativo que Castillo recordara que nuestra república se constituyó “siempre a la sombra de la dictadura”, y que nuestro “sujeto dirigencial se forjó sin vocación democrática, primando más los intereses particulares que el amor entrañable en favor de todos”.

Mientras se pronunciaban estas palabras, los medios de comunicación transmitían en simultáneo el cerco perimétrico del centro histórico de Lima: calles cerradas, libre tránsito restringido. Boluarte se desplazó hacia el Congreso rodeada de fuerzas de seguridad, sin un solo ciudadano en las calles. Una presidenta sin vocación democrática, sin respaldo popular. Una presidenta que le teme al encuentro con su propio pueblo.

Mientras ella hablaba de “intenciones malsanas” y de “enfrentamientos fratricidas” para referirse a las protestas y críticas hacia su gobierno, Monseñor Castillo pedía a las autoridades que escuchen a “un pueblo que nos interpela y nos habla. Incluso, nos exige y nos grita por sus derechos, y cuestiona nuestros comportamientos distorsionados” y que formula “justos reclamos, como la necesidad de amparo ante la extorsión y el asesinato vil”.

Es, además, inaceptable que a estas alturas de su mandato, Boluarte siga justificando su incapacidad en los efectos del breve y accidentado gobierno de Pedro Castillo y en una crisis que ella misma contribuyó a agravar con violencia y represión ante toda expresión de disenso.

Con más de cincuenta asesinatos a cuestas y una decena de investigaciones fiscales en curso, la señora Boluarte se ha ganado a pulso el rechazo ciudadano y la movilización social que ese rechazo genera.

En esa línea, el Cardenal Castillo fue enfático: “la anarquía no es el resultado de los justos reclamos de la población, sino de las acciones de dirigencias que han ido eliminando su vocación de servicio, y toman decisiones sin justicia, ni equidad ni moral”.

Frente a una palabrería sin fondo, como la que Boluarte ofreció desde el Congreso, y que no deja sino desánimo e impotencia, prefiero quedarme con las lecciones de buen gobierno y ciudadanía que el Cardenal Castillo nos dio la mañana del 28 de julio.

Un mensaje con verdadero carácter nacional, integrador, que nos llama a remover los cimientos de una república herida por el “espíritu mafioso” que se ha apoderado de sus gobernantes, y que aún amenaza con apoderarse del todo de un país que merece encontrar salidas.

Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.